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Opinión

Casado y la estrategia de los pectorales

El presidente del PP, Pablo Casado.

Vamos a tener “Vox” para rato. Nosotros, que creíamos que iba a ser espasmo de un día. No habíamos detectado el volumen de la masa cabreada y el espantapájaros se hizo carne en unas elecciones donde perdieron todos menos Ciudadanos, elemento que se echa en falta a la hora de los análisis mediáticos. La derrota de socialistas, populares y alternativos ha dejado el paisaje como un erial para desaprensivos. No es que la derecha vuelva, es que no se ha ido. ¿O acaso el clientelar gobierno del PSOE andaluz, magníficamente representado por Susana Díaz, de profesión sus labores y hoy amenazada de comprarse una máquina de tricotar heridas políticas, no era esa forma de derecha siciliana tan proclive a la protección de la cosa nostra?

Hay que ser muy cínico para reprochar a Pablo Casado sus acuerdos con Vox al tiempo que blanqueamos los de Pedro Sánchez con los independentistas catalanes. Ambos hacen lo mismo, ligar consensos para gobernar. Cada cual echa mano de la torticera dialéctica del hooligan; los de nuestro equipo son menos peligrosos que los del contrario. A falta de saber la letra menuda de los acuerdos entre PP y Vox, tan secreta como los de Sánchez y Torra, sí se puede asegurar que estamos ante un personal al que le falta un hervor, como reconocía un líder de los populares.

Lo que cuecen no huele nada bien, mercancía rancia: la toma de Granada como gesta patriótica, ¡olvidado Boabdil, que era en su siglo lo más parecido a Mariano Rajoy en el nuestro! Para ambos su gesto más recordado será siempre su despedida. Equiparar la violencia contra las mujeres a la de niños, abuelos y hombres jodidos es diluir y confundir. Cuando leí sus genialidades programáticas entendí que estamos ante unos bisoños ejemplares políticos salidos de los armarios del abuelo. Ya aprenderán las maneras de la casta, si es que a la gente le da por echarse al monte del olvido y votarles. Las etiquetas del poder son tan obvias que se memorizan enseguida.

Cuando leí las genialidades programáticas de los de Vox entendí que estamos ante unos bisoños ejemplares políticos salidos de los armarios del abuelo

La diferencia más notable entre la derecha y la izquierda reside en la memoria. La izquierda tiene, o tenía, propensión a enfrascarse en las experiencias del pasado y vuelve a ellas en cuanto le dan una oportunidad. La derecha, la española, que es la que conozco más, tiende a olvidarse incluso de sí misma y cuando recurre a la memoria es para reprocharle algo al otro, no para mirarse en el espejo.

Es lo que ocurre con el llamado “legado ideológico” de Aznar, reivindicado por los nuevos líderes del PP. Por más que me esfuerzo no logro entender a qué se refieren. Dejemos al margen la economía, en la que soy lego, pero no tanto para no ver en los años de aznarismo una continuidad de las políticas de Felipe González, el único líder del socialismo y los dos huevos duros del marxismo de Groucho, que sufrió una huelga general de verdad. En política interior Aznar buscó a Jordi Pujol y aceptó el famoso “pacto del Majestic” con concesiones no menos llamativas, como las de Pedro Sánchez con sus sucesores. Aznar dio barra libre a Pujol en enseñanza, autonomía de los mossos d’esquadra, medios de comunicación y un largo etcétera que tuvo su guinda en el destierro de Alejo Vidal-Quadras, a quien se cesó por ser el flagelo sarcástico del pujolismo, y se le envió ¡qué casualidad! a Bruselas. Entonces Aznar afirmaba, con esa falta de sentido del ridículo que concede el poder, que “hablaba catalán en la intimidad”. Sus legatarios confirman el carácter despreciable e instrumental de la memoria.

Aznar se vanagloria de haber metido a España en el euro contra la opinión de González. Tengo razones para pensar que el asunto no fue tan sencillo: basta con señalar que lo dice ahora cuando asume el papel de napoleoncito de los pectorales. Quizá esté en el legado de Aznar, aunque ni él lo explique ni sus albaceas lo justifiquen, pero la participación ridícula de España en la guerra de Irak forma parte del catálogo de sus miserias de estadista. Nada se le había perdido allí y nada podía ganar que no fuera una silla en un rancho sureño, con lo que eso supuso para sus relaciones públicas de conferenciante. Aprendió inglés con el mismo profesor que su señora “nais cap of café con leche”. Incluso revirtió su castellano al acento de Kansas.

El PP de Casado busca la batalla en campo abierto, unas elecciones generales, mientras que el PSOE de Sánchez, llegado al poder a lomos de una mentira, gusta de las escaramuzas

Las fake news, cuando aún no existía tal denominación, sobre las armas de destrucción masiva que provocaron una invasión y un destrozo aún mayor que el del régimen de Sadam, tuvieron en Aznar un defensor tan patético como encarnizado. Bush jr y Tony Blair pidieron disculpas por el “error”; nuestro napoleoncito de los pectorales se llama a andanas, como si no fuera con él, va sobrado en la creencia de que su soberbia sirve para aumentar de estatura. Hay que huir de los fantoches que se reconstruyen como castillos de cartón piedra. El gobernante que escoge El Escorial para casar a su hija con fasto cortesano para siervos y ganapanes es que ha sobrepasado la realidad, vive en otra.

Lo mejor que podría hacer Pablo Casado y su PP recién blanqueado es olvidarse del supuesto “legado ideológico” de Aznar y buscar el suyo propio. Lo tiene difícil porque su primer peldaño hacia el poder ha tenido que subirlo con VOX, una excrecencia del resentimiento marginal. Soñaba marcar época, como la Thatcher en Gran Bretaña, y se quedó como Mariano Rajoy, un producto híbrido de registrador de la propiedad y manejador de bambalinas que ni sacaba pecho ¡qué vulgaridad! ni daba gritos ¡qué engorro!

Santiago Abascal, un funcionario en el abrevadero de la política que se fue haciendo entre los represaliados de Euskadi -recuerdo el acoso a su padre, amenazado de muerte por ETA sobre la piel de sus caballos, literalmente- y las faldas ideológicas de Esperanza Aguirre. Nació del PP y carece de memoria, de ahí lo de Boabdil y la xenofobia en una Andalucía que se hizo a retazos y creando mucha emigración, como toda España.

El PP de Casado busca la batalla en campo abierto, unas elecciones generales, mientras que el PSOE de Sánchez gusta de las escaramuzas, enardecidas por el gremio del espectáculo de la inteligencia. El que llegó al poder gracias a una mentira -la convocatoria electoral inminente- puede ganar con otra: yo soy el centro y la izquierda y lo que haga falta para mantenerme en el poder.

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