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Análisis

El tabú de la república

Hace 85 años se proclamó en España la República, como consecuencia del hundimiento de la monarquía Alfonsina. Su final trágico en abril de 1939 inauguró una etapa en la que republicanismo y República quedaron desaparecidos de la faz de España. Todavía hoy, cuando se comenta el asunto, se suele responder con la cursilada de lo políticamente correcto de que eso no está en la agenda política, aunque algunos, de forma vergonzante, reconozcan la racionalidad del republicanismo democrático. Y esa es la realidad, a pesar de que nuestro país se enfrenta a una crisis constitucional de envergadura, significada por la falta de alternativas de gobierno y de ordenación del decrépito entramado constitucional. No creo que hagan falta demasiadas palabras para confirmar el diagnóstico de la situación española, caracterizada por la parálisis política, el estancamiento económico y el descreimiento en el porvenir que se va adueñando de las generaciones más jóvenes de la nación. Pero la República liberal y democrática sigue siendo tabú.

Arrastramos déficits agudos en la educación, en la exigencia cívica y en el sentido participativo de la vida pública

La ausencia de la sociedad civil

En circunstancias como las que estamos viviendo es cuando se nota la ausencia de una sociedad civil vigorosa, ya que arrastramos déficits agudos en la educación, en la exigencia cívica y en el sentido participativo de la vida pública, valores todos que deberían conformar un proyecto democrático nacional. Y es lógico que haya sido así porque, desgraciadamente, hemos carecido de las semillas de las que había de surgir el árbol de ese orden civil superior. Las ideas del esfuerzo y de la exigencia han permanecido desterradas de la vida española, siendo sustituidas por principios acomodaticios para facilitar la supervivencia y el aprovechamiento de los impostores. Una factura costosísima que está impidiendo debatir con seriedad sobre la manera de superar, de forma pacífica y democrática, la esclerosis que domina la vida pública y partidaria.

Por eso conviene rechazar la permanencia del tabú, que suele venir acompañado con la tesis de que República y republicanismo son únicamente asunto de historiadores y estudiosos, sin nada que aportar al devenir del proceso político español. La aceptación fatalista de esas tesis, trufadas con la tragedia de la Segunda República y la apelación republicana por parte de grupos marginales de la izquierda capitaneados por IU, supone que el liberalismo y el socialismo democráticos deben mantenerse incondicionalmente en el seno de un sistema político que carece de resortes y de voluntad para superar su crisis para contribuir positivamente a la culminación de la evolución constitucional de España. Un planteamiento miope que fortalece a quienes, desde presupuestos fronterizos con el totalitarismo, irán acogotando las fórmulas templadas de la razón política y de la defensa de los valores democráticos y republicanos.

Desterrar tabúes en beneficio del cambio democrático

Como decía Shakespeare “lo pasado es prólogo” y parece que sería momento para que la sociedad española, constreñida por la ocultación y la mistificación del pasado inmediato, así como por el dolor de la memoria, sea propicia al renacimiento republicano. La magra experiencia democrática de todos estos años, la quiebra constitucional, reconocida por los propios protagonistas del régimen, y la parálisis institucional justifican la necesidad de un cambio de rumbo que permita la recuperación de instituciones de contenido genuinamente democrático y el fortalecimiento del Estado, alejando los peligros de la demagogia y de los populismos de raíz autoritaria. Para ese objetivo, lo primero y principal es desterrar los tabúes con el fin de deliberar sobre qué modelo de convivencia democrática es más apropiado para superar al actual, que llevaba en su germen los frutos que ahora, amargamente, estamos cosechando.

Nos encontramos con un juego limitado en el tiempo y lastrado por la realidad de los problemas cuya permanencia nos recuerda que hay bastante trabajo por hacer

Al contemplar a los actores políticos del momento, resulta llamativo cómo partidos centristas, como UPyD y Ciudadanos, que surgieron para cambiar el modelo en crisis, no han incorporado a su discurso el republicanismo liberal y democrático para reforzar sus planteamientos de cambio. Con ello, arrostran el peligro cierto de ser asimilados por el modelo que pretenden cambiar o, simplemente, ser deglutidos por él, como de hecho le ha ocurrido a UPyD. Lo mismo podría aplicarse a Podemos en su ámbito de la izquierda, aunque confieso que me preocupa más la timidez doctrinal en el centro político, si finalmente se produce la polarización electoral en las próximas elecciones.

Es verdad que ésta breve reflexión puede parecer extemporánea o meramente testimonial en un ambiente presidido por el juego político de corto plazo practicado por los principales actores de la escena española, pero todo indica que nos encontramos con un juego limitado en el tiempo y lastrado por la realidad de los problemas cuya permanencia nos recuerda que hay bastante trabajo por hacer. Más pronto que tarde, España tendrá que afrontar el cambio, empresa que no será fácil porque, aparte de superar el hastío y la desconfianza de muchos españoles, habrá que desvanecer la impresión, cultivada conscientemente, de que los valores republicanos no contienen la respuesta de modernización y justicia que el país necesita. A pesar de esas limitaciones y de que sea pedir peras al olmo, la apuesta por la República, como conclusión natural, integradora y nacional de la evolución constitucional de España debe ser el objetivo, no partidario, para republicanizar los espíritus de los españoles que aspiren a lograr la plenitud democrática y el bienestar de su Patria.

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