Opinión

Catalán y valenciano: juntos pero no revueltos

Aunque catalanes y valencianos se entienden, y no solo en español, algunas diferencias fonéticas y léxicas exigen estándares ortográficos distintos

Varias personas en una manifestación contra el 25% de castellano en las aulas, el pasado mes de diciembre en Barcelona. Europa Press

Ni Cataluña fue nunca independiente, ni siquiera un ratito, ni el Reino de Valencia perteneció a Cataluña, jamás, ni siquiera por error, lo cual no impide que en las escuelas catalanas se enseñe, sin que nadie se ruborice, que en Alicante se habla catalán.

Un grupo lingüístico, una comunidad de hablantes tiene derecho, faltaría más, a llamar a su lengua como le apetezca, siempre que los usuarios, no sus dirigentes, lleguen a un acuerdo. Nada impide, sin embargo, que convivan varias denominaciones. La decisión de llamar oficialmente castellano al español, pues así figura en la Constitución, no ha mermado que la mayoría sigamos llamándola español, en Europa y en el mundo. Y tampoco el gobierno vascongado ha dado grandes pasos, salvo entre sus incondicionales, al imponer que se llame euskera a lo que siempre hemos llamado vasco, y así se sigue llamando en todo el orbe, excepto en los ambientes del nacionalismo.

El primer Siglo de Oro de una lengua románica lo fue en la pluma de escritores que llamaban valenciano al idioma en que escribían, y en menor medida de quienes la llamaban catalán.

¿Tendría que imponerse un nombre común, algo así como catalanvalenciano o catenciano o valencitalán?

Aunque catalanes y valencianos se entienden, y no solo en español, algunas diferencias fonéticas y léxicas exigen estándares ortográficos distintos. Unos son dictados por la Acadèmia Valenciana de la Llengua, y otros por el Institut d’Estudis Catalans, pero no son los únicos organismos de control. La fonética catalana funde la a y la e, y pronuncia como u las palabras terminadas en o y tiende a pronunciar cerradas las vocales átonas. Voces cotidianas difieren. Roig, nen y bona tarda, por ejemplo (rojo, niño y buenas tardes) son en valenciano vermell, chiquet y bona vesprada. El valenciano conserva la uve labiodental y la pronunciación de la ere al final de palabra. Divergencias parecidas encontramos entre el español de Castilla, el de Andalucía y el de Argentina. ¿Tendría que imponerse un nombre común, algo así como catalanvalenciano o catenciano o valencitalán? Más vale que no me esfuerce porque nadie aceptaría el palabro. Mejor admitir las irregularidades que impone la historia.

Cuando Yugoslavia fue nación, su lengua más extendida fue el serbocroata, que no yugoslavo, como podía llamarla algún despistado, incluso entre la clase de líderes políticos. Tras la fragmentación de los Balcanes recibe hoy cuatro nombres, serbio, croata, bosnio y montenegrino, ajustados a la nueva nación independiente que ha oficializado la lengua. Y que a nadie se le ocurra contarla en las estadísticas como si fuera la misma. Hay que modificar la lista de lenguas, y a ver quien convence a quien para que, en aras un mejor entendimiento, reciba una denominación común y universal.

Sería más fácil si nos pusiéramos de acuerdo en qué es una lengua, extender la definición y marcar los límites. Pero eso es imposible

Situaciones de este tipo son frecuentes, salvo en aquellos países donde la unidad y cohesión política ha oscurecido, sin programa coercitivo, a las lenguas locales y se ha unificado con una lengua de unión como el inglés en el Reino Unido, el italiano en Italia, y el ruso en Rusia. Menudo lío. Sería más fácil si nos pusiéramos de acuerdo en qué es una lengua, extender la definición y marcar los límites. Pero eso es imposible. Mientras tanto, hay una lengua allí donde sus hablantes deciden que existe.

Catalán y valenciano han vivido cinco siglos, que es mucho, eclipsados por el castellano. La ausencia de una norma que sirviera para la unificación de las tendencias favoreció la dispersión. Al igual que sucede con otras lenguas sin timón que las dirija, las numerosas variedades resultan tan difíciles de establecer que dificultan el trazo de fronteras, excepto en las islas Baleares donde mallorquín, menorquín e ibicenco se distribuyen de manera uniforme. Los otros dominios se fragmentan en subdialectos con fronteras difusas y hablas de transición: rosellonés, andorrano, leridano, o también ribagorzano y patués (frontera con la lengua aragonesa) o el capcinés (frontera con el occitano).

Simplificando la evolución, podríamos decir que el latín se fragmentó en tres bloques, el occidental, que dio lugar al gallego y al portugués, lenguas hoy bien diferenciadas porque la del norte pronto se sirvió de la lengua de Castilla; el del centro, que acabó con el mozárabe y oscureció al asturiano y al aragonés, y el del este, catalán y valenciano, que abrió pronto las puertas de par en par al español, única lengua que hoy unifica a la población.

En 1912 se publicó la primera gramática catalana, independiente de la valenciana, redactada por Pompeu Fabra, que ya había dicho que una ortografía común para catalán, valenciano y mallorquín es contra natura. Y como había que echar hacia adelante, inventó unas normas sin rigor filológico que fueron adoptadas. La iniciativa se presta a aglutinar los dialectos catalanes de Valencia y las islas Baleares en un ente nuevo, Países catalanes. Valencianos y mallorquines se oponen a ese fingido pancatalanismo.

El valenciano es la lengua propia de los valencianos, y son ellos, sus hablantes, quienes tienen la potestad de decidir sobre su lengua sin imposiciones políticas

El valenciano que se enseña en las escuelas utiliza como base las normas de Fabra, y se distancia de la lengua valenciana de la calle, la de todos los días, que se arrincona desprestigiada. Se repite la situación privilegiada del castellano frente a la más humilde habla de los valencianos. Por eso hoy quienes utilizan a diario el valenciano no reconocen como propia la lengua que se aprende en sus colegios.

Aunque gallego y portugués son tan parecidos, no hubo intereses con pretensiones unionistas y no se ha utilizado ningún criterio acientífico. A pesar de estar unidas durante la Edad Media, algo que nunca ocurrió entre valenciano y el catalán, actualmente gozan de independencia, fruto de sus diferencias evolutivas.

Teniendo en cuenta que nunca han estado unidas, que no han evolucionado paralelas y una vez oídas las razones históricas, literarias y sociolingüísticas, el valenciano es la lengua propia de los valencianos, y son ellos, sus hablantes, quienes tienen la potestad de decidir sobre su lengua sin imposiciones políticas.

Como el lector necesita una idea clara, concluiré diciendo que mientras las autoridades académicas catalanas abogan por la unidad y falsifican o manipulan la realidad para apoyar sus teorías separatistas, los valencianos, en general, prefieren que su lengua sea otra, a pesar de las afinidades. Apoyados en esta realidad y en el respeto, diremos que valenciano y catalán no son la misma lengua.