Opinión

Cataluña: el dolor de ya no ser

Los catalanes, expertos en tantísimas cosas, se equivocaron a la hora de votar

  • Manifestación nacionalista -

Durante mi juventud, viví cuatro años en Brasil. En aquella época, mi compañero de piso era un catalán llamado Xavier Ruaix Duran, un pelirrojo. Para mi, Xavier fue un modelo de respeto, educación y capacidad de integración con una cultura completamente distinta. Solía contarme historias de su infancia y adolescencia en Mataró y de sus visitas a una Barcelona deslumbrante; relatos que yo escuchaba como quien descubre otro mundo, y que me hicieron imaginar siempre lugares tranquilos y maravillosos.

Hoy, muchos años después, al mirar a Cataluña, veo y siento que algo ha ocurrido, algo que lo ha cambiado todo desde aquellos tiempos. Ni siquiera necesito ir tan atrás, ya que lo más profundo y trascendental ocurrió últimamente.

Me honra mi relación con Toni Puig, uno de los arquitectos de la Barcelona más esplendorosa que haya conocido la historia reciente: la Barcelona del 92. Toni, con quien comparto una cálida admiración mutua, realizó un esfuerzo enorme y un trabajo impecable por los catalanes y por la imagen de Cataluña en el mundo. Contribuyó con el posicionamiento geopolítico de la región como parte de España y lo hizo con una calidad excepcional. No fue el único, por supuesto, pero es a quien conozco y aprecio. Fue un esfuerzo colectivo del pueblo catalán, y ahí está la clave.

Él mismo me contó que fue abrumadora la cantidad de voluntarios que se ofrecieron para la organización de los Juegos Olímpicos. Sobraba gente. Había miles de jóvenes catalanes dispuestos a trabajar unidos por su tierra, a hacer las cosas bien por su amada Cataluña, sin distinción de colores políticos. Freddy Mercury, a la postre, dio el último gran grito de gloria que se escuchó sobre Barcelona.

Se creyeron superiores, indestructibles, inexpugnables, inalcanzables, como si fueran una sociedad elegida por la peculiaridad de sus habitantes. Y así, votando mal, destruyeron la Cataluña que era y que hoy ya no es

Hoy, en cambio, el espectáculo que presenciamos es desolador. Y no solo desde el punto de vista del análisis político, sino desde la realidad cotidiana del ciudadano común, aquel que no está en los extremos, que no comparte los métodos de algunos dirigentes, pero que, aun así, sufre las consecuencias de sus acciones.

El turismo que los enriqueció tanto, y que ahora muchos catalanes dicen odiar y que incluso repudian públicamente, no debería ser motivo de preocupación, porque pronto dejará de existir. Y no por esas campañas absurdas contra los molestos grupos de turistas japoneses, sino porque la inseguridad ha alcanzado un punto en el que caminar por la calle sin miedo a que te ataquen con un machete, es peligroso.

¿Cómo es posible que hayamos pasado de aquella apertura de los Juegos Olímpicos que enorgulleció no solo a Cataluña, sino a toda España, a la realidad actual?

Lo que ha sucedido es que los catalanes, expertos en tantísimas cosas, se equivocaron a la hora de votar. Apostando una y otra vez por lo más extremo y abrazando un progresismo ficticio, se creyeron superiores, indestructibles, inexpugnables, inalcanzables, como si fueran una sociedad elegida por la peculiaridad de sus habitantes. Y así, votando mal, destruyeron la Cataluña que era y que hoy ya no es.

Cuidado, porque este aprovechamiento vil de la debilidad política, combinada con la desesperación de Sánchez, solo puede desembocar en una crisis generalizada para toda España

El problema no es la sangría de inversiones ni el éxodo masivo de empresas. Tampoco se trata del aumento descontrolado de la inseguridad ciudadana, derivada de una inmigración ilegal fuera de control, estimulada artificialmente a través de entes financiados por las propias autoridades.

No es por el intento de formar una fuerza militar propia, ni por reclamar el control fronterizo de una parte de la nación española.

No es por el abuso descarado y la falta de respeto hacia las demás comunidades autónomas, exigiendo la condonación de deudas genuinamente adquiridas, aunque malgastadas. No es solo por la discriminación laboral hacia quienes no dominan perfectamente la lengua catalana.

No es únicamente por los Pujol y su banda del 3%, ni porque el Barcelona haya comprado árbitros.

No, Cataluña no está así por estos factores.

Estos factores son el efecto, no la causa. Describen la realidad, pero no explican el porqué. Cataluña está como está porque así han votado los catalanes en los últimos 30 años. Cuidado, porque este aprovechamiento vil de la debilidad política, combinada con la desesperación de Sánchez, solo puede desembocar en una crisis generalizada para toda España, y eso incluye a Cataluña, una crisis con epicentro en Barcelona, una de las ciudades más bellas del mundo.

Lo advirtió Einstein: “Locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando resultados diferentes.” Y Cataluña, una y otra vez, ha votado su propia decadencia. Lo advirtió Cicerón: “La arrogancia es una hija legítima de la ignorancia.” Y la arrogancia de quienes creyeron estar por encima de España ha sido su perdición. Pero lo más trágico es que lo advirtió Orwell: “La forma más rápida de acabar con una sociedad es permitir que se destruya a sí misma desde dentro.”

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