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Opinión

Si Casado exigiera la continuidad de Iglesias

El líder del PP, Pablo Casado, en una intervención en el Congreso de los Diputados.

Imaginemos por un momento que Pablo Casado, después de haber mantenido la incógnita sobre su voto en contra o su abstención a la censura que presentan los competidores de Vox, decidiera dejar de comportarse como un toro de carril y prefiriera ensayar embestidas imprevisibles, acudiendo donde nadie le espera. Supongamos, por ejemplo, que, una vez aprendido que pedir la dimisión o exigir el cese de un ministro -y no digamos de un vicepresidente- sólo sirve para dejarle más atornillado, subiera a la tribuna y desestabilizara a Sánchez diciéndole que en modo alguno aceptaría la salida de Pablo Manuel que es la sal de la tierra y del Gabinete, la seña de identidad, la garantía de transparencia, el escudo social que a todos defiende impidiendo dejar a nadie atrás, el amparo de las de veintipocos como Dina, el antídoto seguro contra las corrupciones, el dique frente a las cloacas, la tuerca de la integridad, el valedor incansable de las justas causas de los pueblos oprimidos y por ahí adelante.

Aunque entonces, llegado a ese punto, podría Pablo Casado pararse a preguntar a ese adalid al que hasta ahora ha tenido demonizado incapaz de comprender cómo nos marca el camino sin respeto al horario ni a las costumbres, ni a los atuendos, ni a las corbatas, ni a las coletas, ni a los moños... ¿A qué haya podido deberse que los intachables de Unidas Podemos, que le siguen sin temor y sin desmayo, hayan dejado en el abandono, como en el cantar de Lágrimas negras, al pueblo saharaui que Franco entregó inerme al sultán contiguo sin consulta alguna, incumpliendo la responsabilidad de potencia administradora que según la carta de Naciones Unidas incumbía a España.

Que la intervención de Abascal en la moción de censura sea "sin limitación de tiempo" pudiera parecer un privilegio, pero acaba siendo una desventaja

Antes de que la señora presidenta del Congreso, Meritxell Batet, nos llame al orden o a la cuestión o de que se erija en defensora de la libertad de expresión, volvamos al artículo 177 del Reglamento según el cual el debate de la moción de censura, previsto para este miércoles a las 9:00 horas, ha de iniciarse con la defensa de la misma, misión que ha sido encomendada a Ignacio Garriga Vaz de Concicao, portavoz del Comité Ejecutivo Nacional de Vox y uno de los 52 Diputados firmantes, todos ellos integrados en ese grupo parlamentario. De Garriga Vaz de Concicao, sabemos que fue elegido por la circunscripción de Barcelona, que es odontologo y profesor universitario. De sus dotes oratorias hablaremos el próximo día. Pero ya le han hecho saber que las reservará para mejor ocasión evitando hacer sombra al candidato que ha de seguirle en la tribuna.

Garriga y Abascal

Que esa intervención de Garriga Vaz de Concicao en defensa de la moción de censura sea “sin limitación de tiempo”, lo mismo que la siguiente, que corresponde a Santiago Abascal, propuesto en la moción para ocupar la Presidencia del Gobierno, pudiera parecer un privilegio pero acaba siendo una desventaja porque induce un deslizamiento hacia la pérdida de concisión, produce desorientación espacio-temporal y favorece que la audiencia a partir del minuto treinta desconecte del orador. Esos discursos-rio, que duran horas y horas a lo Fidel Castro, requieren en la tribuna un seductor de alta graduación bolivariana y a la escucha un público muy fanatizado.

Que la censura carece de horizonte alguno para prosperar está fuera de discusión pero se recomienda a quienes se sientan triunfadores que eviten el extravincere porque explotar el éxito más allá del punto culminante de la victoria puede llegar a ser tóxico y conducir al desastre. Atentos

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