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Opinión

Un barco sin rumbo entre Escila y Caribdis

El líder del PSC, Miquel Iceta.

En la Cataluña no rendida al nacionalismo, esa vieja enfermedad nueva renacida de entre las cenizas de la crisis y el populismo, preocupa mucho estos días lo del PSC… Y, ¿qué es lo del PSC ahora mismo? Pues la posibilidad de que el PSOE pueda finalmente optar por romper los lazos históricos que le han mantenido unido al socialismo catalán por una espasmódica relación de amor-odio. Porque esa ruptura, argumenta gente sensata que se mueve en áreas cercanas a Ciudadanos, al PP catalán y al propio PSC, podría terminar echando al partido de Miquel Iceta en brazos de los partidarios del “derecho a decidir”, en brazos de los “malos” para entendernos, lo que supondría un golpe muy serio para el constitucionalismo en Cataluña o lo que queda de él. Creen las buenas gentes que defienden la idea de España en el territorio comanche nacionalista que “en Madrid se está juzgando con excesiva dureza a los socialistas catalanes, que, aunque se han equivocado mucho a lo largo del tiempo, han aguantado todas las presiones imaginables en los últimos cuatro años y no se han subido al carro del independentismo”. Este es el resumen de la argumentación.

El propio Iceta se refería el pasado sábado a la importancia de lo que está en juego: “Dejarnos de lado, alejarnos de la posibilidad de compartir el proyecto colectivo del socialismo español, sería un gran triunfo para el imaginario independentista que tanto daño está haciendo a la relación entre Catalunya y el resto de España”. Que esa ruptura sería una gran noticia para los indepes parece fuera de duda. Lo decía días atrás Xavier Domènech, el líder de En Comú Podem, la marca catalana de Podemos, en declaraciones a TV3, dónde si no: “Es bueno que el PSC haya dicho basta; estaría bien que este basta se convirtiera en síes a Gobiernos de izquierdas, al derecho a decidir, a explorar el futuro y a no quedar atrapados en el pasado”. Para este sujeto, explorar el futuro equivale a hacer saltar por los aires la unidad de España y danzar sobre sus pedazos. Un riesgo sobre el que también ha advertido Joaquim Coll (“El separatismo se frota las manos”), en un reciente artículo dedicado a desbaratar la tesis, falsa como casi todas las que exhibe el nacionalismo, expuesta por el convergente Ramón Tremosa, según la cual “Chequia y Eslovaquia se separaron cuando rompieron sus dos partidos socialistas. ¿Pasará ahora también entre Cataluña y España?” Coll terminaba alertando de que “una posible ruptura entre el PSC y el PSOE sería usada para relanzar la profecía de la secesión inevitable”.

Como en tantas parejas de las que voló un amor desgastado por el aburrimiento, las infidelidades y el paso de los años, hace tiempo que PSOE y PSC tendrían que haber pasado por la notaría para deshacer su sociedad de gananciales como paso previo a otra vida tal vez mejor. Los intereses creados lo han impedido. Tan importantes siguen siendo esos intereses que, a pesar de la situación calamitosa de uno y otro, seguramente harán imposible a última hora la ruptura. El PSOE no podrá jamás prescindir del PSC en tanto en cuanto aliente una última esperanza de poder un día recuperar el Gobierno de la nación, por mucho que ahora, y coyunturalmente, a Susana Díaz le interese alejar a la militancia del PSC de las grandes decisiones partidarias. Pensar, por otro lado, en reverdecer la opción de una Agrupación Socialista en Cataluña suena a quimera. Y otro tanto, pero en las antípodas, ocurre con el PSC, un partido que acabaría de fijo por suicidarse si decidiera disputar el espacio de un socialismo soberanista hoy herméticamente ocupado, y con ventaja, por ERC. PSOE y PSC tendrán que seguir soportándose.

Queda hacer relación de daños, tras reconocer que el terremoto ha sido de aúpa. Hace apenas 10 años, el PSC contaba 54 diputados en el parlamento de Cataluña (25 llegó a sentar en el Congreso); ahora apenas tiene 16. En el despeñadero ideológico desde hace tiempo, la pura verdad es que la única ideología que ha exhibido el PSC en los últimos tiempos, la muleta que ha utilizado para intentar recuperarse del descalabro y, a ser posible, reverdecer laureles en las urnas, ha consistido en alimentar la fobia contra el PP, el odio a palo seco contra todo lo que sonara a derecha. Un viaje que conduce de lleno a la ensenada del inefable Iceta, un tipo singular, inteligente, brillante incluso, un autodidacta capaz de construir piezas oratorias de notable calado en el Parlament para, a continuación, ponerse a bailar la conga cual aventado por la plaza de Sant Jaume.

El cerebro a la sombra de Rodríguez Zapatero

Un tipo astuto y con instinto, que acaba de merendarse a Núria Parlón, pero al mismo tiempo tornadizo, traidorzuelo, sin palabra, definitivamente infiable. Con Zapatero en Moncloa, fue el arquitecto del pacto del Tinell, aquella construcción política orientada a negociar con el nacionalismo y marginar al PP por siempre jamás, como garantía de eterno gobierno socialista sobre el páramo español. Esa inquina al PP explica el “no es no” a la investidura de Rajoy, sin amago siquiera de negociación a través de la cual el PSC, PSOE y Pedro Sánchez hubieran tal vez podido arrancar a Rajoy lo que Rajoy nunca quiso dar. Fue también el cerebro de la “operación Montilla”, el funesto Tripartito cuyas consecuencias no han terminado aún de pagar ni el PSC ni el propio PSOE. La huida al monte del nacionalismo a lomos del caballo desbocado del prusés colocó a Iceta y su gente ante un dilema irresoluble, un sí pero no, un pasito palante y otro patrás, un quiero y no puedo que ha supuesto un desgarro de difícil sutura. Su situación se tornó finalmente dramática con la aparición de Ciudadanos en el firmamento político catalán.

Un partido zombie, que ha perdido las referencias espaciales e ideológicas y sobrevive en el odio al PP y en un complejo insuperable ante el nacionalismo y sus fabulaciones, sentimiento exacerbado por la ausencia de cualquier armazón ideológico. Si en el programa para las generales de 2011 el partido incluyó entre sus propuestas “un referéndum acordado y pactado”, y en 2013 rompió la disciplina de voto en el Congreso para apoyar una resolución de diputados indepes que instaba al Gobierno a negociar una consulta, el Congreso celebrado el primer fin de semana de noviembre aún tuvo que hacer frente a una enmienda planteada por la delegación de Granollers que volvía a defender la celebración de un referéndum como “única vía posible para resolver el problema de encaje de Cataluña”. El eterno dilema. La cabeza del dragón que siempre vuelve. El drama de un PSC al que le encanta decir que sí al “dret a decidir” para después decir que no, que nunca jamás, y que luego ya se verá, porque vaya usted a saber… Lo cual impide la eventual configuración futura de una alternativa de Gobierno constitucionalista, junto con C’s y el propio PPC, capaz de acabar con la dictadura nacionalista, mejorar la calidad de la democracia y demostrar que el secesionismo no es la solución.

Un partido plagado de venerables abuelos llegados en su día de los cuatro puntos cardinales, que ya no saben si son socialistas o mediopensionistas, federales o confederales, tras tanto baile, tanto escorzó imposible en busca de la piedra filosofal de la identidad. Es una base de inmigración murciana, andaluza y castellana que ha envejecido más por vergüenza ajena que por edad, tras haber visto espectáculos como el del sublime Ernest Maragall, el señorito que salió del armario con unos cuantos más del brazo para, tras ordeñar los votos obreros del Baix Llobregat, declararse pública y fervientemente soberanista. Manda collons. El voto “obrero” se ha decantado ya descaradamente por Podemos como salvavidas imaginario, mientras las clases medias vagan asustadas por el ruido de la CUP, optando entre C’s y una Convergencia que sigue hundiéndose. No hay espacio para un partido que navega sin rumbo entre Escila y Caribdis. Su tiempo pasó y pasará más rápido a medida que los leales incondicionales vayan desapareciendo. Sus nietos ya no votan PSC porque sueñan en rufián, y sus afiliados se dejan seducir por En Comú Podem, la fuerza emergente que promete cargos a repartir. Rumbo a la satrapía. Como siempre, pero en progre.

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