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Opinión

La nueva Inquisición lincha a Enrique Bunbury por disentir

Enrique Bunbury

Con Enrique Bunbury ocurre como con la familia política: ambos están compuestos por muchas personas y siempre hay alguna que es mejor observar de lejos. A poder ser, a una distancia no menor de la que separa Madrid de Urano. Es cierto que la imitación es una parte fundamental en el arte, pero nunca he entendido la obsesión de este artista por emular a Bowie, Dylan o Marc Bolan. En sus canciones y en sus estilos. Un ejemplo es su (gran) tema Lady Blue, que es una mezcla entre Life on Mars y Space Oddity de Bowie. También versa sobre lo mismo que Rocket Man, de Elton John; o que Serenade, de la infravaloradísima Steve Miller Band.

Cuando uno es preso de tantas influencias, normalmente acaba pareciendo una especie de Frankenstein, algo bien conocido desde por Pedro Sánchez hasta por algún que otro periodista, que ha recorrido todo el espectro ideológico en función de quien repartiera las sillas en las tertulias en cada momento. Alguno comenzó haciendo loas a Franco y ha terminado, con los sucesivos gobiernos, haciendo el 'Ángel, Siseñor'.

Al músico aragonés se le ocurrió recientemente decir lo que piensa y, ya se sabe, eso está desaconsejado hoy en día, especialmente si implica cuestionar las verdades absolutas de la propaganda progresista. Es cierto que Bunbury ha introducido en su discurso cierta teoría de la conspiración sobre las vacunas que resulta absurda, pero también lo es que ha advertido de un fenómeno que debería estar en el centro del debate de todos los países desde hace mucho tiempo: ¿hasta qué punto las instituciones supranacionales pueden condicionar las políticas de cada uno de los Estados?

El asunto no es baladí, pues ya se sabe que estas organizaciones suelen padecer de una visible cojera. Es decir, que apoyan los intereses de unos países o regiones de una forma más clara que los de otras. En una reciente entrevista, Bunbury se refirió, en concreto, a la OMS, y avisó: “Hay normas que quieren imponer de forma global que no deben ser aceptadas contra los pueblos independientes. Que Argentina tome sus propias decisiones, que España tome las suyas, que México y Alemania igual, y que sean independientes a lo que quieren (Bill) Gates y la Organización Mundial de la Salud”.

De paso, cometió quizá el mayor error en el que uno puede incurrir si no quiere ganarse la enemistad de los lobbies progresistas: apoyar una decisión de Donald Trump de sacar a Estados Unidos de la OMS”.

Poetas que inspiraron a Bunbury

Unos días después de que pronunciara esas palabras, por causalidad, la prensa ha advertido de que un escritor vallisoletano publicará en los próximos días una obra que versa sobre “el polémico” método que utiliza Bunbury para componer sus canciones, que, en algunas ocasiones, consiste en adaptar versos o estrofas de poetas y escritores. En el país que se puede recorrer, de norte a sus, saltando de libro intrascendente en libro intrascendente, llama la atención que, de repente, gane relevancia una publicación sobre este cantante.

Lo más curioso es que algunos de los literatos en los que se inspira, como Fernando Arrabal o Fernando Sánchez Dragó, celebran los 'homenajes' de Bunbury. Pero sobra decir que las vedettes mediáticas de la izquierda han aprovechado la ocasión para despotricar contra el artista. En realidad, lo han hecho durante la última semana, desde que se publicó la entrevista en la que Bunbury cuestionaba el discurso mayoritariamente aceptado. Reitero, caía en la conspiranoia -hablaba de posibles vacunas que incluyeran un microchip-, pero daba en el clavo al afirmar que sería un error que las normas que determinadas organizaciones quieren imponer de forma global minaran los derechos individuales.

Hay algo verdaderamente siniestro en la forma de actuar de quienes promueven estos linchamientos contra cualquiera que cuestione el discurso progresista mayoritario. Porque la reacción que reciben en su contra suele ser excesiva y siciliana. Busca el asesinato civil del 'díscolo' en cuestión y supone un aviso a navegantes, pues cualquiera que se atreva a poner en duda las 'verdades oficiales', aunque estén compuestas de enormes patrañas, se expondrá al escarnio público”.

Lo peor de que la turba que rodea a este neofascismo polite haya adquirido tanta fuerza es que la crítica cada vez está más expuesta a una reacción agresiva. En esas condiciones, el establecimiento de patrañas y medias verdades interesadas como dogmas de fe es cuestión de tiempo. En realidad, ya ha ocurrido.

Por eso, personas como Bunbury se ven sometidas a tal escarnio; y, por eso, será difícil que vuelva a poner en cuestión cualquier punto de la delirante agenda progresista. Tiempos muy oscuros nos aguardan.

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