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Análisis

El dilema de Pedro Sánchez: ¿Salvar o hundir al PSOE?

He aquí una estrella surgida de la nada, diputado raso hasta el mes de junio, ponente apenas de la Ley de Liberalización de Servicios y ninguneado por la dirección del PSOE, ignorado por Soraya Rodríguez y Eduardo Madina. Tras la debacle socialista del 25 de mayo, Pedro Sánchez, 41, promocionado en la sombra por Antonio Hernando y Óscar López, los hombres fuertes del grupo apadrinado por José Pepiño Blanco durante la era Zapatero, tuvo la suerte, o la habilidad, de colarse entre el candidato Madina al que respaldaba Pérez Rubalcaba, y la candidata Susana Díaz que aspiraba a la elección por aclamación. Ganó el tercero en discordia. El hombre que no ha tomado nunca una decisión importante (“no ha mandao ni la hora” dicen con sorna en la agrupación del barrio de Tetuán donde dio sus primeros pasos), resultó que estaba en el momento oportuno en el lugar adecuado. Pepiño ya es eurodiputado; Hernando ha sido nombrado por Sánchez portavoz en el Congreso, y López en el Senado. Desesperadamente obligado a entroncar cuando antes con los santones del partido, Sánchez apareció el jueves retratado, camisa blanca y pantalón verde, junto a Felipe González y Alfonso Guerra en la celebración del 40 aniversario del Congreso de Suresnes.

Sobre las espaldas de este hombre afable con aspecto de galán, avituallado con un modesto currículum académico, pragmático más que teórico, sin fundamentos ideológicos ni convicciones firmes sobre casi nada, escasamente intervencionista y con una notable ambición de poder, va a descansar en gran medida el futuro de un PSOE que hoy se debate entre recuperar el brillo que Felipe le infundió en los ochenta o caer en la nada a la que fueron a parar el PSI de Bettino Craxi o el Pasok griego. Salvar o hundir para siempre al PSOE en un momento decisivo del devenir español, enfrentados los amos y usufructuarios del Sistema a un año 2015 que se presenta como piedra miliar en la Historia de España, desde luego más que 1975, tal vez equiparable a lo que representó 1936, porque el próximo año se despejará, para bien o para mal, el desafío que al futuro de España como nación le ha planteado el secesionismo burgués catalán, y porque las generales de noviembre marcarán el punto de no retorno de una clase política agostada y en apariencia dispuesta a entregar la cuchara ante el empuje de esa fuerza emergente, de imparable dinamismo, llamada Podemos.

La disyuntiva es clara: o virar hacia la izquierda para competir con Podemos o instalarse en el centro izquierda para acometer las reformas que reclama el sistema

Ese es precisamente el abismo al que ahora se asoma Pedro Sánchez en el puente de mando del socialismo español. La disyuntiva es clara: o virar hacia la izquierda para competir electoralmente con Podemos en el espacio de la izquierda más o menos radical, tratando de recuperar esa parte de la clientela del PSOE que ya se ha comido la coleta de Pablo Iglesias, o instalarse en el centro izquierda ignorando ese fenómeno para, desde ese espacio, acometer las reformas en profundidad, los cambios democráticos que está pidiendo a gritos un sistema acogotado, casi muerto. La disyuntiva no es baladí. El tirón del colectivo asambleario que este fin de semana se convierte en partido en el ruedo de Vistalegre es tal que, de acuerdo con las encuestas que maneja el propio Gobierno Rajoy, ya está electoralmente a la par con el PSOE tanto en la Comunidad valenciana como en la madrileña, lo que equivale a decir que de la sangría de votos que hoy corroe al PP no se va a beneficiar el partido socialista, sino el terremoto Podemos.

Un seísmo cuyos devastadores efectos sobre el paisaje político español no deja de crecer, hasta el punto de que ya hay quien compara el escenario actual con el que España presentaba en los meses previos al gran salto adelante de Felipe en octubre de 1982. Duda hamletiana, pues, de enorme trascendencia, que probablemente un Sánchez sin bases ideológicas sólidas y sin equipo consistente dentro del aparato no sea capaz de resolver por sí mismo. El Miguel Boyer de los ochenta iría hacia un lado; el Alfonso Guerra de siempre, probablemente hacia el otro. En ese cruce de caminos se encuentra el socialismo español; a esa carta se va a jugar Sánchez la suerte del PSOE. Los riesgos de abandonar el espacio de centro izquierda son muchos, entre otras cosas porque el electorado de izquierda pura, izquierda radical, siempre va a preferir el original a la copia, y en ese mano a mano al socialismo podría ocurrirle con Podemos lo que, de momento solo en las encuestas, le ha sucedido a CiU con ERC.

Sánchez “se ha visto ya con medio Ibex”

Instalado en la duda permanente, muchos piensan que el PSOE de Sánchez irá dando tumbos por la senda de un discurso deliberadamente ambiguo y proclive a lanzar guiños a diestra y siniestra. El nuevo secretario general ya se ha sentado con César Alierta (Telefónica) y con Francisco González (BBVA). No pudo hacerlo con un Emilio Botín al que le sorprendió la muerte. “Se ha visto ya con medio Ibex 35”, asegura un miembro de la Ejecutiva. Tanta entrevista ha generado recelos en el aparato, al que ha prometido “no entregarse al poder económico, dispuesto a llegar a la Moncloa ligero de equipaje”. Su posición entre los santones del partido reproduce aquella duda hamletiana. Es un secreto a voces que Felipe ejerce sobre él un patronazgo claro –el propio Sánchez le ha señalado como uno de sus “modelos”, junto al italiano Renzi-, influencia que se manifiesta, por ejemplo, en la estrategia para encarar el problema catalán, de la mano de Mariano Rajoy. Pero en Ferraz sigue teniendo despacho el inane Zapatero, dispuesto siempre a abalanzarse sobre el secretario general en cuanto lo avista por un pasillo. Fue ZP quien puso a su ex jefe de Gabinete, Bernardino León, como escolta de Eduardo Madina cuando lo creyó ganador, y es ZP el que ahora ha rodeado a Sánchez de algunos de los asesores que tuvo en La Moncloa.

Entre la izquierda radical y el espacio de centro izquierda, Sánchez dispone de una deslumbrante alternativa si enarbola la bandera del cambio democrático

La pura verdad, la dramática verdad si se quiere, es que entre la izquierda radical a lo Podemos y el espacio de centro izquierda adosado al sistema, contemporizador con este régimen acogotado y muerto, Sánchez dispone de un amplísimo espacio para operar, una deslumbrante alternativa capaz de hacerle pasar a la historia con letras de bronce: se trataría de enarbolar de verdad la bandera del cambio democrático, de esa regeneración tantas veces descrita como postergada. Olvidarse de las zarandajas federales y abrir de verdad la Constitución para dar la oportunidad a la sociedad española de disfrutar de calidad democrática, cambiando la ley electoral, abriendo las listas, imponiendo una ley de financiación de los partidos que yugule la corrupción, acabando con las puertas giratorias, devolviendo la independencia a la Justicia, sacando las manos de esos órganos de control de la labor del Ejecutivo hoy subsumidos en la CNMC, en definitiva y por no hacer exhaustiva la lista, abordando de una puñetera vez esa reclamada regeneración democrática, saneando de una puñetera vez un sistema corrompido de la cruz a la raya, corrupción y hartazgo que, en el fondo y en la forma, son la única explicación que cabe al fenómeno Podemos.

Puestos a pedir, un par de cosas más le pediríamos a Sánchez y al nuevo PSOE. Que de una vez por todas sea capaz de abandonar el sectarismo del que ha hecho gala la izquierda española, de modo que sea posible llegar a acuerdos más o menos definitivos, en todo caso estables, con la derecha democrática, con ésta o con la que surja tras la desintegración que anuncia el final del PP de la mano de Rajoy, en cuestiones tales como Educación, Sanidad y Fiscalidad, por citar solo las más importantes. Y también que se aclare de una vez con España, que quieran un poquito a esta España a veces madre y siempre madrastra, porque ya va siendo hora de que el PSOE se sacuda sus fantasmas y diga si de verdad está dispuesto a defender la unidad de la nación para, desde esa certidumbre, abordar también, vía reforma constitucional, la corrección de los excesos en que ha devenido el Estado de las Autonomías. Se lo ha dicho con rotundidad Susana Díaz: “no estoy dispuesta a pasar por la ruptura de España, por ahí no”. Aplícate el cuento, Pedrito, porque quien eso te susurra al oído es la mujer a quien el establishment ha elegido ya para dirigir los destinos del PSOE durante las próximas décadas, porque ese establishment piensa en el fondo que tú vas a ser flor de un día, y que la verdadera heredera del trono no es otra que la Reina Susana.

Mercadotecnia e improvisación

De momento parece difícil imaginar a Sánchez convertido en motor de la regeneración del sistema. Producto del “aparato” que dominaron Zapatero y Blanco, parece más obsesionado por la mercadotecnia que el propio ZP, hasta el punto de haberse rodeado de expertos en la cosa tales como José Luis Fernández, Chunda, mano derecha de José Bono durante décadas; Verónica Fumanal (responsable de la campaña de Albert Rivera en bolas); Manuel Delgado, ex de Llorente & Cuenca; Luis Arroyo, ex de Miguel Barroso en Moncloa… Mercadotecnia e improvisaciones, como exigir exclusividad total a los diputados, pedir funerales de Estado para las víctimas de la violencia de género, o apostar por la desaparición de Defensa. El nuevo líder mantiene en un sin vivir a los miembros de la Ejecutiva, a quienes abruma con petición de papeles de toda laya: si no los lee e improvisa, mete la pata, porque ahí hay poco poso intelectual y ninguna reflexión profunda, al menos de momento, sobre la crisis que atenaza el futuro de España. Incluso sus más allegados reconocen que el bello candidato ha llegado a la secretaría general sin proyecto y sin programa alternativo.

Frente a la ensalada ideológica que se procuró ZP con un poco de Azaña, cuarto y mitad de Lakoff y mucha sal gorda del capitán Lozano, Sánchez se presenta como un hombre de la calle, un ciudadano corriente dispuesto a darle el móvil al primer transeúnte que se lo pida. Íntimamente satisfecho, sí, con el trato que le dispensa Rajoy, a quien ha asegurado lealtad en el tema catalán siempre y cuando el Gobierno le anticipe los pasos a dar, lo que también vale en política económica, materia en la que mantiene canal directo con Luis de Guindos, que le pasa informes con los principales indicadores adelantados. Esplendor en la yerba, con todo; verdura de las eras. El reloj, tic, tac, avanza imparable, tic, tac, hacia la estación término de las generales de finales de 2015, pasando antes por el apeadero de municipales y autonómicas de mayo. Pedro Sánchez no tiene tiempo y, lo que es peor, tampoco margen para el error. Con los ojos vendados, la España enferma, carcomida por una corrupción galopante, avanza dando tumbos hacia el dead line del año 2015. ¿Hay alguien ahí…?

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