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Opinión

Argelia se asoma al estallido, y nos afecta

Protestas en Argelia en contra de Bouteflika.

Argelia es una olla a presión, en plena ebullición y con las válvulas de escape atoradas. La única que encuentra gran parte del 26% de los jóvenes en paro es la de convertirse en harragas, emigrantes clandestinos hacia Europa, España y Francia preferentemente. La mayoría de los 41 millones de argelinos contempla un régimen gastado. Que no se encuentre recambio al anciano presidente Abdelaziz Buteflika, 20 años en el poder, y desde 2013 prácticamente invisible e inaudible a consecuencia de un derrame cerebral, constituye la mejor prueba de la esclerosis del régimen.

Han pasado ya seis décadas desde que el país accediera a su independencia de Francia (1962), tras una de las guerras coloniales más cruentas y dramáticas para unos y otros. El Frente Nacional de Liberación (FLN) fue implacable con los harkis, los nativos que colaboraron con Francia, que ésta dejó abandonados a su triste suerte. Al mismo tiempo, París tardaría muchos años en deglutir la repatriación forzosa de sus pied-noirs.

Buteflika, uno de los héroes nacionales de la independencia, luego preterido y exiliado, terminó por convertirse en el hombre providencial capaz de restañar las heridas de la guerra civil argelina (1992-1997), desencadenada a raíz de las primeras elecciones ganadas por los islamistas del Frente Islámico de Salvación (FIS) y anuladas por el Ejército y la poderosa Dirección de Inteligencia y Seguridad, los dos poderes fácticos que han mantenido la estabilidad y cohesión supuestamente monolítica del país. Sin una cuantificación oficial, diversas fuentes cifran entre 250.000 y 300.000 personas las que murieron o desaparecieron sin dejar rastro en aquella guerra, además del medio millón de heridos de diversa consideración a causa de los atentados y escaramuzas.

Esgrimiendo grandes banderas nacionales en todas sus concentraciones, decenas de miles de jóvenes exigen candidatos y programas que les ofrezcan alguna esperanza real de cambio

La hipotética vuelta a una nueva guerra civil fue esgrimida precisamente la semana pasada por el primer ministro, Ahmed Ouyahia, al contemplar la multiplicación por todo el país de las grandes manifestaciones de protesta contra una nueva candidatura de Buteflika a las elecciones presidenciales del 18 de abril. Esgrimiendo grandes banderas nacionales en todas sus concentraciones, decenas de miles de jóvenes exigen candidatos y programas que les ofrezcan alguna esperanza real de cambio.

La ‘primavera’ que se evitó vaciando las arcas

Argelia se libró de la oleada de revueltas, malhadadamente denominadas desde 2011 como 'primaveras árabes', que sucesivamente sacudieron y derribaron los regímenes de Túnez, Libia y Egipto, desencadenaron guerras totales y aún inacabadas en Siria y Yemen, y provocaron los primeros movimientos de fuerte oposición interna en las denominadas monarquías del Golfo.

Buteflika lo consiguió con mucho dinero, vaciando la hucha de las reservas de divisas al conceder prioritariamente a los jóvenes todo tipo de subsidios y créditos a fondo perdido. Su círculo de poder confiaba en que el precio de sus cuantiosos hidrocarburos se recuperara y volvieran a los tiempos en que el país multiplicó sus infraestructuras y generalizó las ayudas sociales. La realidad es que, aún manteniendo e incluso superando los niveles exportadores de gas y petróleo de antaño, las reservas están ahora exhaustas y las prestaciones han sufrido grandes recortes.

Hasta ahora, los partidos de la oposición, laminados a partir de los disturbios de 1988, y resurgidos tras la guerra civil, apenas han contado, si no es como meros figurantes

Las manifestaciones, que estallaron en otoño en los estadios, aprovechando los partidos de fútbol de la máxima rivalidad nacional, en especial de la capital, fueron reprimidas de inmediato con gran violencia, lo que aumentó la cólera de las multitudes, que volcaron sus invectivas contra la corrupción, de la que acusan tanto a las Fuerzas Armadas como al círculo de poder del propio presidente, confinado en una silla de ruedas que presuntamente solo mueve su hermano pequeño Saïd, 20 años menor que él.

En el mismo FLN, todavía un partido casi hegemónico, la lucha por el poder se ha acentuado en los últimos meses. Muad Buchareb es el actual hombre fuerte, después de haber desbancado a Saïd Buhaya, de la comisión jurídica de la Asamblea Nacional, primero, y al secretario general del FLN, Jamal Uld Abbes, después.

Los partidos de la oposición, laminados a partir de los disturbios de 1988, y resurgidos tras la guerra civil y la reconciliación auspiciada por Buteflika, apenas cuentan si no es como meros figurantes. Pese a ello, advierten de que o bien se procede a una renovación democrática o el anquilosamiento del poder puede derivar en un caos de imprevisibles consecuencias. Un caos que, como señala Sufián Yilali, líder del partido socialdemócrata Jil Jadid (Nuevas Generaciones), desestabilizaría toda la región y se extendería por fuerza a la ribera norte del Mediterráneo.

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