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Opinión

El día de la liberación

El día de la liberación

Muchos pensábamos que, de aquí a una semana, quizá menos, de la moción de censura no quedarían ni las migas. Que le esperaba el destino que anunciaba Buttarelli en la segunda escena del Tenorio: “Estoy cierto que maldita / la memoria que ninguno / guarda de ello”. Que sería olvidada, como tantas representaciones teatrales mediocres.

Pues no será así. Pablo Casado, presidente del PP, se ganó las alas con un solo discurso. Ya no será más el chico del máster evanescente, ni Pablito el sonrisas, ni el netezuelo de Aznar, ni el Hamlet de la derechita cobarde, ni el chaval que hemos puesto ahí mientras aparece otro que sepa dirigir el partido como es debido. Eso se ha terminado. Casado, cuya función era –según el plan de la extrema derecha– servir de alimento a las fieras y dejarse desangrar todavía más por los ultras, dio un sonoro puñetazo en la mesa y liberó a su partido de la telaraña en que le tenía atrapado Vox.

Ganó de manera brillantísima la moción de censura que se había planteado arteramente contra él, no contra Pedro Sánchez. Con un solo discurso, dejó de ser Quisling y por momentos tuvo trazas de Adenauer. Bien, quizá esta última comparación pueda parecer algo exagerada pero es que todavía estoy bajo los efectos de la impresión. No me lo esperaba y juraría que casi nadie. Yo creía que las resurrecciones eran cosa nada más que de las mitologías religiosas. Pues no.

La moción de censura tuvo dos partes totalmente diferentes, y la esquina entre una y otra fue la intervención de Casado. Hasta ese momento estábamos asistiendo a una función de teatro de las de fin de curso en un instituto de provincias. Después del discurso del líder del PP vivimos una sesión de debate parlamentario que no se veía desde hace años. Y todo con un solo discurso.

Creerse su propia propaganda, que es lo peor que puede hacerse en política. Menospreciar al adversario que no era Sánchez sino Casado

La compañía teatral de Santiago Abascal (“Variedades a lo fino”, se podría añadir, como en la película Ay, Carmela) había preparado una función en la que se cometieron numerosos errores. El primero fue la clamorosa bisoñez tanto del “candidato” como del resto de los actores de su comparsa. El segundo fue peor: creerse su propia propaganda, que es lo peor que puede hacerse en política. Menospreciar al adversario que, repito, no era Sánchez sino Casado.

Cuando uno hace teatro es esencial tener sentido de la dramaturgia, controlar los tiempos escénicos, el tono, la voz. No vale cualquiera para cualquier papel. Las condiciones personales del actor son muy importantes. Y si el actor elige mal el personaje, o intenta hacer cosas que no sabe hacer, muy probablemente se la pegará. Eso es lo que le ha pasado a Abascal. Este hombre es imbatible en la gresca, en el vocerío, en la bravuconada, en la provocación y en el matoneo. Eso es lo que el público (el suyo, sobre todo) espera de él.

Pero esta vez se equivocó. Quizá le pudo el miedo escénico (una moción de censura no es ninguna tontería), pero él y los suyos renunciaron a su acostumbrada vocinglería y adoptaron un aire afectadamente institucional y circunspecto. En la forma, claro, no en el fondo.

Oías al “señor candidato” llamar criminal, indigno y ruinoso al presidente del Gobierno con ese tono tan formal y pudibundo, y daba la sensación de que estabas en una discusión en la curia vaticana: “Tenga a bien saber su Ilustrísima que mecagüen la leche que mamó su Ilustrísima. Laus Deo”. No, hombre, no, Santiago. Eso del gobierno criminal se chilla. Eso se grita agitando la mano en el aire. Tienes que hacer de Fernán Gómez en La venganza de Don Mendo, no de Julia Roberts en Pretty woman. Eso es lo que espera tu público. Si les defraudas en eso ¿qué les vas a dar, muchacho?

Mientras el candidato' soltaba barbaridades con el tono de quien reza las letanías lauretanas, los demás diputados miraban el móvil

Porque el texto de la obra, la verdad, era lamentable. No había ni atisbos de lo que se entiende por un programa de gobierno. No había más que eslogans de brocha gorda, que es lo que se les da bien a las compañías de varietés: es lo que espera su público. Como estas troupes no tienen miedo al ridículo, pues allí vimos como se comparaba a la Unión Europea con China, con la URSS o hasta con Hitler; cómo se proponía la ilegalización de todo bicho viviente que no piense como los de Vox, cómo se llamaba “machito alfa” a Iglesias y cómo se mezclaban los matrimonios en Nicaragua con los inmigrantes o con los elogios al mentecato de Trump. Un desastre.

Pero un desastre perfectamente controlado. La claque de Vox se mataba a aplaudir mientras que la claque de los demás guardaba un premeditado, desolador silencio. Mientras 'el candidato' soltaba barbaridades con el tono de quien reza las letanías lauretanas, los demás diputados miraban el móvil. A Sánchez se le cerraban los ojos. Pero todo eso daba igual. Abascal se limitaba a ponerle la muleta delante a Casado. Estaba convencido de que no habría güebos. Como no los ha habido en estos dos últimos años.

"No somos como ustedes"

Pero Casado, inesperada, inauditamente, embistió. Y cómo. Subió a la tribuna y dijo: “Hasta aquí hemos llegado. Vamos a votar no porque no somos como ustedes. Y no lo somos porque no queremos”. El rapapolvo fue tremendo. Abascal a ratos palidecía, a ratos enrojecía detrás de su mascarilla, con los ojos helados. No podía creer lo que estaba oyendo de aquel muchachito melindroso.

Ahí comenzó la verdadera moción de censura, como dijo Pablo Iglesias. Pero ya no había caso. Abascal estaba completamente fuera de su personaje, desnortado, balbuceante, incoherente. Le había dolido en lo más vivo lo que inmediatamente, en Twitter, sus trols empezaron a llamar traición, y eso fue lo más suave que dijeron.

Se sentía engañado, mordido por aquel chaval a quien se pensaba comer vivo. Pedía la palabra y hacía gracietas de las que no se reía nadie, ni siquiera los suyos. Era incapaz de contener la sangre que manaba de su orgullo y contestar algo inteligible a lo que le acababan de decir, fuera quien fuese. Daba lástima. Casado había decidido liberar a su partido del parasitismo al que le tiene sometido la ultraderecha. Y eso no cabía en la cabeza de Abascal, que demostró ser más débil, más frágil y más quebradizo de lo que siempre ha aparentado. Murcia, Madrid, Andalucía, repetía una y otra vez, como si fuesen las palabras mágicas que podían salvarle. No lo eran.

Era penoso ver cómo el 'candidato' subía a la tribuna una y otra vez, una y otra vez, a repetir vaguedades, vaciedades, sonado como estaba

Casado tuvo dos intervenciones brillantísimas: la primera, la de la liberación, y la siguiente, cuando subió a la tribuna sin papeles para contestar al 'candidato' y habló de memoria, mirándole a la cara, con una claridad y una contundencia pasmosas. Luego comenzó el debate veinte veces cruzado entre unos y otros (el sibilino Iglesias, Adriana Lastra que se salió completamente de madre) y el asunto se embarulló, pero era penoso ver cómo el 'candidato' subía a la tribuna una y otra vez, una y otra vez, a repetir vaguedades, vaciedades, sonado como estaba, sin entender bien qué había ocurrido, sin que nadie le hiciese la caridad de decirle: Santi, quédate sentado, déjalo correr, no lo pongas todavía peor de lo que ya está.

Y pensábamos que esta moción sería otra función mediocre y para olvidar… Qué equivocados estábamos. Como le pasó hace 23 años a Hernández Mancha, la moción le estalló al 'candidato' entre las manos. Por su mala cabeza. Por creerse su propia propaganda, como decía al principio.

Veremos qué pasa ahora. Casado le ha echado un valor insospechado, sobre todo sabiendo como sabe que buena parte de su electorado (y de su grupo parlamentario) no habría tenido mayor inconveniente en votar que sí a Abascal. Pero al Abascal de anteayer, no al de hoy. Son dos personas distintas. No es fácil recuperarse de semejante zurra. Uno puede volver a ponerse en pie después de un error, pero no después de hacer el ridículo de esta manera. La verdad es que da pena este hombre que había hecho todos los cálculos posibles para darle a la derecha española un nuevo líder… y la verdad es que lo ha conseguido.

Pero no es él. Afortunadamente para este país.

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