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Opinión

Otegi y la madrastra de Blancanieves

El coordinador general de EH Bildu, Arnaldo Otegi.

Sin la menor duda, todos ustedes recuerdan aquella maravillosa película, 'Blancanieves y los siete enanitos': el primer largometraje de Walt Disney, que se estrenó hace 82 años y que hoy sigue siendo deslumbrante. Y también recordarán, cómo no, al personaje más fascinante de todos, el que 'se comía' a los demás por su fuerza dramática. No era la niña protagonista, más bien tontita, y tampoco ninguno de los siete enanos, ni siquiera el Mudito.

La que cortaba el bacalao era la tremenda madrastra, que no era un personaje sino dos: la pérfida y colérica reina, que tenía a todos sometidos a su voluntad (todo el mundo, incluido el espejo, debía admitir que ella era la más hermosa) y luego la vieja bruja encorvada y desdentada que le ofrecía el veneno a la protagonista con aquella célebre frase: “Querida niiiña, prueba esta manzaaana”. Y la niña, que ya hemos dicho que era todavía más tonta que la Gilda de la ópera Rigoletto, iba y se la comía, con desagradables resultados a corto plazo.

Me acuerdo de todo esto ahora que Arnaldo Otegi, ese chico tan majo, de mirada tan limpia y cautivadora, le ha ofrecido a Sánchez, junto con ERC y otras tarascas de corte más bien local, una “alianza sólida” para la próxima legislatura. Suponen que Sánchez ganará el día 28 pero que necesitará, para asegurar la gobernación del país, de sus votos envenenados. Ahí tienen ustedes la manzana.

¿Por qué me fijo en Otegi y no en Junqueras o en los demás danzantes de Camuñas, y perdonen los toledanos la manera de señalar? Pues es muy sencillo: por la trayectoria previa. Junqueras acaudilla ahora mismo, antes de que el PDeCAT se extinga con todos sus filisteos, a un nutridísimo grupo de personas que tienen una ilusión: la independencia. Una ilusión que consideran próxima y viable, y sobre todo que nunca antes ha sido intentada con la determinación de ahora. Es una ilusión en alza; al menos lo sigue siendo para muchos de ellos.

Otegi pudo ser y hasta fue, durante gran parte de su vida, el portavoz de la malvada reina del cuento de Blancanieves

Pero Otegi no. Otegi no tuvo tiempo de estudiar, y menos Física (a los 19 años huyó a Francia como miembro de ETA), y no sabe mucho, imagino, del funcionamiento de las fuerzas gravitacionales. Otegi tiene a sus espaldas no una ilusión sino una derrota en toda regla. Otegi pudo ser y hasta fue, durante gran parte de su vida, el portavoz de la malvada reina del cuento de Blancanieves: la que no admitía más pensamiento que el suyo, la que mandaba mediante la dictadura del miedo, la que no tenía el menor inconveniente en enviar a un cazador (o a varios; solían ser varios) a que arrancase el corazón y la vida de quien fuese. Y fueron 858 vidas arrancadas. Esa era la pérfida y desalmada reina.

Pero la reina fue derrotada sin contemplaciones por el Estado de Derecho. Cayeron de rodillas con Rubalcaba, aunque la pantomima del desarme y la disolución tardasen un poco más. Durante meses, quizá años, trataron de mantener (para consumo interno, al menos) la monserga de que habían ganado ellos. Pero no era verdad y lo sabía todo el mundo, ellos los primeros.

Los que quedan de aquella tropa, que se tenían a sí mismos por “alegres y combativos”, están sufriendo la fuerza gravitacional, lenta pero irresistible, de la civilización y de la vida en democracia. Viven en sus casas. Tienen trabajo y cuentas bancarias, tarjetas de crédito, coches a su nombre. Que les digan ahora a los alcaldes y concejales de Bildu, de Sortu o de como rayos se llame ahora ese asunto, que les van a quitar la legalidad, los coches, las dietas, las visas, porque hay que volver al monte. Y una leche. Se vive mucho mejor siendo un derrotado que un irredento. ¿Por qué no ha salido ni un solo chalado que reivindique la “lucha armada” y se haya puesto a pegar tiros? Porque los derrotados no lo consienten. No van a permitir que les quiten lo que han conseguido con la derrota, que es una vida normal. Como la de todos… o casi todos.

Con quien lo tendrá difícil Sánchez, si se cumplen los vaticinios, será con Junqueras, porque ese sí que va a devorar todo lo que tenga en sus inmediaciones

Y en esto sale Otegui con las sayas negras y el tremendo grano en la nariz, y ofrece, zalamero, al probable ganador de las elecciones una “alianza sólida”: “Sáaanchez, prueba esta manzaaana”. No se da cuenta de que Sánchez, como ustedes y como yo, ha visto muchas veces Blancanieves y los siete enanitos, y en cualquier momento le puede responder: “Y si no ¿qué, chiquitín?” Ya sabe que la manzana está repleta de gusanos. Ya sabe que la malvada reina no volverá. Ya sabe que no necesita tratar a los cazadores a sueldo de la vencida reina con mimos y melindres y consideraciones, como si fuesen ciudadanos “especiales”, porque no lo son. Y sabe que esos cazadores viven mucho mejor en la derrota: no van a renunciar a ella, sobre todo si no se les recuerda demasiado que la derrota significa una pérdida de la ilusión de aquellos que les seguían.

La bruja mala ha errado en sus cálculos. Otegi no tendría que ofrecer una “alianza” a nadie: tendría que pedirla por favor, porque es muy probable que nadie le necesite en Madrid para gobernar nada y que se quede abrazado a una farola con su manzana. Los votos independentistas en Euskadi subirán un poco o bajarán un poco, como viene ocurriendo desde la derrota, pero todo el mundo sabe allí que para gestionar la salud, la educación, los dineros y todo lo demás, están los que saben hacerlo y lo han demostrado cien veces, la mayoría de ellas muy a pesar de la malvada reina del hacha y la serpiente que los tenía a todos acojonados.

Con quien lo tendrá difícil Sánchez, si se cumplen los vaticinios, será con Junqueras, porque ese sí que va a devorar todo lo que tenga en sus inmediaciones (pero ese es otro cuento: Pulgarcito, cuyo ogro se comía a los puigdemoncitos crudos) y se presentará en Madrid, él o sus adalides, con algo valiosísimo: una ilusión colectiva que todavía no ha sido derrotada por la realidad (todavía) y que, esto sobre todo, no ha causado la muerte de nadie, aunque de la santidad y beatífico pacifismo de los 'indepes' mejor no hablemos.

Otegi, Dios mediante, acabará dialogando con el gusano de su manzana (“Morir, dormir… ¿tal vez soñar?”) y no le corresponderá siquiera el operístico final de la madrastra de Disney, que se despeñaba por un barranco en medio de una maravillosa tormenta, casi como Tosca. A la vuelta de unos años, no muchos, habrá quien le vea entrar o salir de un bar y le dará un codazo al de al lado: “Anda mira, ¿no era ese Otegi?”

Y eso será todo. Hay finales más brillantes pero, desde luego, no mejores.

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