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Opinión

El cernícalo de Torra

El presidente de la Generalitat, Quim Torra.

Pedro Sánchez presiona a los separatistas para que el PSC sea su socio preferente. El PDECAT ha dicho que podría mostrarse flexible, pero ¿y Torra? Torra está en la cumbre de una montaña con un cernícalo.

Cernícalo o paloma

Poco imaginaba Pablo Abraira que su tema “Gavilán o paloma tendría una versión separatista. Porque mientras Torra sube montañas en reivindicación de lo suyo y suelta un cernícalo como símbolo de libertad, que ya es hacer el ídem, la vida sigue.

Elsa Artadi sigue, vaya si sigue, y no para de verse con ministras, ministros y menestras a ver cómo está lo suyo. ¿Y qué es lo suyo?, se preguntarán ustedes. Pues acabar de apuntillar al morlaco bruselense y a su cabestrillo catalán, pactando con el gobierno central un armisticio que no sea muy oneroso para la tropa separata. El mundo estelado aguanta la respiración, porque de cuajar la negociación en curso pasarían muchas cositas. Andan los ferroviarios en estado de alarma ante la cantidad de cargos neoconvergentes que podrían tirarse del tren en marcha al menor signo de la señora Artadi. Pero todo tiene un precio. Sánchez ha dicho que podría presentar una propuesta de referéndum, más o menos camuflado dentro de la legalidad, para que los del PDECAT y Esquerra pudiesen continuar sin tener que perder una vergüenza que, por otra parte, ni se les conoce ni poseen. David Bonvehí, el encargado de almacén del PDECAT, se ha mostrado partidario siempre que se incluyera la independencia en algún sitio, ni que sea como nota a pie de página. Total, que están ya las hilanderas de Moncloa preparando un pañito bordado con primor. Consulta habemus, parece. Eso sí, volviendo al precio, Sánchez les exige que otorguen al PSC de su amado Miquel Iceta el trato de socio preferente, anteponiéndolo a los podemitas.

Iceta – recuerden aquel “Pedro, por Diossssss” que hizo temblar las columnas del templo – ya se está frotando las manos, porque sabe que esa alianza sería muy importante para su carrera política. Ser socio del Govern, a la par que primus inter pares entre el mismo y el gobierno de la nación, lo situaría en una posición espléndida para colocar amiguetes, amiguitos, amigazos e incluso amigotes. El gran muñidor vocacional que es debe relamerse imaginándose sentado en su despacho repasando la lista de sus adictos diciendo: “Este, a la Zona Franca, este al Puerto, el de más allá a un consorcio sanitario, uy este, con este tomaba cubatas en el Bar Roberto allá por 1987, ha de ser como mínimo director general”. Y es que la Generalitat es un auténtico bosque de Broceliande de departamentos, una tupida madeja, casi inextricable, en la que cualquiera puede medrar con un cargo opíparamente retribuido con poca o ninguna obligación.

Que Sánchez, y Batet, y Calvo, y el resto del gobierno de España, estén urdiendo un tejemaneje más que discutible, por no llamarle deshonroso, con tal de continuar en las poltronas es asunto grave; que lo hagan para que el PSC gane en oscuros pactos lo que las unas le han quitado, es bochornoso. Aunque peor es lo de Torra. El hombre está ahí, en la cima de una montaña cualquiera, rodeado de niebla, sin ver lo que pasa a un palmo de sus narices y soltando un cernícalo. Ay paloma, palomita, palomera, hay que ver como es el amor, que vuelve a quien lo toma cernícalo o paloma.

¿Qué significaría para el PSC ser socio preferente?

La respuesta es muy sencilla: todo. Los socialistas catalanes pasaron de gobernar la Generalitat, el ayuntamiento de Barcelona y su poderosa Diputación, muchos municipios importantes catalanes y, poca broma, estar en el gobierno de España a la nada más absoluta. La mediocridad que anidaba en sus entrañas acabó por devorar un partido que, si bien jamás fue socialista entre sus dirigentes, si lo fue entre sus bases, no supo entender el poder más que como modus vivendi. No ha sido el único, puesto que la partidocracia española tiene los mismos problemas, entre ellos el de ser una casta al servicio de sus propios intereses, más allá de siglas, ideologías y el lobby al que sirvan.

En el caso del PSC fue aún peor, porque todo se deshizo gradualmente debido al ascenso de lo más burocrático del partido, de aquellos que pasaron de hacer fotocopias a responsabilidades muy serias. Como en el tango, daba lo mismo ser un burro que un gran profesor, lo único que contaba era ser amigo de los tres o cuatro que mandaban.

Por eso cuando el separatismo eclosionó convirtiéndose en el eje central de la política catalana, en una hábil maniobra de despiste llevada a término por Convergencia, a los sociatas les pilló con el paso cambiado, con un Montilla que no tenía margen político y se vio desbordado por los acontecimientos, y con unos cuadros que solo sabían hablar de gestión y nada de política. La historia es muy cabrona y no puedes ir a decirle que has asfaltado no se cuantos kilómetros de calles o has instalado ciento diez farolas si lo que tienes delante es un discurso emocional relacionado con asuntos tan graves como la ruptura de la norma constitucional. Perdió el PSC su peso, que lo tuvo, y mucho, y perdió también enormes sumas de dinero. Reducidos a la mínima expresión el número de diputados, alcaldes, concejales y demás, las cantidades que recibía del estado se quedaron en una mísera propina. De ahí la venta de la histórica sede de la calle Nicaragua, por poner un ejemplo.

Así que ahora los de Iceta quieren relanzarse a base de los pactos por debajo del mantel que pergeña Sánchez con los separatistas. Anhelan volver a tener mando en plaza, anhelan estar en un hipotético tripartito formado por Esquerra, los podemitas y una parte del separatismo pragmático, anhelan poseer cargos, alcaldías, escaños. Ahora bien, ¿pretenden hacerlo a partir de propuestas políticas, programáticas, ideológicas? Para nada. Sumados alegremente al argumentario separata de que todo es extrema derecha – curiosamente no incluyen en esto a los separatistas – están todavía más solos que Torra y su cernícalo. Al menos, el presidente de la Generalitat tiene su fe el carbonero a la que asirse cuando vengan mal dadas, que vendrán, mientras que el PSC solo posee su cinismo, su indolencia, su escepticismo, su hedonismo, en fin, su decadencia.

Si Sánchez no consigue que Artadi y los suyos les impongan galones de furrieles, acabarán por hundirse en las arenas de la historia definitivamente. En materia de aves, los separatistas saben elegir mejor. En el PSC hace tiempo que solo emplean loros que repiten una y mil veces la consigna del día. Y las consignas, por muy brillantes y bien cortadas que sean no dejan de ser eso, consignas. Son a las ideas lo que un halcón a un pingüino.

Total, que sobran cernícalos.

Miquel Giménez

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