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Análisis

La náusea del refugiado

Un niño vomita tras cruzar la frontera entre Macedonia y Grecia el pasado día 6.

Con suerte, la mayoría de los miles de refugiados que estos días intentan llegar a Europa no son conscientes de la vergüenza que provoca en muchos ciudadanos del viejo continente la desfachatez de algunos de sus gobernantes. Por desgracia, sufren en sus carnes esa torpeza en su larga huida de guerras y déspotas. El resultado es, sin embargo, similar: un profundo sentimiento de asco, una repulsión que produce náuseas.

Cuando escuchamos al primer ministro húngaro decir que "Europa está amenazada por un flujo masivo de personas", o que Hungría tiene "derecho a decidir" que no quiere tener musulmanes en su territorio. Cuando dirigentes comunitarios como el presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz, culpan de la situación a "algunos gobiernos irresponsables" y, a su vez, los mal llamados socios arremeten unos contra otros por ver quién lo ha hecho peor. Cuando desde el PP se alerta de que entre los que escapan de la miseria y el terror puede haber alguno que "un día ponga una bomba en cualquiera de nuestras ciudades". Cuando, por último, el jefe de la Marca España muestra su satisfacción porque la acogida de refugiados tendrá un impacto positivo en la imagen del país.

El efecto, como decíamos, es el mismo. Pero lo peor es que esos llamamientos al rechazo y esa falta de humanidad están, poco a poco, dando sus frutos. "Si hubiera sabido que iba a tener que dormir en el suelo, que iba a pasar hambre y sed, jamás me habría ido", admitía un joven sirio recién llegado a Belgrado en una entrevista en La Sexta. El sueño europeo ya ni merece la pena. Podemos estar orgullosos.

* La Zancadilla es una nueva columna semanal de Vozpópuli

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