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Opinión

Reprobar a Juan Carlos, blindar la Corona

El rey Felipe VI junto a su padre, el rey Juan Carlos

Aseguran que la Zarzuela dará a conocer en los próximos días un comunicado dando cuenta de la salida definitiva de palacio de Juan Carlos I y de su futuro lugar de residencia, detalle no especificado de momento. El comunicado llevará la factura de una decisión personalísima del rey emérito, adoptada tras un periodo de reflexión obligada por los recientes acontecimientos y pactada en los mejores términos afectivos entre padre e hijo. “El rey anunció su abdicación en junio de 2014 cuando lo consideró conveniente y abandonó sus obligaciones institucionales el año pasado cuando lo juzgó oportuno, y lo mismo sucederá ahora”. Se daría con ello satisfacción a los deseos de Moncloa, que está presionando, incluso de forma descarnada, para que la ruptura del cordón umbilical entre el emérito, zarandeado estos días por una escandalosa combinación de asuntos de dinero y sexo, y el actual titular de la corona se visualice a lo largo de este mismo mes de junio, sin esperar siquiera a ese agosto normalmente más propicio para todo tipo de noticias necesitadas de una cierta sordina.

Lo que no tendría sentido es que los españoles volvieran en septiembre y se encontraran a Juan Carlos I contaminando aún con su presencia en Zarzuela la labor de Felipe VI y comprometiendo el prestigio, muy dañado por su escandalosa conducta, de la propia institución. En el entorno real, sin embargo, no son pocos los que recelan de las prisas. “Ahora estamos en pleno vórtice de la tormenta, con filtraciones en los medios un día sí y otro también, y no es momento para tomar decisiones precipitadas”, señala otra fuente. “Toca ponerse a la capa y aguantar el temporal, esperando el reflujo de la marea. El rey es un señor mayor, de 82 años, sometido a un impacto emocional muy fuerte, que está obligado a hacer una profunda reflexión. En ese proceso de reflexión se encuentra ahora mismo. Ya sabemos lo que piensa el Gobierno, pero esperemos a ver qué piensa él mismo y qué decisión toma. Tengamos un poco de calma”.

Es lo que le falta al Gobierno de Pedro Sánchez, decidido a urgir la salida del emérito de palacio cuanto antes, sin esperar resolución judicial alguna de por medio. Lo quiere, además, despojado de su título honorífico de Rey emérito en justo reproche a sus desmanes, castigo añadido al que se opone Juan Carlos I y que coloca a su hijo, titular de la Corona, ante una de las decisiones más difíciles de su vida. Esta exigencia es la que, a tenor de las fuentes, estaría retrasando el acuerdo definitivo entre Moncloa, el rey emérito y Felipe VI. “El Gobierno le quiere en un pisito de Moratalaz y convertido en simple ciudadano Borbón”, asegura un personaje próximo al emérito, “pero Juan Carlos es mucho Juan Carlos en la historia reciente de España y nadie le va a imponer ni el cómo ni el cuándo de su salida de Zarzuela. Saldrá, desde luego, pero cuando el anuncio no suponga una pena añadida ni una asunción de culpabilidad”.

Lo que no tendría sentido es que los españoles volvieran en septiembre y se encontraran a Juan Carlos I contaminando aún con su presencia en Zarzuela la labor de Felipe VI y comprometiendo el prestigio de la institución

Descartada la eventualidad del exilio, palabra maldita que a lo largo de la historia persigue a los Borbones como un fantasma tras los casos de Isabel II y de Alfonso XIII, aunque se ha hablado de Ginebra, lugar de residencia de Cristina de Borbón, y de algunos otros lugares un tanto exóticos. En Zarzuela rechazan de plano esa posibilidad y otro tanto hace el propio Juan Carlos, un hombre casi tan vitalmente vinculado a España como su tatarabuela. “La reina Isabel, española, españolísima, no acierta a estar, no diré fuera del trono, sino fuera de España”, escribía Antonio Rubio a Fernando Muñoz, duque de Riánsares, un joven guardia de corps de servicio en palacio que acabó convertido en el segundo marido (el primero fue Fernando VII) de María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, reina regente durante la minoría de edad de Isabel, otra pareja de ilustres exiliados en la saga Borbón. Tan española era Isabel que cuentan que en su residencia parisina, el Palacio de Castilla, “los domingos se servía invariablemente cocido”.

Se oficialice la salida en julio o en agosto, voces importantes están enviando mensajes cruzados a Pedro Sánchez y a Pablo Casado, líder de la oposición, para que, dejando de lado sus egos, su desconfianza y sus mutuos recelos, se sienten frente a frente dispuestos a establecer un cortafuegos destinado a proteger la figura de Felipe VI de las asechanzas de quienes, a rebufo de la escandalosa conducta de su padre, pretenden acabar con la monarquía parlamentaria como forma de Estado para sustituirla por una república que, con la extrema izquierda y el separatismo xenófobo como oficiantes, nunca sería una república liberal y democrática capaz de asegurar paz, seguridad y progreso. “A ambos se les debe suponer un cierto sentido de Estado y ambos tienen que ser conscientes del momento histórico que vivimos, de donde se deduce la obligación que tienen de sentarse y llegar a algún tipo de acuerdo para evitar que la estulticia de unos y la cobardía de otros termine por socavar los cimientos de una institución que, al margen de la conducta del emérito, ha demostrado su utilidad a España y a los españoles”, asegura un conocido empresario madrileño.

La honradez personal de Felipe VI

La utilidad, en efecto, condición particularmente valorada en momentos de incertidumbre como los actuales, y el convencimiento existente a nivel político sobre la honradez personal de Felipe VI, condición esta imprescindible para ocupar el trono a la altura del siglo XXI, tras siglos de saqueo por parte de una dinastía siempre abrochada a una concepción patrimonialista no ya de la Corona sino del propio Estado. La utilidad, la honradez, y la evidencia, en fin, de que el debate monarquía república no figura ahora entre las prioridades de la opinión pública española, como las encuestas se encargan de poner de manifiesto, que estamos ante una disyuntiva engañosa a la que demiurgos como Pablo Iglesias pretenden conducir a una población hoy concernida por cuestiones mucho más urgentes.

Tampoco sería muy complicado establecer tal cortafuegos. “En realidad es una cuestión bastante sencilla. Consiste en llamar a capítulo a dos o tres personajes, pongamos que cinco, responsables de otros tantos grupos de comunicación, en particular de empresarios de televisión, titulares de una concesión administrativa, que se están forrando sin mirar si matan o espantan con lo que emiten”. Los medios siempre en el centro de la controversia política. Ahora como en el siglo XIX. “Mayor fortuna tuvo la campaña para recaudar fondos, organizada bajo la dirección personal de Cánovas”, puede leerse en 'Isabel II', el espléndido retrato realizado por Isabel Burdiel de la reina castiza, “que logró lo que no había conseguido ninguno de los encargados anteriores por Isabel: allegar fondos suficientes para propulsar la candidatura de Alfonso [Alfonso XII] al trono mediante la creación de una corriente de opinión que contó con la complicidad de una prensa muy activa (La Época y El Tiempo) y con círculos de apoyo sólidos diseminados por todo el país. El régimen republicano [I República], muy desgastado por vicisitudes mil, empezaba a tambalearse mientras crecía la marea de la restauración Alfonsina”.

Pero Casado desconfía de las intenciones que pueda albergar Sánchez, y aún teme que un movimiento suyo en esa dirección pudiera ser utilizado torticeramente para abrir ese hoy apenas incipiente debate monarquía-república. “Casado tiene que mostrar liderazgo y hacer ese movimiento, porque aun en el caso de que no consiguiera nada y todo se fuera al traste, podría dormir tranquilo pensando que al menos trató de asegurar a sus hijos un horizonte de estabilidad similar al que él conoció de niño”. Tampoco Felipe González se fía de las intenciones de Sánchez. El ex presidente socialista recordó el viernes que en España “disfrutamos de un régimen constitucional de libertades y de un Estado de Derecho, con un sistema judicial garantista, porque el rey Juan Carlos I tuvo un comportamiento constitucional antes de que hubiera Constitución”. La España atrapada en la certidumbre de que el emérito ha tenido algunas de las virtudes de un buen jefe de Estado y todos los vicios de un Borbón.

Juan Carlos I y Jordi Pujol, vidas paralelas

González ha pedido también “respeto a la presunción de inocencia” del emérito, unas palabras que no ha sido capaz de pronunciar el actual inquilino de Moncloa, quien, muy al contrario, se ha dedicado a echar leña al fuego con sus “inquietantes y perturbadoras” declaraciones al respecto. Al drama que para la dignidad de la nación y el prestigio de sus instituciones ha supuesto el conocimiento público de la conducta de Juan Carlos I, se unió el jueves cual estrambote la decisión del juez José de la Mata de enviar al banquillo a la familia Pujol Ferrusola, acusada de “haber aprovechado su ascendiente en la vida política catalana durante decenios para acumular un patrimonio desmedido, directamente relacionado con percepciones económicas derivadas de actividades corruptas”. Juan Carlos I, rey de España, y Jordi Pujol, virrey de la Cataluña independiente. Vidas paralelas, conductas punibles. Dos de los frutos del árbol podrido, los más grandes, caídos con estrépito sobre el aterido solar patrio. “Si vas serrando la rama de un árbol al final caen todos los nidos que hay” (Pujol en el Parlamento catalán, septiembre de 2014).

¿Quién sierra las ramas de este árbol? Hay quien sostiene que estamos ante las maniobras en la oscuridad del ex juez Garzón y su entrañable amiga, la Fiscal General del Estado, Dolores Delgado, “la que bebe de mi copa” en ocasión del banquete oficiado por el incombustible Villarejo y sus cloacas. Todo despide hoy un insoportable aroma a fin de fiesta. El espectáculo de los rebrotes de la covid-19 y su caótico manejo está poniendo de nuevo en evidencia la disfuncionalidad del Estado autonómico, castigado además por la incompetencia de sus dirigentes y el infantilismo de su población. Con un Gobierno incapaz de tomar medidas, cuyo presidente se ve obligado a poner en libertad a los presos del 'procés' cuando no se ha cumplido siquiera un año de la sentencia, mientras implora en Bruselas las ayudas que necesita para poder seguir en el machito. Sensación de que los detritus que arrastra la tormenta perfecta que vive España van a desembocar en la gran presa de la crisis económica que se avecina. Está por ver que aguanten los muros de contención.

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