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Opinión

Cinco años de Opinión, cinco años libres

Cinco años de Opinión.

Como se suele decir en estos casos, parece que fue ayer cuando Vozpópuli era sólo una remota posibilidad y había más voluntad o deseo que certeza, pues al fin y al cabo todo proyecto depende de los recursos, de ese dinero que hay que poner sobre la mesa sin demasiadas garantías de que no se evaporará. Y eso es harina de otro costal. Pero, al final, el proyecto se hizo realidad. Y además en un momento especialmente crítico, en el apogeo de una crisis económica que, después del espejismo de 2009, había ganaba impulso en 2011, año en el que Vozpópuli vio la luz.

Gracias a ustedes, que nos leen, discrepan, comentan, completan y corrigen, hemos podido difundir que aquella crisis económica que dio la cara abruptamente en 2008, era en buena medida reflejo de otra cuya digestión resultaba si cabe aún más complicada: la crisis política

En estos cinco años, en lo que a Opinión se refiere, hemos intentado que la sección fuera un espacio netamente civil, donde las firmas no tuvieran conflictos de intereses y, por lo tanto, salvo momentos muy puntuales, no fueran políticos en activo. Se trataba de dar voz a profesionales de distinta procedencia con puntos de vista diferentes, no necesariamente periodistas, aunque, como es lógico, también los haya. Pensábamos que sólo desde la independencia, sin intereses inmediatos, era posible hacer los diagnósticos correctos y constituir una comunidad de lectores influyentes, racionales y altruistas. Creo que en alguna medida estos objetivos se han cumplido. Y desde aquí quiero agradecerle a usted, querido y fiel lector, su ayuda, sus excelentes aportaciones, y también su paciencia.  

Una sección y una comunidad pionera  

Gracias a ustedes, que nos leen, discrepan, comentan, completan y corrigen, hemos podido difundir que aquella crisis económica que dio la cara abruptamente en 2008, era en buena medida reflejo de otra cuya digestión resultaba si cabe aún más complicada: la crisis política. Muchos recordarán que en aquellos días el debate seguía constreñido dentro de los límites de una economía exógena y todopoderosa que, como era lógico, no podía ofrecer soluciones a cuestiones cuya raíz eran en buena medida políticas. Es ahí donde Vozpópuli puso su granito de arena, especialmente Opinión y su comunidad, señalando con el dedo al problema de fondo: la crisis institucional y el agotamiento del modelo político. Aunque, como no podía ser de otra manera, las musas y musos de la Transición, todavía cómodamente instalados en los medios de información tradicionales, desencadenaran un tardío pero enérgico contraataque en defensa del régimen del 78, instalando la falaz idea de que plantear la reforma del modelo político era una suerte de desafío al orden constitucional.  

Evidentemente no era el caso; es más, nunca lo fue. De hecho, unos años más tarde, Luis Garicano, nada sospechoso de ser antisistema, declaraba lo siguiente: “los economistas empezamos pensando que lo que España necesitaba eran reformas económicas para salir adelante, y a medida que avanzaba la crisis nos dimos cuenta de que el problema era más profundo, porque había muchas resistencias al cambio en un sistema político muy rígido y jerárquico”. Desgraciadamente, el propio Garicano pronto bajaría el diapasón y, desde Ciudadanos, terminaría recayendo en la política arbitrista, que consiste en redactar una ley para cada problema, aparcando la siempre temible política constitucional.

Sea cual sea la orientación ideológica de cada cual, sus creencias, convicciones, tabúes o fetiches, a estas alturas en una cosa deberíamos estar de acuerdo: no se puede jugar un partido si antes no se acondiciona el terreno de juego

Desde entonces hasta hoy ha llovido lo suyo; en ocasiones, jarreado. Pero desde aquí hemos mantenido abierto el debate, evitando aceptar como normal lo anormal, advirtiendo que la corrupción no eran sólo casos aislados, o que el problema no era una cuestión de “buenos y malos” sino de incentivos, y denunciando que la política arbitrista está contraindicada cuando las reglas del juego y las normas informales imperantes son perversas. En unas ocasiones, el punto de vista de los autores de Opinión habrá agradado a los lectores, en otras no tanto. Sin embargo, sea cual sea la orientación ideológica de cada cual, sus creencias, convicciones, tabúes o fetiches, a estas alturas en una cosa deberíamos estar de acuerdo: no se puede jugar un partido si antes no se acondiciona el terreno de juego. Sin embargo, casi 10 años después del inicio de la crisis, unos y otros agentes políticos siguen empeñados en disputar su particular partido en un campo que parece un lodazal, en el que las líneas que marcan los límites del terreno de juego no se ven, donde cada jugador pretende imponer sus reglas y los árbitros parecen no estar o, si lo están, miran para otro lado.

Entender, aplicar y respetar las reglas del juego   

Dicen que la democracia es un sistema de gobierno que deja mucho que desear… si excluimos todos los demás, claro está. Es verdad que tiende a reflejar fielmente nuestras propias imperfecciones o aflorar las carencias de toda una sociedad y, en ocasiones, puede parecer más un problema que la solución. Sin embargo, cuando la democracia cumple todos sus requisitos, también proporciona mecanismos de seguridad, salvaguardias que son tan importantes o más que el derecho a votar. Estas salvaguardias suponen no sólo que la acción de gobernante deba estar fiscalizada, sino que cuando una parte de la sociedad se constituye en mayoría eso no la legitima per sé para imponer cualquier medida política, aun cuando tal medida pueda parecer bienintencionada. La democracia está para salvaguardar los derechos individuales, los inherentes a cada persona, no para transgredirlos en favor de supuestos derechos colectivos. Y es que la democracia debe proporcionar un equilibrio entre demandas y límites del poder. Por lo tanto, ni el gobernante debe entender el respaldo que le proporcionan los votantes como un salvoconducto para traspasar esos límites, ni los votantes deben caer en el error de que el fin justifica los medios y exigir al gobernante que traspase esos límites.

Gracias por leernos, comentar, aportar e, incluso, regañarnos a lo largo de estos apasionantes cinco años

Explicado lo anterior, a nuestro juicio, la crisis española es en buena medida fruto del mal entendimiento por parte de la sociedad de lo que es la democracia y, en particular, de la incompleta traslación de esos principios por parte del régimen del 78. Mientras ambas carencias no se subsanen, la política arbitrista en la que recaen de continuo todos los partidos con representación parlamentaria, lejos de proporcionar soluciones, seguirá agravando los problemas y, lo que es peor, exacerbando las diferencias entre españoles. Así pues, desde aquí seguiremos conminando a todos los políticos a que dejen de velar por sus propios intereses y trabajen por un gran acuerdo nacional, pero no sólo para sellar la paz con Bruselas, parchear las pensiones o abordar el problema de una hipotética secesión, sino para que, de una vez por todas, la democracia española sea una completa realidad. Es nuestra convicción que sólo así podremos ver la luz al final del túnel.

En ello seguimos. Gracias por leernos, comentar, aportar e, incluso, regañarnos a lo largo de estos apasionantes cinco años.

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