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Opinión

Casado derrocará a Sánchez

Casado derrocará a Sánchez

A remolque, siempre a remolque. El PP parece incapaz de adelantarse a una sola jugada de Pedro Sánchez. Pese a lo previsible de las apuestas de la factoría de Iván Redondo, el sumo ajedrecista, en Génova apenas atisban los próximos movimientos del Gobierno. Chupar rueda parece la figura que más se adapta a los estrategas del Partido Popular, tan voluntariosos como inocuos, tan prudentes como grisones.

Sánchez lo ha vuelto a hacer. Convocó a los capateces del Ibex, fieles adoradores del poder que emanan los altares del BOE, para lanzar su enésima variante de la invocación a la unidad, la única vía para salir del hoyo en el que él solito, y sus compañeros comunistas, nos han metido. Un ejercicio de flagrante hipocresía, de farisaica desvergüenza, que los allí congregados, que oficiaban el papel de meros comparsas, sonrientes y sumisos, campanilleros y palmeros, acogieron con entusiástico asentimiento, como si se les estuviera convocando a una gesta prometeica.

El villano de la historia

En ese cónclave, el PP recibió el tratamiento habitual. Es el malvado de la película, el villano de la historia, el torturador de libertades, el sojuzgador de demócratas. Poco importa que Sánchez no se haya dignado a reunirse con el líder de la oposición desde el 18 de febrero, que ni siquiera le haya telefoneado en tres meses, que emita jaculatorias malsonantes cada vez que escucha el apellido Casado, que maldiga en arameo en cuanto huele en el horizonte algo que le suene derecha o que ejerza como el presidente del Gobierno más fatuo, endiosado y despótico de nuestra reciente historia. No hay problema. Sus gestos de edulcorado buenismo se acogen con ciega aceptación, sin recelos ni debates. Palabra de Pedro. 

Sánchez convoca a Casado a un ejercicio de unidad que desprecia. Así lo ha explicitado decenas de veces. Su pareja de baile no es el PP sino Podemos, a los que luego se suma ERC y conforman un trío infernal. Si los independentistas fallan, como ahora parece, armará un mecano con Ciudadanos y los liliputienses regionales, siempre prestos a meter cuchara en la sopaboba del puchero público. Pero antes de suscribir estos acuerdos, necesita completar la ceremonia de adornarle el rostro con manotazos insultantes al líder de la oposición. 

Tan exagerados reproches, lejos de ser repelidos por la opinión pública, funcionan como verdades universales, como santos dogmas que se instalan cómodamente entre las neuroncillas del español pasmado

Los más frecuentes oscilan entre que el PP no quiere 'arrimar el hombro', que es heredero del franquismo o que pretende 'derrocar' al Gobierno. O sea, que es un partido 'golpista' porque un derrocamiento implica cierto grado de violencia. Tan exagerados reproches, lejos de ser rechazados por la opinión pública, se reciben como verdades universales, como santos dogmas que se instalan plácidamente en las neuroncillas lerdas del español pasmado a mayor gloria de napoleoncito Sánchez.

Tampoco ahora ha sido capaz Casado de adelantarse a la jugada. Lejos de plantear alguna sonora y firme iniciativa antes de acercarse este miércoles a La Moncloa, el líder de la oposición mantiene inalterable su guión tradicional. Es decir, caer en la ostensible trampa que le tiende su malvado anfitrión. Nadie duda de que ese encuentro no es más que una foto que nace trucada, un mero engaño, un paripé que apesta a detritus. Si Sánchez en verdad buscara apoyos para sacar al país de este espantoso trance, se habría reunido con Casado hace muchos meses para elaborar un plan, diseñar una entente, trazar un proyecto que nos rescate de este horizonte de pesadilla.

No lo ha hecho, ni lo hará. El presidente del Gobierno busca tan sólo sumar los diputaditos suficientes para sacar adelante unos Presupuestos que le permitan culminar mansamente la legislatura más terrible. Con Arrimadas a favor, ya casi tiene completado el equipo. Aprovecha ahora el dramático momento para empozoñar al líder de la oposición y embadurnarle con todas las variantes de derechona arcaica que aparecen en el diccionario. 

Sánchez lo rechazará, naturalmente, y quedaría retratado como lo que es, un aventurero sin escrúpulos capaz de cualquier cosa para mantenerse enhiesto en el trono del césar

Casado debió adelantarse tanto a la mascarada del Ibex como a su propia visita de este miércoles a La Moncloa. Tendría que haber cambiado radicalemente el libreto, haber convocado a los medios este  lunes, a la misma hora en la que Ana Botín flotaba junto a Su Persona, y haberle planteado a Sánchez una oferta definitiva: Romper con sus socios comunistas y suscribir, junto a Ciudadanos, un acuerdo de emergencia económica y sanitaria. Nada de Gobierno de concentración, de coalición o de extremaunción. Nada de palabros sonoros y de ampulosos objetivos, al estilo de las empalagosas pamplinas  que preparan los fogones de Redondo y que recuerdan el anuncio de una cerveza ecolo. Sería necesario tan sólo un programa básico, escueto y eficaz para afrontar la ruina y la pandemia. Sánchez lo rechazaría, naturalmente, y quedaría retratado como lo que es, un aventurero sin escrúpulos capaz de cualquier acción innoble para mantenerse enhiesto en el trono del césar. Pero ya no podría hablar de que el PP quiere 'derrocarlo' sin que le arrojen a la cara republicanos tomates, o le dediquen desagradables epítetos cada vez que actúe junto al pianista Rhodes, impulsor de un club de fans del Ejecutivo de gazmoñería insultante.

Muchos piensan que Casado está a la espera de que la terrible tempestad arroje al PSOE de La Moncloa. Para ello, mejor no moverse. Basta con no meter la pata. Es posible que no se trate de un mal plan. Quizás algo arriesgado porque mientras aguarda a que desfile frente a su puerta el cadáver de su enemigo, quizás se quede sin casa. Mejor le iría si intenta algo, con valentía y audacia, dos virtudes que no cotizan en Génova. No necesita incurrir en el 'derrocamiento' del Gobierno, pero sí en movilizar a ese océano de angustiosos ciudadanos a los que va a arrastrar la marea en cuanto acabe septiembre. Es la hora del PP. Pero Casado a veces se olvida de mirar el reloj.

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