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Opinión

Estamos cabreados

Rita Maestre en una imagen de archivo.

Estamos cabreados, se nota en el ambiente una hostilidad y malhumor que empieza a pasar factura en todo tipo de relaciones. Muchas veces, uno mismo no se da cuenta, son los demás, cuando pasados unos días, te comentan… ¿cómo estas? El otro día te noté tenso… un eufemismo para no decir de mala leche. Es normal, las emociones son la respuesta a una determinada situación de especial relevancia y concluiremos todos, que esta sin duda lo es.

Llevamos más de un mes confinados en nuestras casas, los más afortunados con ventanas y balcones; el número de contagiados disminuye a una velocidad más lenta de lo que desearíamos y esperamos; los cuatro ceros en las cifras de fallecidos hacen que todos los españoles le hallamos dado el pésame a alguien más o menos cercano; la economía suspendida en el terreno de lo nunca visto hace que los economistas no tengan modelo alguno para predecir cómo será la recuperación y en cuanto tiempo; economías domésticas echas trizas, proyectos vitales retrasados para un septiembre que se eleva como el horizonte lejano en el que todos querríamos poder hablar en pretérito pluscuamperfecto. Cómo no vamos a estar cabreados, si los indicios positivos se ahogan en un mar de malas noticias e incertidumbres.

El miedo y la ira hace que en lugar de hacerles un pastel y dejárselo en la puerta, les invitemos a irse para poder descansar tranquilos

Esa ira es la que hace salir lo peor de nosotros, como esas notas de la vergüenza anónimas que señalan en los ascensores a los héroes de esta crisis. Esta semana se han multiplicado fotografías por redes sociales de comunidades pidiendo a los vecinos que tiene que trabajar, que se mudaran por miedo al contagio. Personal sanitario, de limpieza, de comercios, transportistas, operarios, … vamos, todos aquellos que se sacrifican diariamente para que al menos, lo básico e imprescindible funcione. El miedo y la ira hace que en lugar de hacerles un pastel y dejárselo en la puerta, les invitemos a irse para poder descansar tranquilos, mientras tenemos nuestras neveras y los hospitales llenos.

Esa ira es la que nos incendia por dentro preguntándonos por qué. Por qué nos tiene que pasar esto, justo cuando… y ahí le pueden añadir la situación vital que quiera, porque son todos momentos vitales normales, pero que nos anclan a nuestra vida anterior para ayudar a recordar que solo hace un mes y medio cada uno vivía la suya en libertad y sin miedo. Justo cuando nos íbamos a mudar, justo cuando nos íbamos a casar, justo cuando teníamos el viaje de Semana Santa, justo cuando son las ferias que más nos gustan… y ahí cada uno lo suyo. Por qué me tiene que pasar esto a mí… en lo que concluirán conmigo, es un ejercicio de egoísmo en toda regla.

La teoría de la responsabilidad china

Esa ira es la que hace que busquemos culpables. No lo podemos evitar, estamos programados para hacerlo, necesitamos hallar las explicaciones de aquello que nos pasa, nos preocupa y sobre todo buscar los culpables para responsabilizarlos. Debido a un sesgo cognitivo, al ser humano le cuesta creer que la responsabilidad es suya, se llama sesgo de la responsabilidad externa, la cual lleva a atribuir a los demás todo tipo de culpabilidad. Y de ahí emergen las teorías xenófobas de la responsabilidad china, las teorías de la falta de previsión o las teorías de la fallida del Estado de las autonomías… y las que vendrán.

Malas palabras

Esa ira nos hace tener conductas adaptativas para comunicar ese malestar interno al mundo exterior. Estamos cabreados y se lo hacemos saber a nuestro entorno con nuestro carácter alterado, con acusaciones e insultos en las redes sociales, con notas amenazantes a nuestros vecinos, con malas palabras para nuestras familias. Porque, además, debido al “efecto audiencia”, estos estados subjetivos se manifiestan de forma más intensa cuando tenemos público, real o virtual, de modo que sobreactuamos.

Es el momento de poner a prueba nuestras capacidades y, sobre todo, es el momento de cuestionar nuestros sesgos, aquellos que nos invitan a culpar a todo el mundo; aquellos que nos hacen pensar que esto se podía haber evitado; aquellos que nos invitan a confirmar nuestras creencias y desechar todo tipo de información que las contradice; también aquel que nos conduce a pensar que todos están equivocados menos yo. Porque yo también puedo estar equivocada, es más, estoy segura de que lo estoy.

Y si hacemos ese pequeño-gran esfuerzo, podemos colaborar para que esta crisis sea más llevadera, menos crispada. Esa puede ser nuestra responsabilidad, la regulación racional sobre nuestras emociones y sobre su manifestación externa, la de saber que nuestras acciones generan respuestas y así es como se alientan las espirales de violencia o de apaciguamiento. Como ejemplo, Almeida y Maestre en el pleno del Ayuntamiento de Madrid. En sus caras no había cabreo, reflejaban humildad y cansancio, humildad frente at tsunami que nos azota y cansancio por la responsabilidad de saber que una parte de esa crisis les toca a ellos. Tiempo habrá para la crítica, pero hoy asumamos cual es el papel de cada uno de nosotros y responsabilicémonos del clima social y la espiral que entre todos estamos generando.

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