Opinión

Catalanófobos, ellos; nosotros, catalanes libres y españoles sin complejos

Manifestación constitucionalista en Barcelona (Cataluña)
Manifestacion nacionalista en Barcelona el 8-O Europa Press

Si por algo ha destacado, a lo largo de la historia, cualquier tipo de nacionalismo es por su afición a la propaganda y, lamentablemente, también por su destreza en el manejo de las peores artes de esta. El separatismo catalán no es una excepción en absoluto. Prueba de ello son la cantidad de “fechas históricas” con las que, desde que se desató, el procés viene inundando el calendario, con su pertinente patrimonialización. Sin ir más lejos, han conseguido hacer partícipe a una sociedad mayoritariamente no nacionalista de una fiesta establecida en una jornada, el 11-S, de marcado carácter nacionalista. Un hecho, por ejemplo, que hasta la llegada de Ciutadans a la escena política, se asumió por todos los actores políticos sin contestación.

Lo mismo ocurre con efemérides más recientes: el pasado domingo, el separatismo oficialista conmemoró, con el correspondiente despliegue de recursos públicos y medios de comunicación subvencionados, el infausto 1-O. Una “hazaña” consistente, esencialmente, en poner en jaque el funcionamiento del Estado de Derecho consolidado, generar una división social sin precedentes en una de las regiones más importantes de un gran país europeo, e intentar despojar a millones de ciudadanos de sus derechos y libertades. Y a ese festín antidemocrático acuden, cada año, representantes de todos los partidos separatistas, unidos sin fisuras y orgullosos de seguir dando continuidad a hechos delictivos de cuyos perniciosos efectos aún no se ha recuperado la sociedad española.

Para los que llevamos años combatiendo al nacionalismo, sin embargo, lo más lamentable no es que sus adláteres se rían de nosotros conmemorando sus tropelías, sino que no haya existido, por parte del Estado, un espejo democrático que recuerde, precisamente, la fortaleza de la democracia española que se sobrepuso a aquella afrenta. ¿Por qué no se realizan actos, estos sí oficiales y a cargo del Estado que defendieron, en memoria de los servidores públicos que frenaron el golpe? ¿Por qué se ha renunciado a hacer esta pedagogía constitucional, incluso ahora, cuando tenemos muestras sobradas de los verdaderos planes del separatismo?

Hoy Sánchez quiere corear con el separatismo que lo legítimo fue el golpe, y lo ilegítimo, la defensa de nuestra democracia

La respuesta a estas preguntas, claro, empieza por lo evidente: hoy es el propio Gobierno de España, responsable de los recursos del Estado, el que está dispuesto a convertir en héroes a los autores del golpe de 2017 porque, todos, incluido Carles Puigdemont -para quien Pedro Sánchez llegó a pedir que se le calificase de delincuente por rebelión- son necesarios para su investidura. Somos muchos los españoles que esta semana hemos lamentado que, en el aniversario del histórico discurso de Felipe VI, el más importante de su reinado, sus palabras no se hayan evocado por parte de quienes tienen responsabilidades para formar Gobierno, sino que, al contrario, se estén enmendando de facto con la concesión de la amnistía que planea Sánchez. El Rey dijo en 2017: “Han vulnerado de manera sistemática las normas aprobadas legal y legítimamente, demostrando una deslealtad inadmisible”. Y añadió: “Es responsabilidad de los legítimos poderes del Estado asegurar el orden constitucional, la vigencia del Estado de Derecho”. Hoy Sánchez quiere corear con el separatismo que lo legítimo fue el golpe, y lo ilegítimo, la defensa de nuestra democracia. El presidente del Gobierno es, sin duda, el máximo responsable de este despropósito, pero esta facilidad para reescribir la historia se debe también a la dejadez de la pedagogía constitucional.

Pero si existen unos españoles especialmente humillados por la aberración que supone convertir a los victimarios en víctimas con una amnistía, esos somos los constitucionalistas catalanes. Por ese motivo desde 2017, Ciudadanos ha conmemorado cada año, muchas veces en soledad, los aciagos hechos de aquel otoño. La memoria no es un ejercicio de melancolía sino de reivindicación, y la mejor receta para prevenirnos ante nuevas afrentas a la igualdad entre españoles. Por eso, la cita de este domingo en las calles de Barcelona es una gran oportunidad para dar continuidad, si no resucitar, al espíritu cívico del conjunto del pueblo español que despertó ahora hace cuatro años. Y es imprescindible que ese movimiento irradie desde Barcelona a toda España para desterrar de una vez la falacia de que el nacionalismo habla en nombre de Cataluña.

Nacimos para dar voz a esos catalanes que no la tienen y que hoy, nuevamente, están viendo cómo les vende el Partido Socialista, que se jacta de pedir el voto en español en los barrios trabajadores

Si alguien cree que a estas alturas no hace falta recordar que la mayoría de catalanes no comulgamos con el separatismo, baste traer a colación las recientes palabras nada menos que de la portavoz del Govern separatista, tildando de catalanófobos a quienes allí asistiremos, obviando no sólo que seremos decenas de miles de catalanes los que protagonizaremos la marcha, sino que es precisamente reivindicar nuestra condición de catalanes ignorados lo que nos mueve a ello. No hay nada más catalanófobo que la intolerancia endémica del nacionalismo hacia más de media Cataluña. Precisamente por eso, para reivindicar nuestra catalanidad libre y plural, y también nuestra españolidad desacomplejada, CS no faltará a la cita. Nacimos para dar voz a esos catalanes que no la tienen y que hoy, nuevamente, están viendo cómo les vende el Partido Socialista que se jacta de pedir el voto en español en los barrios trabajadores para luego aliarse con partidos, estos sí, de trayectoria hispanófoba.

Estoy convencido de que no sólo Ciudadanos, sino el conjunto de la sociedad española estaremos a la altura, como en 2017. Si no podemos evitar que a los golpistas les salga penalmente gratis, lograremos, por lo menos, que la historia no sea misericordiosa con ellos y que venza la memoria. Y, de paso, reanimaremos civilmente a una sociedad que especialmente en Cataluña el Partido Socialista no quiere reconciliada sino anestesiada para poder mantener su modus operandi de décadas, consistente en que el precio de la paz y la concordia es el silencio de los que estaremos en la manifestación.

Los constitucionalistas catalanes hemos cumplido nuestra parte del trato: hemos comprendido e integrado la pluralidad de España, pero nunca hemos conseguido, ni siquiera reclamándolo a los sucesivos gobiernos de España de PSOE y PP, que la Generalitat asuma e integre en su acción política la pluralidad de Cataluña. Y ya está bien. La Cataluña no independentista merece ser tenida en cuenta. Por todo esto, el domingo, un año más, no fallaremos.