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Análisis

Todo puede empeorar

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy

Hay que agradecer a Pedro Sánchez su audacia para evitarnos el bochorno que hubiere supuesto que decidiera repetir el inaudito gesto reservón y avieso de Rajoy al apartarse de la escena en la que se trata de armar un Gobierno. Pedro Sánchez tal vez no lo consiga, pero Rajoy tendrá que explicar alguna vez, cuando su caso provoque mayor curiosidad que pasmo, cuáles fueron las razones por las que decidió pasar de celebrar la victoria a renunciar a hacerla efectiva. Entre las cosas que se ven y las que se suponen, Rajoy está batiendo records de incompetencia política, pero también de carencias de todo orden. Su impavidez frente a la sangrante corrupción que anida en su partido y bajo su mandato, y su insensibilidad frente a los signos que aconsejan una retirada digna, está superando los estándares éticos que al respecto están vigentes no ya en Inglaterra, Francia o Suiza, sino en la misma Bielorrusia.

Su permanencia al frente del PP nos obliga a pensar en lo que una ley muy general de la política nos enseña, que cuando no se hace nada es inevitable que todo empeore. Chesterton alertó repetidamente contra esa clase de conservadores que no entendían que para mantener cualquier cosa valiosa es necesario moverse con mayor rapidez que las causas del deterioro, y Rajoy no parece haber leído a Chesterton, seguramente porque no entraba en el temario.

El PP cree tener un electorado cautivo y espera poder recuperar el voto “prestado” a Ciudadanos, pero eso habrá que verlo

El suicidio del PP

Los encuestadores que han dirigido la política del PP durante años apuestan sobre la certeza de que el mal causado al partido ya no se cobrará nuevas mermas electorales, pero tal vez podrían mirarse en el espejo del vecino para comprobar hasta qué punto pueden ponerse feas las cosas. El PP cree tener un electorado cautivo y espera poder recuperar el voto “prestado” a Ciudadanos, pero eso habrá que verlo, y la duda razonable haría que en un partido que conservase un ápice de cordura se estuviese discutiendo cuál sería la estrategia conveniente, en lugar de limitarse a mascar amargamente las insólitas ocurrencias de Rajoy, y a considerar una iniciativa genial cualquier finta absurda que se le pueda ocurrir dentro del estado de privación política en que parece encontrarse. Que un líder yerre es normal, lo que resulta surrealista es que todos le sigan sin rechistar cuando ya han comprobado hasta la saciedad que no sabe llevarles a ninguna parte.

Los dirigentes del PP parecen haber aceptado renunciar a casi todo a cambio del éxito, pero, una vez que la victoria ha desaparecido claramente del horizonte, están a punto de apurar un sacrificio lento y doloroso literalmente para nada, tal vez con el único consuelo de que nadie les acuse de ser el primero en gritar que el Rey está desnudo, una excusa realmente lamentable. Tras tanto predicar el miedo, tras jugar con el fuego populista para anular al partido al que han robado las políticas, ahora, si nadie lo remedia, podrán comprobar que de nada ha valido, que han obtenido indignidad y derrota en dosis equiparables. Los suicidios colectivos son raros en Biología, pero abundan en política: lo extraño es que pueda llegar a consumarse sin que nadie advierta que no hay ninguna nobleza en una inmolación sin esperanza ni objetivo.

En lugares en que la democracia está arraigada no es necesario que nadie advierta al que está de más

¿Hay algo que cambiar?

El político debiera acostumbrase a pensar que cuando no parece haber razón alguna para formar un Gobierno deseable, la causa podría ser que su presencia resulte inconveniente. En lugares en que la democracia está arraigada no es necesario que nadie advierta al que está de más, muchas veces basta un ligero percance electoral para que los líderes comprendan que su oportunidad ha pasado y que es el momento para desvanecerse, como según McArthur hacían los viejos generales. Aquí parece estar vigente un modelo menos admirable de relevo, pasa casi como en El Guateque, la memorable película en la que Peter Sellers interpretaba a un corneta que se resistía a morir al haber sido acribillado, pero no por ser un valiente, sino por no enterarse de cuál era su papel y de que había terminado su minuto de gloria. Rajoy es como ese corneta que se resiste ridículamente a la retirada en una escena nada heroica pero intensamente cómica. Lo malo es que el imposible apego de Rajoy a su poltrona carece de cualquier gracia.

Los Gobiernos posibles

Ahora mismo existe una posibilidad de pacto entre Ciudadanos y el PSOE, una posibilidad mucho menos dañina que la entrega del PSOE a la voracidad populista de los que están dispuestos a rentabilizar como sea los cabreos del electorado. El PP podría ser una pieza de ese pacto, pero es obvio que Rajoy no puede, de forma que tanto él como sus consejeros deberán empezar a pensar en la forma de evitar una negativa a una fórmula que, siendo muy parecida a la que el PP dice proponer, se diferenciará de aquella en que jamás podrá encabezarla un líder tan lastrado por sospechas y carencias. Que el PP no caiga en la cuenta de que es indigno decir que no pone líneas rojas a ningún pacto, vamos que le da lo mismo cargarse la reforma laboral que suprimir el Ministerio de Defensa, cuando en la práctica la única línea roja es que sea Rajoy el que dirija ese cotarro, indica hasta qué punto la política ha sido despedida de Moncloa y de Génova, tal vez con una indemnización en diferido.

Son muchas, es obvio, las posibilidades de empeorar, pero caben soluciones si no falta grandeza de ánimo, generosidad y altura de miras

La audacia no puede ser temeraria

A diferencia de la pasividad anonadada de Rajoy, el activismo de Pedro Sánchez frente a una misión casi imposible, le va a permitir recuperar un capital político que se le estaba escapando por minutos. Su ventaja frente a Rajoy no está en lo que hace, sino en que pueda hacerlo. Pedro Sánchez ha repetido en varias ocasiones que él es un político limpio, y aunque pudiera haber motivos para creerlo, esa es una proclama que Rajoy no ha sabido hacer y que no parece pudiese ser muy creíble. Naturalmente que la decencia no es condición suficiente para ser un buen político, pero es bueno que parezca una condición necesaria, de manera que por ahí podría empezar a buscar un cierto desahogo el PP, dar con alguien que personifique realmente una posibilidad política distinta. ¿No es un partido con centenares de miles de militantes? ¿Es que no ha de haber un espíritu valiente? ¿Es que acaso todos se han de reducir para siempre a no decir lo que sienten, y a temer lo que podrían decir?

En un pacto como el más razonable que se perfila, acaba de advertirlo Rivera, la presencia de un PP no maniatado por sus hipotecas ni por sus miedos, resulta enteramente necesaria. Sánchez se equivocaría de medio a medio si se convirtiese en un obstáculo similar al que ha supuesto Rajoy, y su margen de maniobra es extremadamente pequeño, pero es mucho lo que depende de esos pocos que poco pueden hacer, pero que, de equivocarse, podrían dar lugar a un nuevo e intenso desastre histórico. Son muchas, es obvio, las posibilidades de empeorar, pero caben soluciones si no falta grandeza de ánimo, generosidad y altura de miras, si en lugar de pensar en primera persona se piensa en el futuro de libertad de todos los españoles. La política consiste, lo dijo Platón, en hacer un tejido con trenzas más fuertes, no en atizar los conflictos y lacras que han desembocado en un resultado electoral tan complicado. Todo puede empeorar, pero cabe buscar una salida histórica, aunque, indefectiblemente, habrá que mover algunas piezas.

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