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Opinión

Asalto a la caravana

Jordi Sànchez, Oriol Junqueras, Jordi Turull, Joaquim Forn, Jordi Cuixart, Josep Rull y Raül Romeva.

CDR y GAAR amenazan con provocar todo tipo de incidentes durante el traslado de los presos del 1-O a Madrid. El Govern y la ANC aseguran que solo se trata de “acompañarlos”. Ambos mienten.

En plena Segunda Guerra Mundial, el Teniente General Horrocks tuvo la feliz idea de arengar a sus tropas utilizando el símil de una película del Far West. El 508 de la infantería paracaidista británica, rodeado en Arnhem y sin apenas municiones, eran colonos asediados por los forajidos, a saber, las tropas del 2º SS-Panzer comandadas por el general Bittricht. Y ellos, sus hombres, serían la caballería que los salvaría. Vean ustedes “Un puente lejano”, film bélico con mensaje amargo – a destacar Gene Hackman interpretando al general polaco Sosabosky -, bien hecho y mejor interpretado.

Pues bien, para los separatistas, el convoy de presos que transportará este viernes a los dirigentes del 1-O, es poco menos que una caravana, la Guardia Civil, los bandidos, y ellos, los CDR y los GAAR, el Séptimo de Caballería. ¿Exagerado? Lo escuché ayer en labios de un separatista capaz de confundir a Pujol con Churchill y a Torra con Patton. Sufren una indigestión de falso heroísmo y confunden Bravehearth, la película más veces emitida en TV3, con Puigdemont, tal es su grado de credulidad, de estulticia contumaz.

Que se prevén incidentes está claro; y que el Govern, con Torra a la cabeza, se dispone a interpretar una obra cargada de falaz dramatismo, también

Que se prevén incidentes está claro. Y que el Govern, con Torra a la cabeza, se dispone a interpretar una obra cargada de falaz dramatismo, también. Despedidas en la cárcel, asistencia a la primera sesión del juicio, llantos, manifestaciones en Cataluña y en Madrid, todo el aparato propagandístico está engrasado y a punto para ofrecer una imagen patética de unas personas que van a ser juzgadas por delitos perfectamente tipificables en un estado de derecho, con todas las garantías legales, procesales y democráticas. No pueden admitir nada de todo esto, por supuesto, pues hacerlo sería tanto como abjurar de su tesis hispanófoba de que vivimos en una dictadura terrible. Dictadura que paga a estos heroicos resistentes sueldos que ningún trabajador sueña con percibir, con todo tipo de ventajas y gabelas, dictadura que les permite hacer lo que les da la gana, dictadura que se acobarda cuando de meterlos en cintura se trata. Una filfa, vamos.

Enredados en la maraña de sus propias mentiras, unos piden que todo el traslado se realice con normalidad y sin incidentes y otros sueñan con ver furgones policiales volcados y los presos huyendo campo a través, como Steve McQueen en “La Gran Evasión”. Eso, suponiendo que los reos quisieran fugarse, cosa más que dudosa, porque para fugas ya tienen bastante con la de Puigdemont, que les ha complicado tanto la vida a los reclusos.

Más allá de la algarada, uno se pregunta en qué consiste eso de acompañar a los presos, elíptica y enigmática figura literaria que pedía Elisenda Paluzie. ¿Una romería, una peregrinación, una de esas marchas que vaticinaba Torra sin que, a día de hoy, nadie las haya visto por ninguna parte? Incluso en matera de orden público, ¿imaginan qué pueden hacer los CDR a la Guardia Civil? Porque una cosa es lanzar eslóganes como “Llenaremos las calles y las autopistas de dignidad” y otra muy distinta bloquear con éxito unos furgones que llevan presos en tránsito. Aunque empleen clavos argentinos, fíjense en lo que les digo. Lo mismo podemos decir de las manifestaciones que intentarán organizar en Soto del Real y Alcalá Meco. Aquello no es Lledoners, señores, y dudo mucho que les permitan ocupar el parquing de las cárceles para montar sus infumables performances como ha sucedido en Lledoners. Aunque, visto como trata Sánchez al separatismo, vayan ustedes a saber.

Estamos asistiendo, una vez más, a un gigantesco acto de gesticulación, a otro falso rasgarse las vestiduras, a una catarata de lágrimas de cocodrilo

Estamos asistiendo, una vez más, a un gigantesco acto de gesticulación, a otro falso rasgarse las vestiduras, a una catarata de lágrimas de cocodrilo. Es lo que mejor sabe hacer esta gente, pasar por víctimas cuando son los verdugos. A pesar del aparente retraso de la apertura del juicio, este va a llegar y, con él, la oportunidad de que muchos de aquellos protagonistas digan lo que mejor les parezca para defenderse. Que Francesc Homs, comisionado expresamente por Torra y Puigdemont para que las defensas se unificasen, no haya tenido el menor éxito es indicativo de que allí no se va a decir lo mismo por parte de todos. Entiéndanme, nadie hablará mal del separatismo ni bien de España, pero si es más que probable que algunos empiecen a largar en público lo que llevan meses comentando en privado. Que se conozca como en este asunto hay cobardes, traidores, irresponsables, vividores. Y todo eso, dicho por los mismos separatistas, podría tener un valor político de un gran peso e imprevisibles consecuencias. Que aprovechen el juicio para asumir culpas y yerros sería el principio del fin de la situación anómala que vivimos en Cataluña, con un gobierno que no gobierna y se ocupa exclusivamente de hacer agit prop. Incluso hay quien asegura que, según lo que diga Junqueras, podría ser el fin de Puigdemont y sus pretensiones.

El juicio es necesario. Pero la verdad, lo es aún más. Y, por lo que respecta a la caravana, tienen más interés en que sea asaltada para magnificar el suceso los que dicen defender a los presos que ningún otro. Se alimentan del conflicto, del enfrentamiento de la desgracia, de la ira. No son el Séptimo de Caballería ni mucho menos los paracaidistas británicos de Arnhem. Son la Banda del Empastre. Son el ridículo de Cataluña, un ridículo que costará décadas quitarnos de encima

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