Opinión

Arriba los corazones (y el brazo de Elon Musk)

Toda la toma de posesión de Donald Trump fue un desafío a los consensos progresistas

  • Elon Musk, brazo en alto

Había sensación de cambio en Washington, de fin de época para los de siempre. Los indultos preventivos del presidente Biden a su familia y asesores hablan claro: perdido el castillo, los demócratas se conforman con que el nuevo rey no pueda hacer una masacre. Trump fue duro en su discurso, sin misericordia, prometiendo que 'lo woke' ha terminado para siempre. Lo dijo rodeado de la aristocracia de Silicon Valley, genuflexa ante un monarca que antes detestaban, sobre todo Mark Zuckerberg (Meta, Facebook) y Tim Cook (Apple). Con los medios tradicionales en la lona y los billonarios de su parte, cuesta identificar dónde está ahora la oposición al trumpismo. Queda Hollywood, dos cadenas decadentes —CNN, MSNBC— y las universidades de élite.

Por debajo de las sonrisas, latía la competición por soltar la mayor burrada. Trump dijo que solo existen dos géneros, hombre y mujer, borrando de un plumazo décadas de lucha LGTBIQ+. El vicepresidente J.D. Vance compartió en Twitter una "Pregunta seria: ¿debería el presidente expulsar a George Soros de América?" El ganador del concurso fue Elon Musk, dando gracias con un gesto que parecía el saludo fascista. La imagen sembró el pánico entre las tropas de la izquierda caviar. Mi impresión es que este fue un momento purificador, la blasfemia inaugural que permite comenzar una nueva época de libertad.

Hablar en libertad

Ahora que se ha consumado la herejía, comienza una nueva edad patriótica, plebeya y posglobalista. Antonio Gaudí tiene una frase desarmante que dice que la originalidad es retornar al origen. Después de tanta teoría posmoderna, los nuevos partidos triunfan volviendo al "Dios, patria y familia". Muchos sienten este lema como un regreso al fascismo, pero cuidar las instituciones humanas eternas es la mejor vacuna contra cualquier sistema totalitario.

Elon Musk brazo en alto, sea o no un saludo fascista, ha despejado el ambiente para hablar de otra manera.

El Partido Demócrata no tiene hoy ni líderes, ni influencia social, ni poder político para detener la revolución popular de Trump.  Muchos asistentes a la toma de posesión aclamaron al joven Barron Trump, animándole a que suceda a su padre después del carismático J.D. Vance, un orbanista que representa mejor que nadie el sueño americano. Nació en una de las regiones más pobres del país, hijo de una madre soltera drogadicta y —criado por sus abuelos,  alistado en los marines— ha llegado a la Casa Blanca. Él representa la vuelta de los políticos capaces de dar ejemplo.

Durante las horas de la ceremonia, me llegaron algunos vídeos que simbolizan el cambio de la marea. Por ejemplo, uno donde el crítico de arte Fernando Castro explica que en la Facultad de Filosofía de la Complutense —cuna de Podemos— cada vez se ven más pulseras rojigualdas y que ahora lo rebelde es ser más de derechas que tus profesores. Otro mostraba adolescentes el intercambiador de Moncloa admitiendo sin problema que iban a votar a Vox. También charlé con un padre descolocado porque su hija de catorce años hubiese acudido a un cumpleaños del colegio que terminó con las chicas cantando el Cara al sol. El progresismo vive su decadencia más cruda y cualquier rechazo a sus dogmas suena molón ahora mismo. Elon Musk brazo en alto, sea o no un saludo fascista, ha despejado el ambiente para hablar de otra manera.

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