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Opinión

Andalucía: oligarquía y socialismo

Susana Díaz en la noche electoral.

¿Cómo era posible que el PSOE mantuviera la hegemonía política en una región que año tras año seguía en la cola de casi cualquier indicador de progreso? Podía ser que no hubiera una alternativa creíble, pero resultaba una anomalía democrática. En cualquier régimen representativo sometido a elecciones periódicas existe un atisbo de alternancia en el poder. Esto no ocurría en Andalucía a pesar de que la oposición conseguía alcaldías importantes. La solidez y fidelidad del voto socialista era inédita e incluso emblemática. Era la reserva espiritual del PSOE, la región roja por excelencia. 

Sociólogos y politólogos se empeñaban en evacuar sesudas teorías interpretativas. Unos hablaban del espíritu izquierdista del andaluz como si fuera algo natural e inamovible. Otros de la recompensa a la decidida actitud del PSOE por la autonomía en el referéndum de 1980. Alguno se aventuraba a defender el voto clasista: el PSOE era el partido de la clase obrera, campesina y jornalera, y el PP el de los señoritos.

Trama corrupta

Los análisis servían también para catalogar o anatematizar a la oposición. Era una alternativa absurda, fuera de su lugar y de su tiempo, con candidatos impotentes incapaces de convencer a la opinión pública. Esto afectaba al PP andaluz, claro. ¿Qué se podía hacer? Todos sabían que existía una trama corrupta -los famosos PER que ahora retoma el descarado Sánchez-, y más después de tanto tiempo de hegemonía. Los populares se miraban a sí mismos y cambiaban eslóganes, nombres y estrategia.

Del mismo modo, lo que ocurría en Andalucía, ese dominio socialista inalterable, afectaba a la interpretación de la vida política nacional. Los estereotipos sobre el andaluz y su gobierno, aquella casta que se repantingaba en el poder, corrían por los discursos y marcaban la dirección del marketing electoral. ¿Cuántas campañas electorales autonómicas y nacionales estuvieron condicionadas por la hegemonía histórica del socialismo andaluz?

Porque Andalucía es una región decisiva en cualquier consulta electoral al Congreso. De hecho, Teresa Rodríguez, de Ahora Andalucía, amenazó al otrora poderoso Iglesias -por cierto, ¿quién no ha amenazado últimamente al vecino de Galapagar?-, con tener grupo parlamentario propio.

El efecto andaluz ha sido muy importante. No en vano, el vuelco dado en su Parlamento con motivo de las elecciones de diciembre de 2018 supuso un quebranto histórico. En realidad, ese cambio, el que ahora allí gobiernen el PP y Cs con el apoyo de Vox, ha condicionado la política nacional. El caso marcó la campaña y la convocatoria del 28-A, y su ejemplo ha servido para articular argumentaciones a favor de gobiernos de coalición con el auxilio de los de Santiago Abascal, tras las locales y autonómicas del 26-M.

Los socialistas se dedicaron a establecer un régimen clientelar en Andalucía comprando la voluntad de los votantes y de las familias concediendo puestos y subvenciones

Ahora ha quedado documentado que el PSOE iba dopado a las elecciones andaluzas, que la trama era cierta. No solo es lo que se está destapando con el asunto de los ERE, sino que existía un control a nivel municipal de cada uno de los vecinos. Era una especie de Stasi, aquella policía de la RDA que elaboró seis millones de fichas sobre los alemanes del Este. Casi todo germano oriental tenía un dosier con su nombre, dirección, apodo, amistades, ideas políticas, creencias religiosas y costumbres. Cualquiera era un informante y un denunciado. Ni un comunista sin su expediente preparado para la autocrítica, por favor.

El PSOE estableció en Andalucía un sistema de oligarquía y socialismo. Todos aquellos malos gobernantes iban dopados a las elecciones. No es que los otros, la alternativa, fueran mejores, es que no concurrían a las elecciones en igualdad de oportunidades.

Más allá del Código Penal

Los socialistas se dedicaron a establecer un régimen clientelar comprando la voluntad de los votantes y de las familias concediendo puestos y subvenciones. Es más; solamente el conocimiento del sistema generaba una expectativa en los demandantes que mantenía el intercambio. Un enchufe, un voto.

El asunto, esos papeles encontrados en una localidad andaluza, cuyo responsable fue colocado por Susana Díaz como director general de Políticas de Empleo de la Junta de Andalucía -qué casualidad, de empleo-, trasciende al Código Penal. Hablamos de la dignidad de la democracia, de una cuestión moral que, lejos del chiste fácil, debería poner a cada uno en su sitio.

Y mucho más cuando está semana comienza la comisión de investigación en el Parlamento andaluz sobre el dinero público gastado por socialistas en prostíbulos, cubatas, juergas en la Feria de Sevilla y joyas. Qué buena novela caribeña le saldría a Vargas Llosa.

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