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Opinión

Sobre los burócratas y el poder del Estado

El fiscal especial de la llamada trama rusa, Robert Mueller, en una imagen de archivo

Atrápame si Puedes” (2002) es una película menor en la obra de Steven Spielberg por la que siento una debilidad especial. El filme narra la historia de Frank Abagnale, un estafador brillante y audaz que completó una de las más brillantes carreras criminales de la historia antes de cumplir 21 años. A principios de los años sesenta Abegnale falsificó cheques, cometió una variedad de fraudes bancarios y estafas, se hizo pasar por piloto de PanAm, profesor de sociología, médico y abogado, viajó por todo el mundo, protagonizó dos sonadas fugas y llevó de cabeza a departamentos enteros del FBI, que apenas podían creer que un adolescente estuviera cometiendo tales hazañas.

Aunque Spielberg centra la historia en el estafador, interpretado por un estupendo Leonardo Di Caprio, mi personaje preferido es, Carl Hanratty, el agente del FBI obsesionado con atrapar al fugitivo Abganale. Hanratty (Tom Hanks en el filme) es un hombre gris y con escaso sentido del humor, alguien perfectamente consciente que su presa es seguramente alguien más listo y ocurrente que él. Es también alguien aplicado, paciente y extraordinariamente tozudo, que sabe que el FBI puede cometer múltiples errores en la investigación mientras intentan estrechar el cerco, mientras que Abagnale no puede fallar ni una sola vez.

La investigación sobre la interferencia rusa en las elecciones USA de 2016 está en manos de un tipo meticuloso, trabajador y excepcionalmente aburrido

Involuntariamente, “Atrápame si Puedes” es una oda a la burocracia y al poder del Estado. El FBI en el filme es una organización inane, gris e inflexible llena de tipos inanes, grises e inflexibles. Es también una maquinaria imperturbable, obsesiva y meticulosa capaz de agotar a cualquiera a base de lanzarle hordas de agentes tras sus pasos. Al FBI no le importa que le dejen en ridículo varias veces, porque no tiene sentimientos; es una burocracia gigante y básicamente inmortal. A la maquinaria del Estado no le importa dedicar una década a un asunto porque es eso, una maquina: un conjunto de hombres grises vestidos en trajes una talla demasiado grande o pequeña infinitamente reemplazables, haciendo su trabajo sin cesar. La burocracia, el Estado, no se cansa nunca.

Estos días, las noticias sobre la investigación de Robert Mueller acerca de la interferencia rusa en las elecciones del 2016 en Estados Unidos me han hecho pensar en Hanratty y la película de Spielberg. Mueller es esencialmente el ur-burócrata, la encarnación del ideal de servidor público anónimo hecho fiscal especial. El tipo sirvió en Vietnam en los Marines (se alistó como voluntario), fue condecorado, trabajó durante décadas en la fiscalía, ocupó cargos destacados en el departamento de Justicia y fue nombrado director del FBI. Según todo el que le conoce, es un tipo meticuloso, trabajador y excepcionalmente aburrido. Inteligente y capaz, pero en ningún caso brillante o carismático.

Es, por tanto, el hombre perfecto para dirigir una investigación criminal compleja que tiene como potencial sospechoso al hombre más poderoso del planeta. En un lugar como Washington DC, donde absolutamente cualquier cosa, por muy secreta que sea, acaba por ser filtrada a la prensa, Mueller y su equipo de fiscales (un puñado de burócratas como él, escogidos por el mismo Mueller) han trabajado en secreto, sólo revelando su trabajo cuando toca llevarlo delante de un juez. De forma implacable, han dirigido sus esfuerzos a forzar admisiones de culpa por parte de una larga serie de miembros del equipo de Donald Trump a cambio de que colaboraran con la investigación. De este modo, figuras secundarias dentro de la campaña han aportado información sobre las actividades de sus jefes, a su vez forzándoles también a cooperar.

En España, una pequeña legión de funcionarios se han dedicado a desmontar una trama de corrupción tras otra, sin importarle lo más mínimo quién estaba en el Gobierno

La investigación ha sido especialmente despiadada con Paul Manafort, el que fuera jefe de campaña de Trump. Mueller concentró sus esfuerzos en Rick Gates, mano derecha de Manafort, lanzándole encima una cantidad demencial de acusaciones que esencialmente le iban a dejar en la cárcel de por vida a poco que le fuera mal el juicio. Gates acabó por pactar una admisión de culpa a cambio de testificar contra su exjefe. Manafort resistió tozudamente al principio, así que Mueller le llevó a juicio. Le condenaron por ocho delitos, algo que le costaría décadas de cárcel. Con otro juicio por cargos separados en ciernes, y en vista de que de lo contrario moriría en prisión, Manafort llegó a un acuerdo con Mueller para admitir culpa, cumplir unos pocos años de condena, y cantar como un pajarito sobre todo lo que sabe de lo sucedido durante la campaña electoral. Veremos si lo que sabe es suficiente para hacer caer un presidente.

Mueller y su equipo, por supuesto, no son un caso excepcional si hablamos de burócratas e investigaciones. Durante la última década en España hemos visto como una pequeña legión de funcionarios armados con hojas de cálculo, toneladas de documentación y miles de horas de trabajo se han dedicado a desmontar una trama de corrupción tras otra, sin que les importara lo más mínimo quién estaba en el gobierno. Mariano Rajoy y el PP pueden dar fe de esta labor, así como unos cuantos expresidentes autonómicos y algún miembro de la casa real.

España siempre ha sido un país de funcionarios poco imaginativos; la administración española no pondrá un hombre en la Luna o creará internet. Sin embargo, en lo que tareas “de Estado” se refiere, cosas como investigar crímenes y perseguirlos, tiene la obcecación y paciencia infinitas de las mejores policías y agencias de seguridad del planeta.

Los burócratas y la burocracia tienen a menudo mala prensa. En ocasiones esta reputación es merecida; gente inflexible, atada a las reglas, obsesionados por mantener su poder institucional. Lo que no podemos olvidar, sin embargo, es que el Estado, la administración, los funcionarios, son organizaciones imprescindibles, y que su propia estructura hierática, inamovible y eterna es lo que a menudo las hace excepcionalmente competentes en su trabajo.

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