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Opinión

El Barbero de Moncloa

Debate de candidatos de Atresmedia

Cuatro candidatos, seiscientos metros de plató, nueve millones y medio de espectadores y un único desenlace: cuál de todos conseguirá, así sea a garrotazos, imponerse en la carrera por conquistar La Moncloa. Hablamos, ¡claro!, del debate. No el de la televisión pública, si no del otro: el lamentable, el bufo. Esa cosa que Ana Pastor y Vicente Vallés tuvieron el infortunio de moderar.

En esta campaña han ocurrido tantas cosas: una candidata del PACMA que alimentó a un buey haciéndolo pasar por Miura, Garrido fugándose a las listas de Ciudadanos desde el purgatorio del PP de Cifuentes y Rossell, que salió sin cargos tras una prisión preventiva de dos años. A esta velocidad, se nos pudre el pescado. Menos mal que para eso está la prensa: para envolver el panga del día. Aunque este asunto va más de botulismo que otra cosa. Nos atragantan a cucharadas con comida caducada.

Garrido fugándose a la listas de Ciudadanos; Rossell absuelto tras dos años en el trullo. A esta velocidad, se nos pudre el pescado

El debate entre Albert Rivera, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Pablo Casado en Antena Tres se ha llevado, y de qué manera, La Polaroid de la semana. Como todo buen espectáculo, comenzó con una baja de última hora en el reparto: el descabalgamiento de Santiago Abascal a manos de la Junta Electoral le añadió sal, y bien gruesa, a esa cosa que ya venía con regusto atorreznado y que le concedió a Vox el ayuno en el banquete de la Choped politique: el viejo oficio de cocinar casquería.

Los españoles que quisieron y pudieron ver el debate se sometieron a 130 minutos de los muchos que les tocará tragar durante los cuatro próximos años. Una ópera buffa que ni Rossini habría conseguido componer con mayor concertato: “Su técnica de interrumpir todo el rato es propia de maleducados”, “he traído un libro que usted no ha leído: su tesis”, “Sánchez es el candidato del terrorista etarra”, ”¡qué vergüenza!”, “qué decepción”, “eso lo hizo Franco”, “trilero”, “le quedan cinco días”... se gritaban unos a otros.

El debate: un broche que debía ser de oro y acabó en baño de rodio. Un Barbero de Moncloa con quién sabe cuál matrimonio

Como en La italiana en Argel o el Barbero de Sevilla, el debate alcanzó ese punto que caracteriza los actos intermedios de las óperas italianas del XIX, un tiempo de perpetuo -en ocasiones de ataque- en el que cada intérprete canta a la vez que el resto. Ese efecto contrapunto, a la par que caótico, hace imposible que los personajes se escuchen entre sí hasta provocar un episodio de ruido y confusión que termina por inquietar a quien escucha. El debate, pues: un broche que debió ser de oro y acabó en baño de rodio. Un Barbero de Moncloa que dará paso, veremos el domingo, a quién sabe cuál matrimonio. Va servido el elector, en especial con la cara de seminarista que le quedó a Pablo Iglesias después de aquel martes... durante los próximos cuatro años. 

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