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Opinión

Casado y la legitimidad sentimental

Pablo Casado.

Vayan por delante las reticencias a escribir sobre algo relacionado con el Open Arms, aunque, como en este caso, el buque aparezca de forma colateral. Si algo ha puesto de manifiesto la singladura política y marítima del barco es que el silencio a veces, quizá la mayoría, es un ejercicio de responsabilidad. Lo contrario sería contribuir a la nada, a un ejercicio de sentimentalismo, de buenos deseos y conciencias apretadas, temerosas de una nueva muerte en la playa, que no ha servido para nada. Sumar una voz más a ese marasmo sería un error. Sobre todo cuando entre una garganta y otra hay vidas humanas a las que no sirven los mensajes de tuiter, ni los buenos o malos sentimientos. Sólo la racionalidad puede solventar el sangrante trance que hoy se vive en el Mediterráneo. Y la racionalidad exige silencio. Por eso, si el nombre del barco aparece aquí es por lo que sus avatares ha dicho de nosotros mismos, más que por tratar el problema de fondo en el que se inserta.

Hecha esa salvedad, el tema. El Open Arms ha traído consigo un ejemplo, otro más, de hasta qué punto, nuestro debate público está incapacitado para asumir de manera racional y con voluntad de solución, cualquiera de los temas que le llegan. El resorte que activa la reflexión son unas declaraciones de Ander Gil, portavoz del PSOE en el Senado, en Al Rojo Vivo, de La Sexta. Sin sonrojo alguno dijo que el líder del PP, Pablo Casado, estaba deslegitimado para hablar de la inmigración porque ha pactado con Vox. Por ser exactos, las palabras fueron: "Casado no está legitimado ni para pedir responsabilidades ni para hablar de inmigración".

Según Gil, pactar con Vox te inhabilita para todo. Hacerlo por caminos secundarios con Bildu, al parecer no. Buscar el acuerdo de Esquerra, tampoco. O por resumirlo de manera más sintética: sólo portar el carné del PSOE te habilita. Esto, que ya de por sí es de una baja estofa depresiva y deja claras las fronteras de mediocridad del debate público, resulta además un tanto mezquino cuando, como decía, entre las gargantas que se suman a la orgía hay vidas humanas.

La legitimidad sentimental

Y es que el del Open Arms es un caso sumamente ilustrativo: toda disensión está penada en los sitemas de pensamiento y lenguaje único. La izquierda, que ha asumido las cuestiones humanitarias como predio particular, ejerce su capacidad punitiva sin dudarlo y pretende fundir a negro a buena parte de la opinión pública española, representada por los partidos de centroderecha. Cuando Ander Gil niega la legitimidad del líder de la oposición para expresar su opinión o tratar un tema de la agenda nacional, lo que está haciendo es dar carta de naturaleza a una derivación peligrosa del iliberalismo campante: la legitimidad sentimental; una especie que colinda con el totalitarismo y que pretende otorgar o denegar espacios en la opinión pública en función de la adhesión o no a un sistema de pensamiento. Porque para Gil, el PP y Casado son malos per se y por pactar con Vox, que son aún peores; tanto que no tienen legitimidad, con lo que ello implica.

Puede decirse que es una forma de hablar, una expresión, apoyándose en la cotidianidad con la que se emplea la palabra legitimidad. Y es posible que así sea, pero eso no resta ni un ápice de gravedad, sobre todo porque nos arroja un hecho terrible: que da igual lo que se diga, que da igual todo, que sólo importa el nuestro-suyo, única palanca de decisión capaz de accionar la política sentimental. Si es nuestro, adelante. Si es suyo, atrás hasta dibujarle cuernos y rabo.

Porque para Gil, el PP y Casado son malos per se y por pactar con Vox, que son aún peores; tanto que no tienen legitimidad, con lo que ello implica

Así, se produce la proscripción de la legitmidad indetificada, desde Weber, quizá antes, con la legalidad y el imperio de la ley con lo malo de tirar por tierra un mecanismo racional, similar para todos, no dependiente del acomodo o adhesión a una mayoría sentimental, libre de actitudes pintorescas y lo único bueno de no jorobarle las declaraciones a Ander Gil.

Que empleara precisamente el término legitimidad puede deberse a dos razones: a una excesivida liberalidad en el uso de las palabras o a una creencia cierta de que Casado no está legitimado. Es dudoso que a un político con tantos años de experiencia como Gil pueda achacársele la primera. Será la segunda, pues. Pero, sinceramente, resulta igual de dudoso que esas declaraciones respondieran a un ejercicio racional, a una reflexión previa cuyo resultado haya sido la ilegitimidad de Casado. Es más creible que lo dijera y ya está. Y eso es lo grave. Ahí se encuentra el peligro. Porque si Gil hubiera reflexionado, habría espacio para la refutación, para la contrargumentación. Pero no, tan interiorizada está la legitimidad sentimenal, que sencillamente, lo dijo. Y aunque resulte evidente que unas declaraciones no son suficientes para convertir al adversario en ilegítimo desde el punto de vista legal, sí lo son para hacerlo ante buena parte de la opinión pública, a la que se galvaniza hasta la irracionalidad, demonizando al otro.

Un gesto, otro más, de la banalización de la política. Un gesto, otro más, de cómo, para fines particulares, como pueda ser debilitar al adversario, se sacrifican bienes generales: la propia legitimidad del sistema. Porque si el lider de un partido político, sea este quien sea, que además ha sido elegido diputado por los españoles, no está legitimado para expresarse, ¿quién lo está? y sobre todo, ¿quién lo estará?.

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