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Opinión

Delicias catalanas

Carles Puigdemont y Joaquim Torra

Última semana de julio de 2020: El coronavirus repunta en toda España y especialmente en Cataluña, un territorio diezmado económica y socialmente desde el comienzo de la aventura soberanista al que el Gobierno francés, origen de la parte del león de su sector turístico, acaba de recomendar no viajar.

No hay un solo indicador económico y social que resista una mirada seria en Cataluña, todos se han desplomado en un prodigioso picado vertical digno del mismo Manfred Von Richtofen, ya saben, el famoso aviador alemán más conocido como el 'Barón Rojo'.

Con su sanidad hecha unos zorros, su educación pública en los huesos, su PIB haciendo espeleología, las empresas marchándose a Aragón, Valencia o Madrid y sus jóvenes más talentosos huyendo hacia otros territorios del estado, Cataluña ha pasado de ser la región líder de nuestro país a situarse por debajo de la media estatal en el 73% de los indicadores económicos según el informe de las Cámaras de Comercio, convirtiéndose de hecho en el principal problema que tiene España para comenzar a pensar siquiera en algo parecido a una recuperación económica.

Y en medio de este panorama, ¿saben ustedes a qué se ha dedicado el Parlament de Catalunya la pasada semana? Pues en un delicioso triple tirabuzón. La mayoría indepe del Parlament ha votado la abdicación de Felipe VI, la reprobación de Pedro Sánchez, de Mariano Rajoy, de Enric Millo y de premio, la de Albert Rivera.

Este despliegue onanístico de bilis derramada sobre tierra yerma solo tiene un sentido, el del anuncio de las próximas elecciones catalanas para la próxima primavera

Cualquier observador poco avisado podría pensar que todo esto no tiene mucho sentido, porque ni abdicaciones reales ni reprobaciones, especialmente las de Rajoy y Rivera, dos ilustres jubilados de la cosa pública, van a tener efecto alguno. Pero ojo, eso sería en cualquier otro lugar del mundo, incluyendo Macondo. En la republiqueta imaginaria de Puigdemont y Torra las cosas son siempre mucho más oblicuas, y este despliegue onanístico de bilis derramada sobre tierra yerma solo tiene un sentido, el del anuncio de las próximas elecciones catalanas para la próxima primavera.

Toda una declaración de intenciones que deja a las claras cuál será la agenda que va a tratar de colocar el independentismo sobre la mesa para las próximas elecciones, la agenda sobre la que pretenden triunfar electoralmente: independencia, independencia e independencia.

Independencia, plato único

¿Que las empresas siguen huyendo? Pues hablemos de independencia.

¿Que la sanidad pública se parece cada vez más a la de Burundi? Pues hablemos de independencia

¿Que la educación pública tiene más agujeros que las alforjas de Zebulon Macahan? Pues habemos de independencia

¿Que Cataluña es la región con menos rastreadores de infectados por la convid-19? Pues hablemos de independencia

¿Que el número de infectados se ha disparado desde que Madrit nos ha entregado la gestión de la pandemia a la Generalitat, desmontando la especie de que cualquier catalán con más de ocho apellidos fetén gobierna mucho mejor que esos iletrados mesetarios? Pues hala, griten conmigo: in-da-pan-dansi-á.

Este es el menú del que van a disfrutar los catalanes hasta la convocatoria electoral de la próxima primavera, una mesa soberbiamente dispuesta en la que podrán comer y beber independencia a diario y hasta hartarse.

Y si además el PSC no pone de candidato a Salvador Illa, el único político según las encuestas capaz en estos momentos de llevar a las urnas a los catalanes 'emprenyats' con el resultado de esta locura independientemente del grado de sus sentimientos identitarios, de postre también tendrán independencia.

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