Quantcast

Análisis

Francia y los cuatro días que estremecieron España

“Me enteré a las 7,34 de la mañana, cuando bajaba por las escaleras de la residencia a mi despacho oficial en Interior. Díaz de Mera me telefoneó desde el coche que le conducía a la Dirección General de la Policía: ‘ministro, se acaba de producir una explosión en Atocha, pero no sé más’. ‘Vete para allá’, fue mi respuesta. Bueno, una explosión, pensé, siempre es preocupante pero no en exceso, quiera Dios que no sea nada. Pero en seguida me volvió a llamar por su móvil para decirme que se habían producido otras explosiones casi simultáneas en El Pozo y Santa Eugenia, y aquello ya era otra cosa, ya me temí lo peor. Inmediatamente llamé al presidente del Gobierno para informarle. Y casi al instante me vuelve a llamar Díaz de Mera desde la misma estación de Atocha con un mensaje desolador: ‘Ministro, esto es una carnicería…’ Estaba dándome detalles de lo que veía cuando, tras interrumpirse la conversación un instante, vuelve al teléfono para decirme, ‘perdona, ministro, me he quitado el abrigo para ponérselo a una mujer que está aquí mismo, completamente desnuda y con los brazos amputados…’”

Ángel Acebes, ministro de Interior del Gobierno Aznar cuando ocurrió la salvajada terrorista del 11-M, contaba sus vivencias a quien esto suscribe a primeros de mayo de 2004, sin haberse recuperado del todo del shock emocional sufrido en los cuatro días que estremecieron España. Casi 11 años de aquella matanza, el terrorismo islamista ha vuelto a golpear en el corazón de Francia, en el París que vio nacer los ideales republicanos de liberté, égalité, fraternité sobre los que se asienta el pluralismo democrático que enseñorea nuestro modo de vida en libertad. Contrariamente a lo que ocurrió en Madrid aquel 11 de marzo, el presidente francés, François Hollande se apresuró a convocar en el palacio del Eliseo al líder de la UMP, el ex presidente Nicolás Sarkozy, así como a los representantes del resto de partidos con grupo parlamentario, incluido el FN de Marine Le Pen, para sellar la unidad de todas las fuerzas políticas galas en la lucha del Estado, que no del Gobierno, contra el terrorismo yihadista.

Un gesto del que no fue capaz un José María Aznar ahíto de orgullo, que se negó en redondo (“por encima de su cadáver”) a llamar a La Moncloa al entonces jefe de la oposición, José Luis Rodríguez Zapatero. Mucho se ha escrito sobre las consecuencias de aquel error que para muchos marcó la deriva de lo que iba a ocurrir en los días siguientes al atentado, y que culminaría con la victoria socialista en las elecciones del 14 de marzo de 2004, puesto que la decisión de no compartir con la oposición la gestión de la crisis abierta por las explosiones dejó al PSOE las manos libres para maquinar a su antojo (“este país no se merece un Gobierno que miente”) y, lo que es peor, dejó a España huérfana de esa fuerza, ese confort moral que para el inconsciente colectivo proporciona saberse ciudadano de un país unido en la determinación de socorrer a las víctimas e identificar y castigar a los culpables.

La unidad demostrada por la clase política francesa estos días ha supuesto, por eso, una lección para la española, una demostración de unidad y coherencia

La unidad demostrada por la clase política francesa estos días ha supuesto, por eso, una lección en toda regla para la española, una demostración de unidad y coherencia, de patriotismo incluso, que ha puesto en evidencia el vuelo corto de una clase política empeñada en hacer valer el mito de esas “dos Españas” dispuestas a batirse a garrotazos a la menor oportunidad, puesto que ni siquiera fue capaz de ponerse de acuerdo ante una tragedia que se llevó por delante la vida de casi 200 personas. En contra de lo que cabe esperar de la multitudinaria manifestación de hoy en París, la iniciada a las 7 de la tarde del 12 de marzo de 2004 en Madrid, 2,3 millones de personas en la calle, permitió evidenciar la fractura de un país partido por la mitad, país cainita incapaz de unirse en momento tan crucial. Demasiado tarde, señor Aznar. El PSOE había decidido jugar la baza de los groseros errores del Gobierno con la autoría de ETA, para, movilizaciones ante las sedes populares mediante, colocar al PP en la acera de los culpables y ganar unas elecciones que, en contra de lo que han pretendido extender después, jamás hubiera ganado un personaje como Zapatero.

Rubalcaba: el PP radió el partido con 24 horas de retraso

“Me enteré a las 7,30 de la mañana del 11-M. Me llamó a casa una amiga para contármelo”, relataría a primeros de mayo de 2004 Alfredo Pérez Rubalcaba. “Después me llamó Zarzalejos o el propio Acebes, no recuerdo bien. Su resumen fue: “esto va fuerte”, es decir, no era el típico atentado de ETA con 4 ó 5 muertos. José Luis estaba aquella mañana en los desayunos de TVE, y aquello fue un martirio, porque con el mismo móvil yo trataba de contactarle y de conseguir información (…)  La noche del 11-M la pasamos en Ferraz, viendo qué iba a decir José Luis al día siguiente en la SER, donde tenía apalabrada entrevista. Hacia las 12,30 de la noche, cuando nos íbamos para casa, sonó mi móvil, coño, Zarzalejos. Me despedí del resto y me puse a hablar con él. “Es ETA...” No hombre, no, Javier, ¿cómo me puedes decir a estas horas que es ETA? Que soy yo, Alfredo, que a mí no me puedes seguir diciendo que es ETA, con lo que ya sabemos, porque ya había aparecido la furgoneta con los detonadores y los versos del Corán. Esto es demasiado incluso para ETA, le dije, esta es una bestialidad inimaginable siquiera en ETA, y él que no, firme en sus tesis, que si las mochilas, que si los  detenidos en Cuenca, que si lo de la estación de Chamartín… Al día siguiente siguieron atribuyendo la autoría a ETA. Yo creo que el Gobierno del PP estuvo radiando el partido con 24 horas de retraso, contando las cosas con un día de retraso sobre el estado real de las investigaciones. ¿Para qué? Para tratar de llegar vivo a las urnas, tratando de alcanzar el 14-M con el menor desgaste posible”.

Acebes nunca se ha bajado del burro: “Dimos toda la información puntual y honestamente según se iba teniendo. Rubalcaba no dice la verdad y él lo sabe”. Cuatro días después de la masacre en la redacción de Charlie Hebdo, apenas quedan interrogantes por resolver. Se sabe sin ningún género de dudas quiénes fueron los asesinos, dónde se entrenaron y por qué lo hicieron. Casi 11 años después de la matanza de Atocha, pocos españoles capaces de pensar por su cuenta estarán dispuestos a declararse plenamente satisfechos con las explicaciones recibidas sobre el quién, dónde y por qué se tomó la decisión de atentar con tan milimétrica precisión 3 días antes de unas elecciones generales, causando una matanza que llevó a la Moncloa a un personaje que, a pesar del grosero segundo mandato de Aznar, nunca hubiera soñado volar tan alto, provocando un cambio radical en las alianzas exteriores de España y, lo que es peor, casi un cambio de régimen que, con el intento de acuerdo secreto con ETA primero, y el impulso al nuevo Estatuto de Cataluña después –determinante acelerador del proceso secesionista actual-, ha dejado en papel mojado la Constitución del 78, ello por no hablar de los cambios operados en el sistema de valores colectivo de los españoles por el buenismo de ZP, cuyas consecuencias estamos pagando hoy.

Parece obvio que, por encima de banderías partidistas, la primera obligación de cualquier Gobierno democrático surgido de un trauma como el 11-M debería haber consistido en investigar a fondo lo ocurrido hasta sus últimas consecuencias, poniendo en el empeño toda la fuerza del aparato del Estado. El de Zapatero se dedicó justamente a lo contrario (“ya está todo claro”), a echar tierra al asunto, intentando desacreditar a quien osara manifestarse perplejo o siguiera planteando interrogantes en torno a lo ocurrido, seguramente porque sabiéndose beneficiario, tan involuntario como directo, de la masacre, trató por todos los medios de no empañar su victoria con cualquier tipo de revelación incómoda. Y más o menos lo mismo ha hecho el Gobierno de Mariano Rajoy, víctima de los complejos atávicos de esa derecha conservadora siempre pendiente del v/b de la elite progre que domina buena parte de los medios de comunicación.

Los atentados del 11-M siguen rodeados de zonas de sombra 

El resumen es que las circunstancias que rodearon una tragedia que se llevó por delante 192 vidas inocentes y cambió el paso a todo un país siguen estando rodeadas de grandes zonas de sombra. La dura realidad es que España, uno de los países más importantes de la UE, ha terminado tragándose una monstruosidad como la del 11-M como si de un gigantesco sapo se tratara, uno más de los sapos que sin pestañear nos hemos zampado a lo largo de siglos de Historia atormentada, y todo parece indicar que acabaremos deglutiendo el anfibio como si aquí no hubiera pasado nada, lo cual, al margen de una ofensa a la memoria de las víctimas, es una herida que sigue abierta en la autoestima colectiva, en la conciencia de un país menor que ha sido obligado a aceptar esa humillación, obligado a resignarse porque no ha sabido/querido desenmascarar plenamente a los culpables.

No hemos terminado de entender lo que pasó el 11-M y tampoco hemos sabido extraer las enseñanzas pertinentes de lo ocurrido

Naturalmente que esta especie de sumisión voluntaria de los españoles ante los autores intelectuales de la matanza de Atocha tiene sus riesgos, el más evidente de los cuales es que la tragedia pueda volver a repetirse a conveniencia de quien o quienes la maquinaron el 11-M. Hace escasos días este diario hablaba de la preocupación, más bien temor (“El fantasma más temido por el Gobierno resucita en pleno año electoral: el terrorismo islamista”) en el Gobierno Rajoy por la posibilidad de un nuevo atentado islamista en España capaz de interferir la normal disputa política en un año que se adivina trascendental como el que acaba de empezar. Ayer mismo, Vozpopuli abría su edición con la noticia de que el Ejército ha redoblado la vigilancia sobre los depósitos de armas ante el temor de que podría producirse un robo para la realización de un atentado a la “parisina” manera. No hemos terminado de entender lo que pasó el 11-M y tampoco hemos sabido extraer las enseñanzas pertinentes de lo ocurrido. Ninguna información veraz sobre los progresos realizados por las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, por no hablar del desprestigiado CNI, en la lucha contra el terrorismo yihadista. La sospecha de que desde la tragedia del 11-M vivimos instalados sobre un gigantesco barril de pólvora susceptible de volver a explotar cualquier día sigue viva, simplemente porque no somos dueños de nuestro destino.     

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.