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Análisis

La campaña y el 20D: el reino de la incertidumbre

Apenas quedan 72 horas para conocer el resultado de la contienda electoral más reñida, comentada y probablemente participada en décadas. La campaña toca a su fin esta misma noche, y en las dos últimas semanas ha sido imposible entrar en cualquier bar, restaurante o tasca del centro de Madrid sin oír un rumor de fondo comentando el debate de la noche anterior o la última declaración de la mañana. Según el dato más citado de la pre-electoral del CIS, a principios de este mes más de un 36% de los posibles votantes declaraban no tener decidido su voto. Es por ello que numerosos sociólogos y politólogos han tildado estas últimas dos semanas de muy importantes, más que en años pasados, incluso decisivas. Si hemos de hacer caso a las encuestas, la única brújula más o menos fiable que tenemos para navegar en la actual incertidumbre, por aquel entonces el PP quedaba en cabeza, seguido no muy lejos por el PSOE, con un Ciudadanos al alza y un Podemos que, tal vez, empezaba a librarse de su estancamiento otoñal. Hoy, Rajoy sigue su desmarque, ligeramente ensanchado más por los deméritos de sus rivales que por méritos propios; pero la lucha por el segundo puesto no podría estar más igualada. Socialistas y ciudadanos caen mientras Iglesias remonta, y allá que se encuentran todos, en una horquilla de 3-4 puntos porcentuales que casi ocupan de lleno el margen de error de cualquier encuesta razonable.

El PP ha llevado a cabo la campaña que Rajoy quería hacer. La base argumental ya la conocemos: ellos van en serio; el resto no

Desde fuera, da la impresión de que el PP ha llevado a cabo la campaña que Rajoy quería hacer. La base argumental ya la conocemos: ellos van en serio; el resto no. Ellos son la experiencia, la solidez; los demás vienen a experimentar cuando es lo último que necesita España. Es fácil imaginar una escena que probablemente no haya tenido lugar tal cual, pero que ayuda a entender el dilema al que se enfrentaba el partido hace unos meses: Rajoy y su equipo cercano están haciendo balance de la legislatura de cara a preparar la recta final que les llevará al 20D, mirando con cierta preocupación el ascenso de C’s. En un momento se pone sobre la mesa la posibilidad de ir al ataque, de intentar recuperar terreno a base de un discurso propositivista, reformista, del tipo “hemos hecho mucho, pero queda aún mucho por hacer: hagámoslo juntos”. Desde otro lado, sin embargo, alguien apunta a los riesgos de dicha estrategia: que no resulte creíble, que quite recursos del frente de afianzamiento del voto más fiel, que exponga las líneas por donde C’s y PSOE puedan atacar. Otra persona, tal vez el propio Presidente, piensa en qué campaña se adapta mejor a la personalidad pública y a la manera de hacer política de Rajoy. Por último, alguien más evalúa la posibilidad de dejar que suceda una lucha por el segundo puesto, un “divide y vencerás” que ocupe el espacio mediático mientras ellos van a lo suyo: a mantener ese 25%-28% de votantes que se resiste desde hace meses a escapar de las filas conservadores.

La decisión del PP aparece ahora como obvia, pero en su momento muchos la criticamos como paradójicamente arriesgada, pues considerábamos que con ella el PP solo se dirigía a quienes ya le iban a votar probablemente, y si acaso a la parcela que quedase en el centro dispuesta a creer el mensaje de solidez económica del Gobierno (en torno a 1.4 millones de votantes posibles) sin exigir más reformas. Sin embargo, tal vez nos olvidamos de que el PP no tenía por qué ganar votos para ganar las elecciones, sino asegurarse de no perder más y de que la lucha quedaba fuera de sus dominios. En ese sentido, el acierto es difícilmente discutible a menos que las urnas quiten la razón a todas y cada una de las encuestas que se han hecho en el último mes.

La irrupción de Podemos en la segunda mitad de 2014 pilló al PSOE fuera de juego. Sin tener claro si se enfrentaban a un Syriza o a un Beppe Grillo

Quizás en el PSOE se dio una escena similar, aunque es poco probable que sus dirigentes hayan tenido tiempo de pararse siquiera a respirar en el último año y medio. La irrupción de Podemos en la segunda mitad de 2014 pilló a la formación fuera de juego. Sin tener claro si se enfrentaban a un Syriza o a un Beppe Grillo, lo que sí resultaba obvio es que el objetivo era una parte sustancial de su electorado natural. Cuando pocos meses después C’s se unió a la fiesta por el centro, el cuadro de pánico fue completo. Pero el problema no eran las nuevas formaciones, sino el por qué habían surgido. Cualquier medida que se tomase a partir de ese momento, ya en campaña de facto, sería un tratamiento sintomático. Podemos y el alma de centro-izquierda (una de las varias que tiene) de C’s emergieron para cubrir demandas que el PSOE había ignorado.

El trabajo de la socialdemocracia siempre ha sido el de construir coaliciones entre perdedores del sistema, clases medias (y últimamente también aquellos que ya quedaban protegidos por los estados de bienestar puestos en pie por los mismos socialdemócratas). Pero esta labor es mucho más difícil de realizar cuando ya existen alternativas de voto creíbles y sólidas para algunos de estos grupos: hay que comenzarla cuando los nubarrones comienzan a acechar, que en nuestro caso fue allá por 2011, o más bien 2007. El momento para el giro creíble era entonces. Pero ahora solo es posible el control de daños. Y de eso ha ido la campaña del PSOE: de minimizar pérdidas apostándolo todo a la única carta que le quedaba, la de “única alternativa viable a la derecha”. Pero como quiera que los contornos de esa alternativa no parece estar lo suficientemente clara para no muchos, no, sino una mayoría de los votantes de izquierda, la tradicional coalición ha quedado muy lejos de forjarse, y el socialismo clásico se ve abocado a luchar por el segundo puesto con los nuevos.

Podemos sigue teniendo una barrera en el centro y en el entorno, digamos, socio-liberal, un muro construido por C’s

El nuevo que ya no lo parece lleva el suficiente tiempo entre nosotros como para haber pasado por una montaña rusa de encuestas. Tras perder la centralidad de la izquierda (esa masa crítica de votos que están entre el 3 y el 4), parece que Podemos está intentando recuperar al menos una parte de la misma. Los ultimísimos datos le dan la razón a la estrategia, que se basa, bajo mi punto de vista, en hacer palanca electoral sobre el PSOE con dos temas clave que pueden aunar a una parte importante del voto de izquierdas sin asustar a los más moderados entre ellos: corrupción y desigualdades para los más jóvenes. Podemos sigue teniendo una barrera en el centro y en el entorno, digamos, socio-liberal, un muro construido por C’s. Pero antes de llegar a ese punto queda mucho donde rascar. Estos dos temas son difícilmente accesibles para un PSOE anquilosado. Además, la decisión de Iglesias y los suyos de confluir con plataformas no estatales se ha revelado todo un acierto en el corto plazo. Es cierto que dificultará el mantenimiento de coaliciones respecto a determinados temas en el segundo en que el Congreso quede constituido, pero hasta entonces lo que importa es el volumen en las encuestas, los escaños ganados (entre un 30% y un 45% podrían venir de provincias con este tipo de acuerdos) y la sensación de, como ellos mismos dicen, remontada, que facilita un cierto efecto de agrupación en torno al caballo ganador. Hasta dónde les llevará, es difícil decirlo. Cualquier cosa por encima del 15% que tenían hace no mucho debería ser considerado como un éxito por ellos mismos, en cualquier caso, si no desean caer (de nuevo) en la trampa de las expectativas no cumplidas. Como parece que le puede suceder a Ciudadanos.

Ciudadanos es un partido a medio hacer todavía, cosa que no sería demasiado preocupante si no fuese porque se enfrentan a una campaña que en ocasiones parece que definen como de “vencer o morir

El más nuevo entre los nuevos estaba hace un mes en un momento que, posiblemente, ni ellos mismos se acababan de creer. Había encuestadores que incluso osaban colocarlos en primer lugar. Muchos fueron los que preveían una subida después del resultado del 27S, pero casi nadie tan grande. Casi todos ellos hablaban de “efecto luna de miel”, implicando que terminaría más temprano que tarde. Pero a algunos les empezó a temblar el pulso al comprobar que el ascenso no paraba. Hasta que paró. Algunas de las tensiones latentes en Ciudadanos se han hecho evidentes, y es que no es todavía una coalición coherente de intereses bien definidos, con cuadros bregados y formados en el arte de callar las opiniones propias. Un partido a medio hacer todavía, cosa que no sería demasiado preocupante si no fuese porque se enfrentan a una campaña que en ocasiones parece que definen como de “vencer o morir”, cuando en realidad pasar de 0% a 15%, por ejemplo, ya sería un éxito sin precedentes para una formación centrista. Un partido a medio hacer, decía, que como tal lo tiene difícil para andar por la cuerda floja que ellos mismos se han marcado. Una cuerda fina, delimitada: no han tenido miedo a hablar de propuestas más o menos concretas a pesar de que en su posición dejar descontentos a muchos posibles votantes es bastante sencillo.

En resumen, las encuestas (en las que, a falta de nada mejor, confiamos) y la campaña nos dejan un cuadro compuesto por un PP tan comedido como conservador; un PSOE asustándose de algo que llevaba años amenazándole; un C’s que ha pasado de la euforia al apagamiento por algo que, en realidad, cabía esperar; y un Podemos alzándose, pero sobre unas muletas que no está claro hasta qué punto querrán tener vida propia después del domingo. Con todo este constante batallar, los partidos llegan un tanto exhaustos a la línea de meta. Los votantes, en cierta medida, también. La campaña ha sido tan larga como intensa. Pero el rumor de fondo en los bares del centro de la capital no tiene ninguna pinta de desaparecer el 21D. Al contrario: lo reavivará el fuego de las coaliciones. La incertidumbre ha llegado para quedarse.

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