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Opinión

La paciencia de Pablo Casado

El presidente del PP, Pablo Casado.

Si estás leyendo este artículo, es bastante probable que sufras una enfermedad muy común entre los que seguimos la política de cerca: la obsesión estratégica.

Es una enfermedad que tiene síntomas bastante claros y conocidos. El más típico entre los que sufrimos un caso especialmente agudo es tener una cuenta en Twitter, la app en la página de inicio de nuestro teléfono móvil, y una dedicación enfermiza a seguir nuestro feed. Aquellos con patologías menos graves leen entre tres y cinco periódicos al día, ven el telediario entero (los más enfermos ven una cadena que no les gusta ideológicamente, para poder indignarse), y se estudian columnas de opinión. En situaciones desesperadas, incluso leen las secciones de comentarios, para evaluar cómo “la gente” reacciona a determinados puntos de vista.

Fisuras en la coalición

Los que sufrimos de esta clase de obsesiones, entonces, somos los que durante los últimos meses hemos reflexionado, evaluado, e incluso discutido con gente que no conoces por internet la estrategia de oposición de Pablo Casado durante estos tiempos de coronavirus. Y es muy, muy probable que tengamos muchas sugerencias y conclusiones.

El dilema de Pablo Casado, se dice, es escoger entre la moderación, actuando como un hombre de Estado y ofreciendo críticas firmes y constructivas al gobierno, e incluso votando a favor de propuestas que haya conseguido pactar, y la confrontación, criticando todo de forma estridente y no dándole al enemigo ni agua. Los partidarios de la moderación señalan que con ella puede ahogar a Ciudadanos, ganarse el respeto de los votantes que quieren ver una clase política más efectiva y, con suerte, provocar fisuras en la coalición PSOE-Podemos. Los que llaman a la confrontación señalan que Sánchez es relativamente impopular, los votantes quieren claridad y alternativas claras, y que el PP no puede permitirse dejar a Vox como el único partido que se opone claramente a la agenda radical del gobierno.

En las democracias parlamentarias, la mitad de primeros ministros, cancilleres y presidentes del Gobierno no pierden su cargo en las urnas

Aunque debo decir que la estrategia de la moderación me parece más acertada, lo más probable es que lo que haga Casado ahora importe bien poco de cara a las próximas elecciones. A los obsesivos estratégicos estos dilemas nos parecen cuestiones fascinantes. La mayoría de los votantes ahí fuera, sin embargo, no prestan atención alguna al proceso de la política, sino a sus resultados.

Empecemos por un hecho nunca suficiente repetido: en las democracias parlamentarias, la mitad de primeros ministros, cancilleres y presidentes del Gobierno no pierden su cargo en las urnas. Quienes les echa del Ejecutivo son o bien sus compañeros de partido, o bien sus socios de coalición, sea sustituyéndoles de mala manera a media legislatura, sea “convenciéndoles” que es hora de que pasen más tiempo con su familia, sea retirándoles el apoyo y dejándoles en minoría en el parlamento.

Si eres Pablo Casado, este dato debería ser un recordatorio que todo el jiujitsu parlamentario-comunicativo-político-mediático del líder de la oposición ha tenido entre poco y nada que ver en la caída de la mitad de los jefes de Gobierno europeos. Se derrotaron ellos solitos.

Campaña electoral

Los votantes, por cierto, tienden a tener poca piedad con los partidos y coaliciones que demuestran ser incapaces de ponerse de acuerdo internamente, así que es muy posible que en caso de que el PSOE o Podemos se harten de Sánchez, Casado llegara a la presidencia sin haber tenido que hacer nada en absoluto. El mismo Sánchez, al fin y al cabo, llega a la Moncloa porque el PNV se cansó de apoyar a Rajoy, no porque hiciera ninguno otro mérito especial. Y mirad donde anda.

La otra mitad de gobernantes, los que caen derrotados en las urnas, quizás dan ciertas esperanzas a los columnistas de que sus consejos estratégicos sirven para algo. A fin de cuentas, lo de posicionarse para la campaña electoral debe ayudar, en algo, se supone.

Los votantes saben que hablar es gratis, así que lo que dice un político dice habitualmente en voz alta no es del todo creíble

En realidad, la evidencia indica que las campañas electorales tienen una influencia bastante limitada en la decisión de voto. Esto se debe a dos motivos.  Primero, la inmensa mayoría de votantes no quieren saber nada de las declaraciones, debates y griterío del día a día de la política; tienen una hipoteca que pagar, un trabajo que les mantiene ocupados, y niños y familia que reclaman su atención.  Simplemente, muchos no les prestan demasiada atención.

Segundo, los votantes saben que hablar es gratis, así que lo que dice un político en voz alta no es del todo creíble. Aunque, en contra de lo que dice el tópico, los políticos suelen hacer lo que prometen (y sí, hay bastante evidencia al respecto), la desconfianza del electorado hace que la estrategia de campaña no cambie demasiadas opiniones.

Fenómenos fuera de control

Lo que los votantes sí entienden y valoran, sin embargo, son los hechos, los datos. Hay una cantidad considerable de estudios que confirma que el devenir de la economía influye muchísimo en los resultados electorales. También sabemos que en ocasiones los votantes echan la culpa a los políticos de fenómenos que están completamente fuera de su control. Si la economía española se estrella espectacularmente o el Gobierno pifia su respuesta a un desastre natural (una epidemia, por ejemplo), poco importa lo que diga el líder de la oposición, que el Gobierno va a pringar igual.

Lo único importante para Casado estos días, entonces, es asegurarse de que no actúa como un patán insensato o un cretino insufrible, y esperar pacientemente que algo acabe con Pedro Sánchez, sean sus compañeros de filas, sus socios, su incompetencia, o mala suerte. Su estrategia de oposición, su retórica, sus alianzas y bailes entre el centro y la derecha son un poco ruido de fondo para los votantes.

Como líder del principal partido de la oposición, Casado tiene más posibilidades que nadie de alcanzar la Moncloa. Las estrategias políticas de hoy serán las estrategias de Gobierno de mañana

Esto no quiere decir, no obstante, que no sean importantes. Casado tiene la obligación de decidir qué quiere hacer si algún día llega a ocupar la presidencia del Gobierno, cuando las decisiones que tome tendrán un impacto tremendo en las vidas de casi 50 millones de personas. Como he mencionado, los políticos tienden a cumplir lo que prometen, y Pablo Casado, como líder del principal partido de la oposición, tiene más posibilidades que nadie en este país de alcanzar la Moncloa. Las estrategias políticas de hoy serán las estrategias de Gobierno de mañana.

Lo mejor que Casado puede hacer, como líder de la oposición, es olvidarse de lo que decimos los medios sobre mensaje, tácticas, discursos y demás, ser paciente, y concentrarse en definir qué clase de gobernante quiere ser.

Le será más útil, y se ahorrará muchas horas leyendo Twitter.

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