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Análisis

El previsible tropiezo de la democracia en España

Los candidatos a la presidencia del Gobierno votando este domingo

El régimen del 78, con su Constitución y su absurda Ley D’Hondt, se pensó para consolidar la monarquía sobre la base del consenso socialdemócrata, que aseguraría el poder a la izquierda y procuraría la satisfacción de los nacionalistas. La mitificación de esa Transición, a la que el PP llegó tarde y mal, en plan revanchista, ha sido una triste paradoja: ni uno solo de los pilares del sistema, como la división de poderes, la soberanía nacional, o los derechos individuales, es ahora indiscutible; y, además, el partido de la izquierda se desmorona sin alternativa, y los nacionalistas exigen la independencia. El entramado institucional, plagado de errores que ahora padecemos, sobrevivió desde 1978 por la fortaleza del PSOE, primero, y luego del PP. Hoy, tras las elecciones del 20D, caídos como nunca los partidos y sus líderes, los defectos del sistema quedan sin protección ni remedio.

Los 'populares' despreciaron la política; pero la política con mayúscula, la de los liberales de verdad, aquella que vigila la garantía de los derechos individuales

El PP de Rajoy ha renunciado a la ideología que alumbró al partido, obsesionado por la economía, por las cuentecitas, por juntar contables que pergeñaran un programa económico recaudatorio y de gasto social capaz de equipararse a las ansias socialdemócratas del PSOE y aledaños. Los 'populares' despreciaron la política; pero la política con mayúscula, la de los liberales de verdad, aquella que vigila la garantía de los derechos individuales, la separación de poderes, la soberanía nacional, y la verdadera representación política que favorece la maduración de la sociedad, que es el único motor de progreso. Pero no. Han preferido profundizar en la “infantilización” de nuestro país, ese que solo quiere mensajes emocionales y un Estado proveedor, casi amamantador. Los dirigentes 'populares' se abrazaron al patriotismo de partido, y prefirieron los vasallos a los buenos profesionales. Liquidaron dentro a todo aquel que sobresalía, que llevaba la contraria al jefe, que abría una vía distinta al mainstream socialdemócrata. Y el PP adoptó la política y el lenguaje del régimen del 78; es decir, más socialdemocracia y más complacencia con los secesionistas. Traicionaron a su electorado de 2011, que confió en ellos para implantar una política madura y nueva que diera protagonismo al individuo, no al Estado. Y la sociedad les dio una mayoría absoluta que han desperdiciado yendo de derrota en derrota, de las europeas a las autonómicas, municipales y generales. Porque estas últimas, las del 20-D, han sido otra derrota aunque los populares tengan el grupo mayoritario en el Congreso. Ha llegado la  hora, en fin, de que el PP se plantee qué quiere ser y comience un cambio completo, de líderes, programa y estrategia, con más política y menos ingeniería economicista.

La campaña electoral diseñada por Hervías, Páramo y Garicano ha sido un completo desastre

Ciudadanos ha sido el gran proyecto fracasado. No habrá otra oportunidad. La gran expectativa creada en Cataluña por los batalladores de Arrimadas el 27S se ha desinflado tristemente. La campaña electoral diseñada por Hervías, Páramo y Garicano ha sido un completo desastre. En Cataluña han perdido 250.000 votos. Este dato es suficiente para demostrar el fracaso; un fracaso que empezó por un mensaje político que convirtió el voto a C’s en algo inútil. ¿Cómo es posible decir que en el Congreso no votará a favor de ningún candidato? Un partido “bisagra”, o de centro, no funciona así en ningún lugar del mundo, en ningún momento de la historia. A esa inutilidad estratégica han sumado, los Garicano y demás ingenieros economicistas, un programa socialdemócrata los días pares, y liberal los impares. A esta debilidad han añadido la contradicción entre la regeneración que predicaban y su práctica. Ciudadanos ha dado la sensación, y a veces la certidumbre, de que en lugar de primarias han tenido castings y aluvión descontrolado de arribistas. Esa política para llegar como fuera a las elecciones generales ha generado un discurso a veces tan pobre como contradictorio. ¿Cómo encaja el votante la distinta política de Ciudadanos en Madrid y en Andalucía? No hay encaje, pues no hay voto de nuevo para Ciudadanos. Pero el gran fallo ha sido el liderazgo de Albert Rivera. Dejó a un lado a los que le habían encorsetado en el buen conductor del cambio, y se ha dejado llevar por aduladores sin experiencia ni más convicción que el medro personal. La combinación de soberbia con sobreexposición mediática ha hecho que Rivera perdiera, o no alcanzara, las dotes del líder de éxito, aquellas que definía el politólogo Karl Rove, y no demostró fortaleza, no transmitió confianza –penoso en el debate a cuatro-, ni favoreció la identificación con un proyecto porque sencillamente no había ningún proyecto.

Los de Sánchez presentaron una equidistancia absurda en la cuestión catalana

Pedro Sánchez, por su lado, ha conseguido peor resultado que Rubalcaba en 2011, que ya es decir. La continuidad zapaterista que adquirió el candidato socialista creyendo que la renovación de la izquierda y el arrinconamiento de la derecha –tanto monta- estaban en adoptar la pose, el lenguaje y parte del discurso del populismo socialista de Podemos, ha sido un completo fracaso. Sánchez creyó que eso le daba autonomía frente a la oposición interna de Susana Díaz, y se dedicó a purgar el partido donde pudo, como en Madrid, y a dar el poder municipal y autonómico a los de Podemos, que les desprecian. Era la obsesión por “un mapa rojo” para presentar la fortaleza de un líder que no creía en sí mismo ni en su proyecto ¿Por qué votar al PSOE, que acepta la culpa de la crisis de la democracia, cuando se puede votar a quienes los mismos socialistas han bendecido como renovadores; esto es, los podemitas? Sin programa político ni social, los de Sánchez presentaron una equidistancia absurda en la cuestión catalana, con una propuesta federal indefinida que nadie ha querido. A esta falta de atractivo, han unido una campaña electoral tan alta de decibelios –no había oído gritar a nadie tanto desde que no voy al fútbol- como agresiva y etérea.

Podemos no es un partido, es un conjunto de grupúsculos e individualidades, una especie de CUP a nivel nacional

Podemos son los hijos naturales del sistema. Y como ni el PSOE ni el PP tienen idea de historia del pensamiento ni de la vida política de los últimos doscientos años, no calcularon las consecuencias de alimentar a una opción política asentada en el desprecio a la libertad, en la lucha de clases travestida en populismo zafio, en la idolatría del Estado omnipresente y todopoderoso, y en la utopía de la reconstrucción de la comunidad imaginada. Pero Podemos no es un partido, es una conjunto de grupúsculos e individualidades, una especie de CUP a nivel nacional, con planes económicos, sociales políticos y hasta geoestratégicos estrafalarios, una opción, en definitiva, con la que va a ser casi imposible pactar, solo ceder. Iglesias es la cabeza de un ejército indisciplinado, sin formación ni experiencia, repleto de ingenuidad y revanchismo, sobre el que es quimérico construir un régimen de consenso. Y lo triste es que son los que han salido reforzados de estas elecciones.

Ahora, ante una crisis de la democracia, que no una quiebra, arrastramos los errores del 78: una Ley D’Hondt que desvirtúa el principio de representación, una separación falsa de los poderes, y unas instituciones débiles compuestas por partidos desnortados, liderados por dirigentes que atienden más al patriotismo de partido, a sus mezquinas cuitas internas, que a la gobernabilidad y a salvaguardar la libertad de todos.

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