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Opinión

Casado, Rivera y la necesaria fusión del centro derecha

Albert Rivera y Pablo Casado

¿Qué Partido Popular se encuentra Pablo Casado? Ciertamente, un PP en los escombros. Sin personalidad política, sin ardor, sin cohesión social y profundamente dividido. Pero la rasgadora obra de Mariano Rajoy no se circunscribe únicamente a Génova. El registrador de la propiedad de Santa Pola ha dejado una derecha social fraccionada en lo social, desmoralizada en lo intelectual y desorientada en lo político. Lo normal en estas circunstancias, y más después de unas primarias y un congreso a cara de perro, es la guerra civil: pero de una guerra civil protagonizada por los restos flotantes del marianismo –Feijoo, Cospedal, Cifuentes, Soraya y Pastor- no puede salir un partido fuerte y con ideas. Esa es la labor de pico y pala que desde este lunes, 36 horas después de una holgada victoria que clama por la regeneración, debe comenzar Casado, un buen conversador, un político con un ideario ideológico para el PP, de esa nueva generación de Génova que no vio pasar los sobres del ex tesorero Bárcenas, pero al que en los próximos días se le volverá a torpedear con la vertiginosidad a la hora de aprobar asignaturas de su carrera y másteres. Peanuts en las cloacas de corrupción en las que se ha movido el PP en los últimos lustros.

Casado merece una oportunidad para darle al PP esa ración de modernidad, regeneración y resintonía con la calle que tanto necesita. Ardua tarea, sin duda. La época Rajoy ha dejado a los populares en la última bocanada de oxígeno, asfixiado por un exacerbado grado de relativismo, de cinismo político y de degradación intelectual y moral. El daño de la deriva tecnocrática del PP de Rajoy, y de su consecuencia, la corrupción, es tan profundo y peligroso que la política española se ha convertido en un intercambio de titulares llenos de ruido y furia. Y Casado representa el fin de esa era tecnocrática suicida. La que enarbolaban Rajoy y su vice Soraya Sáenz de Santamaría. Pero también muchos otros pesos pesados en Génova. Todos ellos amasaron un partido político que comenzó a corromperse porque sus responsables tenían como único objetivo la supervivencia: que es lo que ocurrió en el famoso congreso de Valencia de 2008, que Rajoy ganó in extremis, inaugurando un liderazgo debilitado. A la crisis moral suele seguir la crisis intelectual: el partido pasó a tener como único objetivo la conquista y mantenimiento del poder, pasando las ideas a ser simple coartada para ello. Lo cual lleva ocurriendo desde 2011, con el ideario del PP al servicio del Gobierno y no al revés. En una última etapa, vacíos de ideas y de programa, convertidos en simples estructuras de poder, el PP acabó derrumbándose de manera rápida: ocurrió tan pronto como sufrió un revés importante, para el que no tuvo herramientas de respuesta. El penúltimo episodio fue lo ocurrido en 2017 en Cataluña: el desplome electoral de un partido sin ideas ni principios. El último, sin duda, esa moción de censura en la que sólo creyó Pedro Sánchez. El último estertor de un ejecutivo, el de Rajoy, agotado, sin ya cintura política para seguir metiendo el bisturí en cuestiones clave como las pensiones o la educación.

Desde 2008, el PP se ha ido convirtiendo en simple máquina de poder al servicio de Rajoy. Así acabó degenerando en sorayismo: la mezcla de burocracia, tecnocracia y propaganda centrada en un único objetivo, mantener el gobierno a cualquier precio, puro instinto de conservación. Un partido así es un partido sin cerebro, pero también sin alma. El cuerpo aún le siguió, puesto que decenas de miles de buenas personas, militantes y cargos en diputaciones o ayuntamientos, lo mantienen vivo. Pero la crisis de principios e ideario fue el peor antídoto para no acabar fagocitado en las urnas. Las encuestas dibujaban una cuesta abajo sin freno antes de la moción de censura. Sin red. Del castañazo demoscópico se lleva aprovechando Ciudadanos desde hace meses. En no pocos aspectos, el partido de Rivera se ha convertido en una formación más de fiar que la gerontocracia pintada de rosa que ocupa La Moncloa: Cataluña lo ha demostrado.

Ahora, sin embargo, con la llegada de Casado a la presidencia del PP se recompone la batalla por el centro derecha. Y, por qué no, hace posible una fusión con Ciudadanos para lograr un gobierno estable de futuro como alternativa lógica de las veleidades del Gobierno Sánchez. El tipo que sonaba en Génova para casi todo –desde la alcaldía, a la comunidad de Madrid, tras la caída de Cifuentes-; el tipo que ocupaba sillas de tertulias en los peores momentos de la corrupción galopante del PP, que desde allí escuchaba de todo –y con razón- sobre la falta de moralidad de sus mayores; el tipo que trabajó como becario en dos campañas presidenciales en Estados Unidos debe actualizar la propuesta del Partido Popular si quiere liderar esta nueva derecha moderna que tanto necesita este país. Con un discurso liberal conservador de gran angular que abarque convicciones desde una centrada moderación, que no puede ser ni equidistancia ni criterio volátil, sino que aborde con coraje los nuevos debates que deben transformar la sociedad en las próximas décadas.

La nueva dirección del Partido Popular, nacido en el Congreso de este fin de semana, tiene que convertir a la derecha española, rancia y secular, en una derecha moderna, laica y avanzada. De lo contrario seguirá apegada al pasado como quien se aferra a la derrota.

Una de las grandes cuestiones que tendrá que abordar Casado es la criba ideológica del partido. Aunque en ese viaje pierda algunos que otros votos en el corto plazo. El PP ha servido para aglutinar en su seno a sectores tan dispersos como conservadores y liberales, democratacristianos y nostálgicos. Una mezcla que les convierte en confusos para un electorado amplio y difuso a la hora de conformar gobiernos. La nueva dirección del Partido Popular, nacido en el Congreso de este fin de semana, tiene que convertir a la derecha española, rancia y secular, en una derecha moderna, laica y avanzada. De lo contrario seguirá apegada al pasado como quien se aferra a la derrota. Ardua tarea que tiene por delante la nueva presidencia si ha de apostar por un partido que sea a la vez fuerte y al mismo tiempo democrático. Una organización que respete sus principios individualistas pero promulgue objetivos colectivos.

A partir de ahora, el centro derecha tendrá dos referentes: el nuevo del PP, reconstruido desde abajo y con casi todo por demostrar —ni Aznar ni Rajoy quieren saber nada de la refundación—, y el reciente de Ciudadanos, que soñó con el sorpasso cuando el PP se encaminaba con paso firme hacia el precipicio pero que hora debe replantearse la estrategia desde el principio. Es más: quizá no tenga sentido la duplicidad si realmente las dos formaciones afines intensifican sus semejanzas. O sí, porque el partido de Albert Rivera pesca en todos los mares, fundamentalmente en los caladeros tradicionales del PP, pero también en aguas del PSOE y de Podemos. Sería un prototipo de transversalidad o, como pretende su líder, fruto de un ensanchamiento del centro. De hecho, Ciudadanos ya no puede basar su estrategia en la regeneración y la limpieza ética porque el viejo PP, el de Bárcenas y Gürtel, ya es historia.

@miguelalbacar

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