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Opinión

Carta a un rey que se aburre

El rey Juan Carlos I.

Aquel día había cena de tronío en uno de esos fincones que nuestros ricos se han hecho construir por los Montes de Toledo, la vertiente norte de Sierra Morena y parte de Extremadura, con miles de hectáreas en cada caso dedicadas a la caza mayor. Entre los invitados se hallaba el rey Juan Carlos I. Al día siguiente se anunciaba montería de las buenas. Y es costumbre, además de cortesía obligada, que la cena de bienvenida del viernes no dé comienzo hasta que el Rey ocupe la presidencia de la mesa. Pero aquella noche ocurrió que, con el Emérito en su asiento, el servicio no podía empezar a despachar las viandas por culpa de una silla vacía. Casi diez minutos tardó en hacer su aparición escaleras abajo un Juanito Abelló que, campanudo, acababa de dejar su habitación para incorporarse al grupo. El aludido trató de disculparse echando mano de una frase banal que el monarca, alzando la voz, zanjó con voz firme:

¡Juan, que sea la última vez!

El millonario, sorprendido, intentó una nueva broma que Juan Carlos I cortó definitivamente en seco:

¡Juan, te lo repito, que sea la última vez…!

Cuentan que el silencio que siguió gravitó como una losa durante la cena sobre las cabezas de los reunidos. Los Borbones son así. Han sido muchos siglos de ordeno y mando, mucho tiempo dictando sin cortapisas, muchas espaldas doblándose cual juncos prestos a la adulación cortesana. “Un rey no tiene amigos”, solía decir Mario Conde después de que Juan Carlos I, su íntimo hasta entonces, le dejara colgado tras el escándalo de la intervención de Banesto por el Gobierno González. “Un rey te permite ser su amigo, en el bien entendido que lo eres para servirle y sin que debas esperar recompensa o trato de favor alguno”.

Viene esto a cuenta de la intención del ahora rey emérito de regresar a España desde su exilio dorado en Abu Dabi. El señor se aburre y quiere volver. Está acostumbrado a convertir sus deseos en órdenes. Y en España una legión de aduladores, amigachos ricos que consintieron sus abusos y contribuyeron a ocultarlos cuando no los disculparon o, lo que es peor, le ayudaron a perpetrarlos, le anima diariamente a que regrese, le jalea, usted no ha cometido ningún delito, Señor, usted es un español como otro cualquiera, bueno, es mucho más que eso, ¿por qué no va a poder volver a España en Navidad? ¿Por qué no poder pasar las fiestas con los suyos? Diga usted que sí, y el hombre se crece, se aburre en Abu Dabi, él, que ha probado ya todos los manjares del lujo, se abruma en un desierto de rascacielos de cristal lleno de placeres que su edad ya no le permite saborear, e insiste en regresar a España, los amigos cazadores le están esperando como agua de mayo, las mejores escopetas, tiene que volver, le dicen, para probar ese artilugio que le han construido en Eibar, lugar donde se fabrican las mejores armas de caza, una estructura que le permite disparar semiincorporado amortiguando el retroceso del arma y que aún no ha estrenado, de modo que sus fieles escopeteros, Alcoceres y Abellós, no dejan de animarle, Majestad, dese prisa que le estamos esperando…

Pero al Señor, con más años que Carracuca, debería ocurrírsele sin necesidad de que nadie con sentido común se lo haga ver, que no puede volver a España en estos momentos

Pero al Señor, con más años que Carracuca, debería ocurrírsele sin necesidad de que nadie con sentido común se lo haga ver, que no puede volver a España en estos momentos, no puede hacerle esta putada a su hijo el rey Felipe VI, no puede y no debe regresar en las circunstancias por las que atraviesa el país y la propia institución, sometida a todos los embates por parte de los enemigos no ya de la institución, sino de la propia nación, de la existencia de España como nación. Somos millones, Señor mío, los españoles que nos hemos sentido escandalizados por el tamaño de su impudicia a la hora de acumular dinero, a la hora de recibir comisiones, a la hora de incumplir sus obligaciones con Hacienda, y que, conscientes como somos del momento histórico que vivimos, hemos accedido, a la fuerza ahorcan, a tragarnos el sapo de esa conducta suya de años en el bien entendido de que tenemos que apoyar a su hijo Felipe VI, tenemos que respaldar la monarquía sin ser monárquicos, apoyar al jefe del Estado como dique de contención, piedra angular sobre la que descansa el edificio constitucional que es garantía de nuestras libertades.

Abrir ahora el melón de las pasiones desatadas monarquía-república es una locura sin sentido. Nuestra obligación de españoles demócratas es mejorar la calidad de nuestra democracia, elevar el prestigio de las instituciones, reforzar la división de poderes, asegurar las libertades y trabajar para levantar un país a punto de ir a la quiebra por culpa de la crisis provocada por la pandemia y la incapacidad de este Gobierno para hacerle frente. No estamos para debates de mesa camilla, ni para picar el anzuelo que los enemigos de la democracia liberal intentan hacernos morder para llevarnos por el camino de perdición que ansían. Y en esto viene usted, un señor a quien el Gobierno ha mandado al exilio, dispuesto a hacerlo todo más difícil, a envenenar la situación insistiendo en regresar alentado por el coro de pelotas cortesanos que lo adulan, insiste usted en volver aun a riesgo de asestar el golpe definitivo a la institución que durante 40 años ha representado, se empeña usted en hacerse presente aun a costa de poner definitivamente a su hijo en el disparadero. Triste empeño que no hace sino poner de relieve la dimensión moral, por no hablar del patriotismo, que le asiste. Usted, además de un corrupto, es un irresponsable como la copa de un pino.

Demoler los cimientos de la monarquía

Nos hemos tragado el sapo de su inaceptable conducta de siempre (desde el día, muy al principio, en que siendo príncipe de España dirigió usted una misiva al presidente de la multinacional Ford, deseosa de instalarse en Almusafes, recomendando a su íntimo Prado y Colón de Carvajal como jefe de su oficina de cobros) y ahora pretende que nos traguemos el sapo añadido de esta vuelta caprichosa que pondría en manos del populismo comunista la gasolina suficiente para prenderle fuego al edificio constitucional entero. No sé si está usted al corriente de lo que está pasando por aquí. Le contaré un ejemplo de este lunes, 14 de diciembre, TVE, programa matinal La hora de la 1. La presentadora, una especialista en isobaras reconvertida, introduce a debate la cuestión del Emérito preguntando a los tertulianos “si Felipe VI está acorralado” (sic).  

“¿Qué va a hacer el rey Felipe VI?”, toma las riendas Ana Pardo de Vera, exdirectora y alto cargo del diario digital Público (propiedad del millonario comunista Jaume Roures). “La opinión pública, por cierto, según la encuesta que publicamos 17 medios (…) se muestra contraria a la monarquía, y la mayoría más mayoritaria pide un referéndum sobre la forma de Estado. Entre estos hay que destacar a las generaciones que vienen. Los jóvenes no se sienten en absoluto identificados con la monarquía. Qué puede hacer el rey Felipe VI, la monarquía está blindadísima en la Constitución. Si algo hizo Franco y Juan Carlos I fue atarla archi… muy bien, muy bien, es muy difícil que haya ese referéndum y es muy difícil acabar con la monarquía que nos vino sin referéndum previo, porque, como dijo Adolfo Suárez, ganaba la república. El sentimiento republicano en España es mayoritario. ¿Qué va a hacer el rey Felipe VI…?”.

Pardo de Vera, que se define como “filóloga”, siguió perorando de la misma guisa, mezclando churras con merinas, iniciando propuestas gramaticales que terminaban en el albañal del sinsentido, y todo muy campanudo, muy segura de sí misma, con enorme facundia, con la conductora del programa a la luna de Valencia o muy complacida, porque se trataba precisamente de eso, de seguir demoliendo los cimientos de la institución en la televisión pública, la televisión de todos los españoles pagada con el dinero de los españoles. Cómo sería la cosa que Juliana, el gran Enric Juliana, tertuliano habitual de la chica de las isobaras, se vio obligado a intervenir para poner cierta cordura en aquel gallinero enrojecido y ágrafo, al cien por cien reñido con el rigor histórico y el otro, el gramatical, propio de cualquier cabeza mínimamente amueblada.

Ya ve usted cómo está el patio por aquí, Señor mío, de modo que quédese donde está, que más se aburren los del Pozo del Tío Raimundo con el frío, más solos se sienten los que han perdido el empleo por culpa de la crisis, más sufren los que han visto a sus mayores morir en la soledad de un hospital sin poder darles un abrazo, más se angustian quienes no tienen con qué pagar el alquiler del piso, más se atormentan los que han visto volar sus ahorros porque han tenido que cerrar su empresa… Hágame caso, quédese usted en ese súper hotel donde se hospeda o le hospedan, y cuando termine de holgar con sus amigos del turbante cómprese una residencia en Ginebra junto al lago Leman, quizá ya la tenga, e instálese allí de por vida, a tiro de piedra de España y de sus amigos de las escopetas. Dedíquese a disfrutar en paz de su dinero y, sobre todo, deje de tocar las pelotas a los españoles. ¿O es que nos hemos vuelto todos locos?

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