Quantcast

Análisis

El imperio de la opinión partidista

La marcada degradación de buena parte de la prensa, su intensa deriva hacia el amarillismo, el escándalo, el mero entretenimiento, tiene su paralelismo en la degeneración de un sector de la opinión periodística, succionado hasta el fondo por la potente marea partidista. Al igual que muchos medios se tabloidizan, hay demasiados columnistas que, aun disponiendo de conocimiento y capacidad de raciocinio, descubrieron que resulta mucho más rentable chupar rueda, adherirse a la estela de alguna formación política o facción. Y, liberados de cualquier rastro de mesura y ecuanimidad, utilizan el púlpito para defender y justificar invariablemente al partido propio mientras trituran sin piedad al ajeno. No dejan pasar oportunidad para ejercer de pelotas y tiralevitas de los poderosos, de aquellos que pueden conceder favores, debilitando así los valores clásicos del columnismo, sensatez y rigor, rompiendo el compromiso de honestidad intelectual que deben mantener con sus lectores, con la sociedad a la que sirven.

La opinión partidista carece de profundidad, no va más allá de la espuma del debate. Y resulta conceptualmente inconsistente

La opinión partidista carece de profundidad, no va más allá de la espuma del debate. Y resulta conceptualmente inconsistente: ciertos hechos, como la corrupción, serían más graves, o menos, dependiendo del partido que los comete. Este subgénero es a la verdadera opinión lo que los programas del corazón a la tele: un discurso más dirigido a las vísceras del lector que a su raciocinio. Carnaza para una masa de hooligans políticos, esos prosélitos identificados ciegamente con una formación política u otra, que reciben así su chute de adrenalina, su subidón de deleite... o indignación. Como pedrada lanzada a la melé, estos dudosos productos generan riñas barriobajeras entre foreros, partidarios y detractores, algaradas mayúsculas que atraen tráfico aun a costa de menoscabar la credibilidad del medio. La provocación es un género que requiere elegancia, sutileza e ingenio; una labor mucho más sofisticada que el mero acto de repetir consignas que entusiasmen, o cabreen, a quienes actúan como acérrimos hinchas futboleros.     

Una opinión que conduce a prebendas 

Desgraciadamente, en un sistema como el español, dominado por el intercambio de favores, tan dudosa línea de opinión resulta bastante lucrativa para el columnista y, muchas veces, para los propios medios. El articulista alineado, ese que cuenta historias de buenos y malos, aspira a obtener una lluvia prebendas, en lógica consonancia con la desmesurada influencia que ejercen los partidos. A ver franqueada su entrada a diversos medios o a recibir el visto bueno para participar en tertulias audiovisuales. En definitiva, puede acceder a altavoces muy potentes, obtener una difusión mucho mayor, y unos ingresos difícilmente justificables por su aportación a la sociedad. Eso sí, en momentos de incertidumbre política, como el actual, cuando se desconoce el número de canonjías que podrá otorgar cada partido, el articulista interesado sufre episodios de inquietud y desasosiego... hasta que el horizonte se despeja de amenazantes nubarrones.

Allí donde impera la dinámica de grupos, se valora muy poco la ecuanimidad. Muchos lanzan a la hoguera al no alineado

Por el contrario, la opinión independiente tiene muchas más dificultades para abrirse paso: debe escalar a pie, a pulso, la escarpada montaña en lugar de tomar el teleférico. Allí donde impera la dinámica de grupos, se valora muy poco la ecuanimidad. Muchos lanzan a la hoguera al no alineado por favorecer al enemigo pues, ya se sabe, "quien no está conmigo... está contra mí". En un entorno de facciones, cerrado a cal y canto, el no afiliado suscita desconfianza, sospecha; es la persona que no acata órdenes, consignas ni directrices, el tipo que, a la postre, encontrará todas las puertas cerradas.

Y, sin embargo, la opinión rigurosa, no partidista, constituye un elemento imprescindible, un valor crucial para el público. La cruda información de los acontecimientos suele ocultar la trasera del escenario: es la punta del iceberg de algún proceso social, político o económico que permanece entre bambalinas, esperando ser desvelado. Los simples datos no dicen nada relevante a no ser que exista un esquema interpretativo detrás, un marco analítico, una estructura de pensamiento donde encajar las noticias. Es ahí donde la información cobra significado, donde revela su verdadera trascendencia. El papel del genuino columnista consiste en desenredar la complicada madeja, exponer una guía, un marco donde interpretar los hechos, un esquema argumental diferente, mucho más coherente, útil y desinteresado que las machaconas e interesadas consignas de los altavoces partidarios. 

Dar al lector lo que nunca ha escuchado

La opinión no puede ser objetiva, ni neutral, pues cada articulista posee su propia y subjetiva vara de medir. Pero debe mantener independencia y rigor, aplicando la misma vara en cualquier circunstancia, el mismo rasero a cualquier acto sea cual fuere el partido que lo lleve a cabo. Honesto y coherente, incondicional del juego limpio, poco inclinado a reservas, tabúes u oportunismos, el objetivo del columnista independiente no es dar al lector lo que quiere escuchar... sino aquello que nunca ha escuchado. Ofrecer un contrapunto, una refutación a la corriente dominante, siempre interesada. Su público no está compuesto por el hooligan sino por ese lector ilustrado, culto, curioso, preocupado por el futuro de su país, no por los intereses de un determinado partido. Este tipo de opinión, útil para el ciudadano, dice mucho en favor de los diarios que tienen la delicadeza de acogerla y difundirla.

Lo crucial para el ciudadano es señalar cuáles son las reformas imprescindibles que permitan superar las enormes dificultades actuales

En los momentos presentes, lo verdaderamente importante para la sociedad española no es precisamente lo que más preocupa a cierto sector: quién logrará formar gobierno, esto es, qué persona repartirá el grueso de las prebendas. Lo crucial para el ciudadano es señalar cuáles son las reformas imprescindibles que permitan superar las enormes dificultades actuales. Señalar con nitidez la mejor senda para alejarnos de este entorno de privilegio y favoritismo, de trampa, mentira y manipulación. Y abogar para que tales cambios, políticos y económicos, se lleven a cabo, con independencia de la persona o partido que ostente el gobierno. A eso deben dedicar su tiempo y esfuerzo los pensadores, al menos aquellos que actúan honesta y desinteresadamente. Es en etapas de dificultad cuando mejor se aprecia la materia en la que cada uno está forjado.

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.