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Opinión

La casa de Puigdemont y la celda de Junqueras

Imagen de archivo de Oriol Junqueras y Carles Puigdemont

Lástima que los separatistas no editen una revista tipo Hogar y Moda o Casa y Jardín. De tenerla, podrían comparar los doce metros cuadrados que ocupa Oriol Junqueras en su celda de Estremera y los más de quinientos que tiene la nueva casa de Carles Puigdemont en Bélgica.

El exilio es un martirio

Desde que el fugadísimo se instaló en Bélgica son muchos los que nos preguntamos de donde sale el dinero que gasta, que no es poco. Veladas en la ópera, banquetes a base de langosta y champán, cenitas de nochevieja con pareja y amigos, ropa nueva, en fin, la vida cotidiana del pobre y desamparado político en el exilio. Ahora conocemos un dato más. Su amigo íntimo, el empresario Josep María Matamala, le ha estado buscando un alojamiento en el que el cesado pueda seguir sirviendo ejemplarmente a la independencia catalana. Apresurémonos a decir que Matamala, Jami para los colegas, que ha estado desde el primer momento junto a Puigdemont en Bruselas, organiza más de cuatro ferias en Girona, la ciudad de la que el cesado fue alcalde. Solo una de ellas, Fòrum Gastrònomic, factura más de un millón de euros anuales. Sigamos.

Pues bien, ese amiguito del alma, ese compi yogui, le ha encontrado al fin una casita, vamos, un casoplón, al del flequillo. Sita en la ciudad de Waterloo – absténganse de hacer chistes, por favor – la futura residencia del ex President tiene quinientos cincuenta metros cuadrados, en los que se incluyen seis dormitorios por si vienen Trapero y Pilar Rahola a hacer una paellita veraniega, tres baños con sauna, una cocina que ríanse ustedes de las de Master Chef, garaje para cuatro vehículos y una magnífica terraza de cien metros con vistas a un hermoso y apacible bosque. Ideal para un estadista. Está en la rue de l’Avocat, nombre predestinado, y la broma cuesta cuatro mil cuatrocientos pavos al mes, debiéndose depositar dos meses de fianza. Una ganga.

Uno no puede por menos que comparar la futura casa de Puigdemont – ya veremos, porque Matamala está pensando en si retira su opción de alquilar debido a la publicidad que se le ha dado al asunto – con otras residencias célebres. Verbigracia, la de Winston Churchill, que tanto gusta citar a los separatistas, desconocedores de que al león británico no les duraban ni medio segundo. Como muchos saben, la casa de campo del Premier fue durante mucho tiempo Chartwell. Siendo una mansión ciertamente lujosa, con diecinueve camas y cinco salas de recepción, disponía de ocho baños, solo cinco más que los del chico del flequillo. A lo mejor es que los ingleses de entonces no se bañaban demasiado, no así Churchill, que mantuvo a lo largo de sus días sólidas costumbres acerca de baño diario y siesta.

Churchill solo tuvo que afrontar una guerra mundial, mientras que él ha de lidiar con el pérfido Estado español, la prensa manipuladora y Ana Rosa Quintana. Donde va a parar"

Claro que lo de Puigdemont es mucho más trágico, al fin y al cabo, Churchill solo tuvo que afrontar una guerra mundial, mientras que él ha de lidiar con el pérfido Estado español, la prensa manipuladora y Ana Rosa Quintana. Donde va a parar.

En el terreno de las comparaciones, sin embargo, nos place mucho más establecer un paralelismo entre esa futura mansión belga – recordemos que, a día de hoy, Puigdemont vive cómodamente en una amplia habitación en un hotel de Joan Gaspart, que se la ha cedido generosamente – y el lugar en el que viven actualmente los dos Jordis, el ex Conseller Joaquim Forn y Oriol Junqueras. Vamos a ello.

¿Qué cabe en doce metros cuadrados?

Si Puigdemont tendrá problemas para decorar esos quinientos metros cuadrados de casita, no le sucede lo mismo a Junqueras. Vive en una celda de doce metros cuadrados. Es un espacio reducido, claro. En lo físico y en lo mental. Las celdas tienden al minimalismo para que, con suerte, se produzca una catarsis en la mente del preso. Se trata de una invitación a la introspección, al examen de conciencia, en suma.

Dicho esto ¿sirve de algo a los todavía presos en Estremera? ¿Les sirvió de algo a los que están en libertad bajo fianza? No. Una cosa es querer salir a la calle y otra reconocer los yerros que te llevaron hasta la prisión. No tengo la menor duda acerca de que siguen pensando lo mismo los dirigentes separatistas presos, en libertad o posiblemente ingresados en un futuro no muy lejano. Continúan creyendo en una Cataluña separada de España. Ahora bien, le juran al juez que vuelven al sendero constitucional, que acatan el 155, que renuncian a la vía unilateral, lógicamente, para librarse de esos doce metros cuadrados, litera y baño incluidos. Humanamente se comprende. Cuando uno hacía el tonto militando en el anarquismo en los dos últimos años del franquismo, apenas con catorce años, lo primero que te enseñaban era a decir “Señor comisario, yo no sé nada, pasaba por allí y no me meto en política. Y si hay que firmar un papel, firmo lo que sea”. Lo que fuera con tan de poderte librar del palo que te caía fijo.

Decir que se es independentista, que los tuyos han ido a por ti, tener paralizado a todo un país o dártelas de mártir mientras vives como un señorito en un país extranjero es de juzgado de guardia"

De ahí que los de Esquerra anden cabreados, no, lo siguiente, con los del PDeCAT, con Puigdemont y con el Dios que los menea, y disculpen. Decir que se es independentista, que los tuyos han ido a por ti, tener paralizado a todo un país o dártelas de mártir mientras vives como un señorito en un país extranjero es de juzgado de guardia. Junqueras le comentaba a una persona de su confianza, y esto lo sé con toda seguridad, que si aquí alguien había abandonado a los suyos era Puigdemont, con su huida cobarde a Bruselas y su negativa a volver a España para afrontar a la justicia.

Esa es la diferencia entre Junqueras y el fugado. Sin querer defender al líder de Esquerra, que es tan culpable como Puigdemont de todo este fregado en el que estamos metidos, hay que reconocerle que ha aceptado gallardamente someterse a la justicia. Si luego dice que llevará su caso al Tribunal de Derechos Humanos, a la ONU o al senado imperial galáctico, eso ya son puras estrategias de la defensa y como tales hay que entenderlas. Pero está en la trena desde hace tres meses, com él mismo recordaba en un tuit el día que se hicieron públicos los mensajitos de Puigdemont. Y no come ni langosta ni bebe champagne ni planea alquilar una casa lujosa en ningún sitio. Su horizonte no va más allá de la pared y parece normal que quiera fastidiar a uno que pretende tener al alcance de su vista el bosque de diez hectáreas que se divisa desde la terraza de la casita de Waterloo.

Esa es la diferencia entre Junqueras y el fugado. Sin querer defender al líder de Esquerra, que es tan culpable como Puigdemont de todo este fregado en el que estamos metidos, hay que reconocerle que ha aceptado gallardamente someterse a la justicia"

Junqueras, no nos cansaremos de decirlo, ha sido un pardillo al creer que podía trolear a los ex convergentes. Estos saben latín y no se les pilla en un renuncio así como así. Son décadas de chupar de la teta y de cobrar bajo mano suculentos porcentajes, y eso enseña, vaya que si enseña. De ahí la situación tan dispar que viven los dos protagonistas del intento de golpe de Estado separatista. Uno a punto de instalarse en una especie de castillo de Moulinsart, cual moderno capitán Haddock, el otro en una cárcel que, no por moderna, deja de serlo.

La guinda de este pastel es que los otros fugados en Bélgica estudian irse también a vivir a Waterloo, por aquello que decía Josep Pla acerca del carácter catalán cuando afirmaba que éramos animales que sentíamos nostalgia. Sería entrañable ver a esos personajes jugando al parchís una tarde de domingo belga, que son tristes a más no poder, se los aseguro, al amor de la lumbre y contándose batallitas acerca de quien ha sido más patriota, más republicano y más heroico.

Si esto sucediera, cosa que no es para nada imposible, porque algún medio belga ya apunta a las posibles ocupaciones que podría desempeñar el fugado para ganarse la vida por sus propios medios – sería una novedad -, los partidarios de Puigdemont tendrían que ir pensando en peregrinar como mínimo una vez al año a Waterloo para postrarse ante tal santo varón. A ver si les concede el don del discernimiento.

A Estremera dudo que vayan. Ya lo han hecho algunos para la consabida foto y hacer declaraciones tan altisonantes como huecas. A los presos se les acaba por olvidar. Es más fácil tener presente quinientos metros cuadrados que doce. Pura cuestión de tamaño.

Miquel Giménez

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