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Análisis

La guerra de Alicia y el negocio de los Fernández Díaz

Alberto Fernández Díaz y Alicia Sánchez-Camacho.

Fue la única baronesa que, cuando sobre el tejado de zinc de Mariano Rajoy empezó a llover piedra tras el 24 de mayo, salió dispuesta a romper una lanza por el jefe, diciendo que Mariano “es el mejor y va a ser el candidato del Partido Popular a las generales, y eso lo sabe hasta Juan Vicente Herrera”, de modo que nada de dimitir, que dimitan otros, lo cual que Fabra acababa de anunciar su retirada y otro sí o parecido estaban haciendo Bauzá, y Luisa Fernanda Rudi, incluso Esperanza Aguirre, todos derrotados el 24-M, todos menos el capo di tutti capi, y aquello sonaba a sublevación interna, rebelión en la granja en la que Mariano y su gente han convertido al partido de la derecha española, todos menos ella, porque ahí estaba ella para llevar la contraria a los desagradecidos barones, Alicia Sánchez-Camacho, la mujer que, a las órdenes directas de su mentor, Jorge Fernández Díaz, ministro del interior y supernumerario del Opus Dei, mantiene al PPC sedado por vía intravenosa, casi muerto, cuando en derredor la vida bulle y una legión de partidos y partidillos, buena parte de ellos partidarios de la secesión de Cataluña de España, se disponen a conquistar la cinta azul en las autonómicas del 27-S, mientras, ya digo, el PPC ni está ni se le espera.  

Artur Mas se apresta a jugarse los restos de su carrera política a la carta de una victoria en esas elecciones, con el arrope de la ANC y el Òmnium Cultural, las asociaciones “independientes” financiadas por la Generalitat para agitar las aguas de la sociedad catalana y llevarlas al molino de la independencia, mientras ERC se dispone a dar el sorpasso y merendarse en las urnas los restos de Convergencia. Frente a ellos se acaba de levantar el muro de una posible gran coalición de izquierda comunista, con Podemos y la célebre monja Forcades entre otros grupos, a la que El Periódico otorgaba esta semana serias posibilidades de alzarse con la victoria imitando la fórmula de la plataforma Barcelona en Comú que ha llevado a Ada Colau a la alcaldía de la capital catalana. Y en frente, nada o casi nada. Nadie dispuesto a defender la idea de que Cataluña y España lo pueden hacer mejor juntos que separados, la idea de que unidos somos más fuertes y estamos mejor preparados para afrontar los retos de un mundo globalizado crecientemente competitivo.

Bajo la aparente paz del cementerio que gestiona Sánchez-Camacho, está teniendo lugar una guerra sorda dentro del PPC en torno al relevo de la susodicha

De sorprendente, cuando menos, puede calificarse esa especie de fatal resignación con que la dirección nacional del PP asume la intrascendencia del papel del partido en la gran timba que se está organizando en Cataluña para el mes de septiembre, match en el que está en juego el futuro de España como nación. Bajo la aparente paz del cementerio que gestiona Sánchez-Camacho, está teniendo lugar una guerra sorda dentro del PPC en torno al relevo de la susodicha, relevo que parece condición sine qua non para insuflar nueva vida al partido. Tres candidatos en liza: Alejandro Fernández, presidente del partido en Tarragona, una persona gris que, al decir de algunos, cuenta con el apoyo del capo Fernández Díaz, lo que supondría una solución continuista y a plena satisfacción de los hermanos Jorge y Alberto. García Albiol, ex alcalde de Badalona, alcaldía de la que ha sido desalojado por una coalición de izquierda radical apoyada por el PSC, a pesar de haber obtenido más votos que en 2011. Definido por algunos como “la gran esperanza del PP en Cataluña”, su figura, sin embargo, es polo de atracción de un voto extremo y radical muy alejado del mainstream político catalán del momento. El tercer candidato es Enric Millo, portavoz del PP en el Parlament y persona sensata, con posibilidades de “centrar” el partido y rescatarlo de la marginalidad en la que se encuentra ahora ubicado.

“Es obvio que un presidente del partido distinto a Rajoy, un político con auténtica capacidad de liderazgo, hace tiempo que hubiera dado un puñetazo en la mesa para descabalgar a Sánchez-Camacho y situar al frente del PPC a un político con talento y capacidad de arrastre, porque está claro que con esta mujer, agradable en las distancias cortas pero cuyo discurso público es un desastre, vamos directamente al matadero, a ocupar un espacio puramente residual dentro del panorama político catalán”, asegura un viejo militante barcelonés. Al final, Ciudadanos no surge por casualidad: lo hace como respuesta a las necesidades de tantos y tantos que, sintiéndose catalanes al tiempo que españoles, no se consideran representados por el PPC. Hablar de la necesidad de una refundación en Cataluña –también en el País Vasco- es casi una obviedad a estas alturas. Algo se está moviendo, como parece indicar el nombramiento de Andrea Levy, 30, como nueva vicesecretaria de Estudios y Programas a instancia, parece, de Jorge Moragas, el influyente jefe de gabinete de Rajoy. Una cara culta y fresca, capaz de expandir una imagen distinta y distante a los conciliábulos de comadre del restaurante La Camarga. Caras nuevas con futuro son también las de Juan Milián, 33, licenciado en Políticas y máster en Dirección Financiera y Contable, ahora diputado en el parlament, y otro tanto puede decirse de Fernando Sánchez Costa, 31, periodista y doctor en Historia Contemporánea, igualmente diputado en el Parlament y desde hace días segundo de Milián al frente de la vicesecretaría de Estudios y Programas del PPC.

La historia de una claudicación inaceptable

Refundar el PP en Cataluña implica romper el cerco ominoso que los Fernández Díaz han tejido en torno al partido en esa Comunidad. “Es el auténtico cáncer que desde hace décadas arrastramos en Cataluña. El PPC es el corralito de los Fernández Díaz, su Ínsula Barataria, la finca que dominan a su antojo impidiendo la aparición de gente nueva en la dirección con capacidad para poner en peligro su reinado”. Es uno de esos secretos a voces existentes en la derecha española del que, sin embargo, raramente se habla, “porque es terreno resbaladizo”, sostiene la misma fuente. “todo arranca en los años ochenta cuando, tras la descomposición de la UCD, Jorge salta a Alianza Popular y luego al PP como referente del partido en Cataluña. Es entonces cuando establece una especie de acuerdo, contrato o vínculo de entendimiento con Jordi Pujol, amo del movimiento nacionalista, que en esencia consiste en la permanente jibarización del partido del centro derecha catalán, de modo que, en virtud de esa vinculación a CiU, el PP se convierte en un partido de acompañamiento, partido comparsa que jamás pondrá en peligro la hegemonía convergente, jamás podrá aspirar a ocupar la Generalitat, para la cual no debe obtener más allá del 5% o el 6% de los votos en las elecciones catalanas”.

Cuando alguien aparecía en la cúpula del PPC dispuesto a romper ese anclaje, los Fernández Díaz conspiraban hasta que lo derribaban

“Y toda su estrategia se centra en eso, en jibarizar el partido y mantenerlo sometido a la hegemonía de CiU, hacer de él un convidado de piedra, para lo cual es preciso dominar el aparato y evitar la posibilidad de que alguien con talento bastante pueda hacerse con la dirección haciendo añicos ese vínculo que, por cierto, resulta muy cómodo para los Fernández Díaz y también para la dirección nacional del partido, porque la contraparte incluía la posibilidad de que el nacionalismo catalán pudiera ayudar a gobernar en Madrid a un Gobierno del PP en minoría, cosa que ocurrió en 1996 tras la victoria de José María Aznar. Y esa ha sido la tónica de las últimas décadas. Y cuando alguien aparecía en la cúpula del PPC dispuesto a romper ese anclaje, los Fernández Díaz se instalaban en la conspiración permanente hasta que lo derribaban. Ocurrió con Alejo Vidal-Quadras, un hombre de talento al que Aznar sacrificó –con muy malos modos, además- en el 96 porque molestaba a Jordi Pujol, le hacía la vida imposible; y volvió a ocurrir con Josep Piqué más tarde”.        

Los hermanos Fernández Díaz han vivido en el mejor de los mundos, naturalmente de espaldas a la necesidad que la derecha española tiene de contar con una voz propia en Cataluña. Alberto, presidente del PPC entre 1996 y 2003, y concejal del Ayuntamiento de Barcelona desde ese año, es el guardián de los intereses de su hermano en la ciudad, y el piadoso Jorge es hoy ministro del Interior por gracia de Mariano Rajoy, otro presidente del Gobierno que ha “comprado” la ominosa filosofía de los hermanos para mantener al PPC en permanente postración. La Ínsula Barataria de los Fernández parece contar con una “quinta columna” civil partidaria del appeasement del PPC, de que el PPC se pliegue al statu quo dictado por el nacionalismo en Cataluña, en la que militan o militaban gente como José Manuel Lara, Mauricio Casals, Joan Gaspar y algún que otro conocido periodista. La reciente ruptura entre Convergencia y Unió podría llegar a alterar este estado de cosas, aunque cualquier cambio en profundidad pasa por dinamitar la relación de vasallaje establecida por Jorge Fernández Díaz, un hombre “capturado por los secretos inconfesables del pujolismo”, al decir de las fuentes, con el nacionalismo catalán. El “terreno resbaladizo” antes aludido. Mariano Rajoy ya está tardando.

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