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Opinión

La pasarela Cibeles

La convocatoria electoral cogió desprevenidos a los candidatos veteranos que organizan tales eventos y cuando se improvisa sucede que cada cual se atiene a lo que entiende más seguro

La pasarela Cibeles
Los candidatos de todos los partidos el pasado 21 de abril en Telemadrid. Europa Press

El desfile de modelos está provocando unas tensiones entre el público que amenaza con llevarse por delante a los organizadores. Demasiados excesos en los atavíos que enseñan y una sensación de que han echado mano de todas las argucias del oficio con tal de encandilar a unos espectadores que no acaban de creer lo que ven sus ojos. Si los vestuarios son tan excesivos lo normal es que el público acabe comprando lo que le parece más seguro y menos chocante.

Es sabido que las pasarelas de la moda están concebidas para sorprender con el atractivo de las marcas de tronío, pero el personal acaba inclinándose a eso que puedan ponerse sin arruinar sus economías ni escandalizar a los amigos. Nada más ritual que una exhibición de modelos, porque esconde una verdad incontrovertible: todo lo que se muestra está diseñado para exhibirlo y como las modelos son mudas por obligación nadie dice la verdad que rompa la engañifa.

La convocatoria cogió desprevenidos a los veteranos que organizan tales eventos, y cuando se improvisa sucede que cada cual se atiene a lo que entiende más seguro. Como los sabios del lugar, expertos en farándulas, habían decretado que la presidenta Díaz Ayuso era tonta de balcón -antigua denominación que se aplicaba a los tontitos de los pueblos a los que ponían en los ventanales del salón para que vieran pasar a los parroquianos- entonces no les pasó por la cabeza que los arrollara de manera brutal e inmisericorde; tendremos mucho tiempo, me temo, para hablar de ella.

Sacaron del almacén de bienes usados y amortizados al tedioso orador de la parroquia, Gabilondo, le quitaron a toda prisa el polvo de la pechera y le echaron a la pasarela; ni le cambiaron la vestimenta, “te basta con lo puesto”

El partido dominante, formado por Sánchez y mayordomos varios, necesitaba tiempo para inventarse a un candidato -los del mando único son lentos y Sánchez constituye un modelo del género; el jefe, por principio, nunca se equivoca y ha de preverlo todo-. Sacaron del almacén de bienes usados y amortizados al tedioso orador de la parroquia, Gabilondo, le quitaron a toda prisa el polvo de la pechera y le echaron a la pasarela; ni le cambiaron la vestimenta, “te basta con lo puesto”.

Ciudadanos pasó lista y no quedaba más que Edmundo Bal, de hígado inoxidable después de haber tomado cicuta tras cicuta y aún tener fuerzas para subirse a la moto. Una especie de alférez en el El Álamo, donde ya no quedan soldados ni oficiales sino gente melancólica que tiende a evocar lo que pudo haber sido y no fue. Reconozco que se necesita mucho valor para, a estas alturas de la política, salir a pelear contra molinos de viento y malandrines, pero confío que no lea y así sobrevivirá sin aprensiones. Mi vida por un 5%,… no es precisamente un verso para Shakespeare, pero dado que ya no hay caballos que montar ni bosques donde esconderse, tiene su aquel, y sin enternecerme, porque las pasarelas son para gente que ni ríe ni llora, cabe al menos un respeto para quien no aspira a otra gloria que sobreponerse a la desdicha.

Hay gente que considera a las serpientes un agradable animal de compañía; carezco de experiencia y soy mayor y antiguo, y me provocan rechazo las especies que sonríen sin que sepas muy bien por qué.

La representante de Vox, por buen nombre Monasterio, tiene la particularidad, muy útil para sus presupuestos políticos, de expresarse de un modo que le salen las palabras a la manera cubana: es su ascendiente; sonríe dulcemente al tiempo que no se sabe si habla o escupe. Pese a su soltura de antigua niña con fortuna hay algo en ella de opaco, como si el físico aparentemente normal ocultara esa delicadeza del ofidio. Hay gente que considera a las serpientes un agradable animal de compañía; carezco de experiencia y soy mayor y antiguo, y me provocan rechazo las especies que sonríen sin que sepas muy bien por qué.

La existencia de Más Madrid y más aún la de su candidata, la anestesista García, es una prueba de que somos un país sobrado donde cada cual está donde le peta. La invención de Más Madrid y el papel que desempeñaron las magdalenas de Manuela Carmena, artesanía doméstica al parecer de quien conozco lo suficiente como para dudar que su saber gastronómico sobrepase el inmarcesible huevo frito con puntilla, es resultado de un festín de egos que dejó sobre la mesa un plato local. La diferencia más notoria entre la anestesista Mónica García, nueva en este oficio, y Pablo Iglesias Turrión, tertuliano diplomado, consiste en que ella viene de la modestia de un oficio difícil y él ejerce siempre como dilapidador de palabras.

No la acompaña la oratoria, ni tampoco ese gesto profesional tan común en los anestesistas, de intimidar con una frase, en ocasiones perentoria: “¿Es usted alérgico a algo?” Empatía ninguna, audacia toda, pero como buena parte de la ciudadanía madrileña está ya esperando que la duerman y la curen, la miran tal si fuera la penúltima esperanza de una izquierda que ayudada por el vapor que desprendía el poder creía que la gente, su gente, era limpia, consecuente y veraz hasta que observó sus entretelas. Mónica García va a captar al final el resultado del voto del rechazo de una izquierda anonadada por la golfería de sus representantes. Más Madrid, el invento de las magdalenas, se convertirá en algo similar a lo que el imaginario insufló en Ciudadanos cuando los callejones para huir estaban cerrados y ni ellos sabían hacia dónde correr.

Más Madrid, el invento de las magdalenas, se convertirá en algo similar a lo que el imaginario insufló en Ciudadanos cuando los callejones para huir estaban cerrados y ni ellos sabían hacia dónde correr

Y entonces apareció ÉL, como en las peleas de barriada. “Dejádmelo a mí, que lo soluciono yo con un golpe maestro”. La firma de Pablo Iglesias Turrión. No venía a salvar nada que no fuera el mobiliario y se encontró con la realidad. El tiempo no sólo había hecho crecer su patrimonio, también le saltaron las agujetas que provoca el ascenso a la cumbre sin pisar ni siquiera los escalones, su mujer dejaba caer unos chorretones que hubieran avergonzado a Evita Perón, eso sí, bautizó la casa usada con un toque de costurera emancipada; dejaron de estar “Unidos” para quedarse “Unidas”.

Al fin y al cabo ¿no era suyo todo: la casa, los niños, el partido, la ambición? No se puede ser tan pagado de sí mismo como para creer que has logrado convertirte en moneda de curso legal. Nunca hay fondos suficientes para alimentar a los medios adictos, nunca tienes tanta saliva como para seguir diciendo las mismas palabras a los oídos que se van cubriendo de cera. El entusiasmo que provoca “tocar poder” es individual, onanista, no basta para la encandilada feligresía que espera la buena nueva de una beca de por vida. Yo le conocí cuando aún hablaba; ahora grita. No sé muy bien si pidiendo socorro. Pasada la pasarela Cibeles volverán a vestirse con la ropa que tienen. Y está sudada.

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