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Análisis

Debate a cuatro: entre el hastío y la desesperación

Rajoy, Sánchez, Rivera e Iglesias momentos antes de empezar el debate.

Dos sentimientos radicalmente distintos habrán de confluir, por fuerza, este 26 de junio para poner punto y final a la incertidumbre. El hastío del ciudadano común, tras medio año ininterrumpido de soterrada campaña electoral. Y la desesperación de los partidos, que se juegan el ser o no ser de sus particulares intereses. Para la gran mayoría, la política es básicamente impostura, para qué nos vamos a engañar. Los programas electorales casi nadie los lee, por el esfuerzo que supone discriminar tanta información pero, también, por la falta de credibilidad que, no sin razón, se les otorga. Estando así las cosas, el único debate en el que comparecían juntos Mariano Rajoy, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera podría haber servido para empezar a poner punto y final al hastío y la desesperación. Después de todo, los debates televisivos no sólo sirven para reforzar el voto; también pueden cambiar su sentido, incluso animar a votar a quien no pensaba ejercitar este derecho. Pero para ello son necesarias ciertas dosis de talento y arrojo.

Nada más empezar, el debate encalló en un pésimo guión carente de jerarquía y orden lógico

Lamentablemente, no hubo tales ingredientes. Muy al contrario, nada más empezar, el debate encalló en un pésimo guión carente de jerarquía y orden lógico. Y rápidamente derivó hacia la exaltación de la política arbitrista que, en el mejor de los casos, tendría alguna justificación en un país boyante y pagado de sí mismo, aburrido de la excelencia democrática y la normalidad institucional, dispuesto a entretenerse comprobando la veracidad de los datos desglosados. Y ese no es el caso, por más que duela reconocerlo y esté prohibido decirlo. Sin embargo, hubo en todo momento un extraño halo de normalidad, aderezada, eso sí, de polarización. Letanía de cifras y porcentajes, soluciones y propuestas, lugares comunes, medias verdades y mentiras a medias, todo entreverado. Un progresismo a granel al que, sin excepción, se plegaron los contendientes de principio a fin. El paroxismo de la corrección politica... y del aburrimiento.

Así transcurrieron los minutos, con el gasto social, la política fiscal, la sanidad universal, los autónomos, la violencia de género y, por supuesto, la educación. Incluso los moderadores parecieron caer en la depresión. Al final, llegó la corrupción. Pablo Iglesias despertó. Recordó que la nueva política era él; y también, la regeneración. Pero no estuvo ni mucho menos fino. Sánchez, alias el convidado de piedra, quiso aprovechar ese vacío para ajustar cuentas con el PP. Pero Rajoy, mucho más vivo, rehusó caer en la trampa de retratar al PP y al PSOE como paradigmas del latrocinio. Fueron quizá los mejores momentos del debate y, también, los únicos aprovechables de un Rivera que colocó a Rajoy frente al espejo de la corrupción, casi pidiéndole perdón, para después enfilar a Iglesias con muchos menos miramientos.

Pero ahí terminó la algarabía. No hubo más. Al final, todos volvieron al guión y, también, a sus limitaciones, que no son pocas. El voluntarioso Rajoy ratificó por enésima vez que es un político fuera por completo de su tiempo; Sánchez, que en realidad nunca tuvo un tiempo propio; Rivera, que el suyo no termina de llegar; e Iglesias, que su discurso suena a viejo. No hubo ganador. Si acaso, la inquietante sensación de que Iglesias y Rivera han envejecido prematuramente.

Rajoy ratificó por enésima vez que es un político fuera por completo de su tiempo

Dijo Adenauer que, en política, lo importante no es tener razón sino que te la den. Y estaba en lo cierto. La razón no brilló en un debate sin orden ni concierto, por momentos absurdo, casi cómico, donde todos los candidatos terminaron desorientados, perdidos en la inmensidad de un plató descomunal para tan poca mercancía, ahogados en la inconsistencia y en una polarización que, por momentos, pareció de cartón piedra. Sólo los votantes más incondicionales les darán o quitarán la razón. El resto, seguirá en el hastío. 

Tal vez estos sean los políticos y la política que merecemos, como muchos no se cansan de repetir, o quizá la sombra del régimen del 78 es demasiado alargada y hace falta que transcurran los años para escapar de ella. Sea como fuere, con estos bueyes hay que arar el 26J. Ánimo, ya falta menos. 

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