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Opinión

Ayuso dinamita la III república

Sánchez, tocado. Iglesias, hundido. Madrid se moviliza y castiga fieramente a los caudillos de la izquierda. El 4-M anuncia un cimbronazo en el tablero político español

Almeida Ayuso Casado PP
El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida junto a Ayuso y Casado en la noche electoral del 4-M. Europa Press

Tres de los seis contendientes en la batalla de Madrid han salido despedidos por la borda. Gabilondo, Iglesias y Bal emergen del 4-M políticamente difuntos. Hay un cuarto damnificado que no lucía dorsal pero que, posiblemente, es el principal perdedor de la carrera. Pedro Sánchez ha resultado malherido en este envite que pensaba un juego de niños. Sólo había que "quitarle la piruleta a esa bobita", le decían sus asesores. Ha sufrido un bofetón sin precedentes de consecuencias predecibles. Madrid le ha demostrado que no es indestructible, que su imbatibilidad es un fugaz espejismo y que su propósito de celebrar el centenario de la II república en la Moncloa, camino de la III, quizás no pase jamás las fronteras del sueño. Desde su tronillo de napoleoncito arrogante lanzó un desafío improbable a Ayuso sin percibir que el reto lo recogían los madrileños, esa gente 'tabernaria' al decir de Tezanos. Tantos desprecios, agravios e insultos le ha dedicado Sánchez a la Comunidad que el desquite de las urnas ha resultado de estrépito. Ayuso ha conseguido más escaños que toda la troupe de las izquierdas junta.

Lo intentaron todo, hasta la agresión física al contrario. La patota matonil de Podemos arrojaba adoquines sobre las cabezas de sus rivales mientras Marlaska, habitualmente del lado del mal, los protegía bajo su manto

Le encargaron a Gabilondo una quimérica misión. Mantener enhiesto el estandarte de la izquierda en un territorio que le es adverso desde hace cinco lustros. Tres veces le cambiaron el lema al aspirante, dos la estrategia, otras dos la chaqueta para, inevitablemente, estamparse contra el muro del desastre. Gabilondo ha sido un cuestionable candidato, Sánchez un lamentable estratega y la factoría de ficción de la Presidencia ha resultado un artefacto averiado. Embarraron la cancha, agitaron fantasmas ideológicos, izaron las banderas del frentismo, reforzaron los muros del guerracivilismo, alentaron la vía del choque rabioso y el encontronazo visceral con la apacible grey de la derecha hasta desbordar las lindes del paroxismo. Lo intentaron todo, hasta la agresión física al contrario. Los matones de Podemos, esa patota peronista y cobardona, arrojaban ladrillos sobre las cabezas rivales, familias con niños, ancianos inadvertidos, mientras Marlaska los ocultaba bajo su manto.

El timo de las emociones

Iván Redondo se lleva el trofeo del gran náufrago de la contienda. Ha fracasado en todo. Se columpió primero con la moción murciana, se fio de cómplices advenedizos y de estrategas torpes y aquello devino un estropicio del que se avivó Ayuso, esa espabilada muchachita de Chamberí, que le dio la vuelta a la jugada y convocó unas elecciones que pocos creían y demasiados temían.

El superasesor de Presidencia ha sido incapaz de entender Madrid. Su famosa estrategia de las emociones ha resultado un chiste sin maldita gracia. “Miedo, rechazo y esperanza”, por este orden, son los parámetros que mueven a los electores, según su libretilla de gurú invencible. Todo le ha salido al revés. El miedo lo ha causado Iglesias, su colega, amigo y socio, con sus truculencias iracundas del 36, sus aspavientos con las balas postales, sus gorilas bukaneros, sus amenazas, sus insultos, su actitud retadora, faltona y siempre hostil. Tras recibir el patadón de la noche, el líder morado anunció el abandono de la política. O viceversa. Cerró la puerta al salir. El rechazo lo producía su propio candidato, el pobre Gabilondo, un personaje traspapelado, tan fuera de lugar como Biden en una fiesta de pijamas.

El gran acierto de Ayuso ha sido ampliar el terreno de juego hasta el territorio de la libertad, concepto odiado, perseguido y pisoteado por la izquierda troglodita que maneja los asuntos de la nación

La esperanza, sabido es por todos los madrileños, es elemento privativo del PP. De Aguirre, concretamente, y ahí están sus absolutas como prueba. El acierto de Ayuso ha sido ampliar la zona de juego hasta el territorio de la libertad, concepto odiado, perseguido y pisoteado por esta izquierda troglodita que maneja los asuntos públicos. Ha sido ese el gran despiste de Iván el tamborilero donostiarra, el no percibir que, igual que en el mayo francés 'debajo de los adoquines está la playa', en el mayo madrileño 'debajo de las terrazas está la libertad'.

"España me debe una", advirtió Ayuso al anunciarse la fuga de Iglesias del Ejecutivo. Ahora, después del testarazo, le debe dos. Quizás hasta tres. Pablo Iglesias encarna todo aquello que el madrileño desprecia . De entrada, es comunista, algo que esta región, conservadora y liberal, demócrata y plural, abomina con fruición. Es un consumado holgazán, tal y como explican sus propios excompañeros de Gabinete, lo que encaja mal en esta zona emprendedora, sacrificada y laboriosa. Y un machista despreciable, nunca lo ocultó. Basta con atender a sus movidas personales, tan públicas, y a sus persistentes declaraciones y exabruptos con perspectiva de género, por supuesto. "Nunca un marxista había llegado tan alto en un Gobierno de la Alianza Atlántica", se jactaba días atrás en un rotativo italiano donde anunciaba ya su próxima pirueta. De la vicepresidencia del Gabinete a la máquina intoxicadora de Roures, troskista y millonario, amigo de los golpistas catalanes y gran beneficiario durante años de la estúpida política mediática de la derecha.

Frankenstein siempre estará ahí

La batalla de Madrid, algo más que una escaramuza, plantea algunas incertidumbres de serio calado. El futuro de la izquierda, por ejemplo. Hay una fuerza ecolo, urbana, europea y aseada, que más encarna Errejón que García 'la pistolera', con ganas de crecer, engullirse a Podemos y plantarse frente a un PSOE avejentado, humillado y hasta maltratado por su propio secretario general. Sánchez odia al PSOE (auténtico) como el PSOE lo odia a él. Es un equilibrio de desconfianzas y de intereses que no puede prolongarse en el tiempo. El respaldo de la pandilla basura (copyright Rico) de Frankenstein siempre estará ahí. Al menos hasta las próximas urnas. ¿Y entonces? Sánchez, el aventurero impostor, ha mordido el polvo y ha comprobado que sabe a rayos. Desde su altanería despótica no imaginaba semejante tropezón. Daba por hecho que sojuzgaría a la candidata, que arrasaría Madrid. Sólo intuyó el cataclismo en el tramo final de la campaña. Se borró del escenario, abandonó al zangolotino sosomán, tan acariciado por el centrismo nacional, y se protegió ante la lluvia cascotes.

Jamás un Gobierno español ha reunido en su seno tal cantidad de indeseables, incapaces, iletrados, holgazanes y, desde luego, feroces enemigos del Estado de derecho y del edificio de la Constitución

Madrid ha abofeteado a Gabilondo, al PSOE, a Sánchez y a su Gobierno. Es el principio del fin de una una forma de gestión, la de las trampas y la indecencia, los embustes y la chapuza, la apoteósica ineptitud. Nunca, jamás, un Ejecutivo español ha amontonado en su seno semejante cantidad de indeseables, incapaces, iletrados, gandules y, desde luego, feroces enemigos del Estado de derecho y del edificio de la Constitución. El revés que ha sufrido Sánchez en las urnas va mucho más allá que el tropezón de Gabilondo. El fortísimo cimbronazo del 4-M conocerá réplicas a escala nacional y, posiblemente, actuará como elemento decisivo en un cambio drástico en el tablero político español. Hay una izquierda, y no sólo Mas Madrid, a la que Sánchez ya le estorba.

La hora de Casado

En Moncloa disimularán el batacazo mediante una agenda rebosante de millones de vacunas y fondos europeos. Intentarán acelerar el desarrollo de su agenda ideológica (la república tendrá que esperar) y hasta radicalizar sus desmesurados proyectos. Todos los focos, sin embargo, se orientan ya hacia la próxima cita electoral. Primero, Andalucía, donde el PP reforzará su liderazgo y, a continuación, las generales, a las que el PP sueña ya con acudir con todo el espectro ideológico de la derecha agrupado en sus filas o alrededores. Ayuso ha cumplido. Con indiscutible solvencia, sola frente al mundo (incluido el propio) ha cumplido holgadamente su misión. Será llegada la hora de Casado, que tendrá un determinante desafío: acabar de una vez por todas con el sanchismo, esa plaga vitriólica y atroz que a punto ha estado, y está, de llevarse a este país por delante. Soplan vientos de cambio, ahora cabe esperar que no lo malogren.

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