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Análisis

Un vil puñetazo que marcará el final de la campaña

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, durante su paseo electoral por Pontevedra

Pudo haber ocurrido lo peor. España podía estar viviendo en estas horas un drama. No ha sido así, afortunadamente. El candidato del partido en el Gobierno sufrió una violenta agresión cuando participaba en un acto electoral. Un joven, supuestamente vinculado a una formación radical, según fuentes policiales, lanzó un potente puñetazo a la cara del presidente en funciones en pleno centro de la Pontevedra peatonal, junto a la conocida iglesia de La Peregrina, muy cerca de la casa de su infancia, en un escenario plenamente familiar. 

La liturgia de unas elecciones generales no puede verse alterada por un rapto locoide, disparatado

El ataque al líder del PP ha sobresaltado la campaña, incidiendo de lleno en un momento en el que las urnas asoman ya a la vuelta de la esquina, pues apenas quedan tres días. Nunca la violencia puede erigirse en protagonista de un acontecimiento político de tal magnitud como unas elecciones generales. De ahí la vileza de este condenable episodio, tan inaudito como inesperado. Rajoy reaccionó con la entereza requerida, continuó su caminata electoral por las calles de su ciudad, pese a la conmoción causada por el potente "crochet". El equipo electoral del PP ha subrayado la gravedad del atentado, pero ha querido despojarlo de toda relevancia. Todos los líderes políticos han reaccionado de inmediato y de forma unánime, mostrando su solidaridad con el presidente agredido y rechazando sin titubeos el ataque.

Cuando la violencia asoma por un rincón de la política hay que atajarla con rapidez y contundencia. En nuestro país hemos sufrido demasiados años de enfrentamiento y barbarie como para no haber aprendido la lección. No es un episodio anecdótico ni circunstancial. Es una agresión que como tal ha de ser repudiada y tratada. Y su autor, al parecer un menor, ha de ser castigado con todo el peso de la ley. Una sociedad democrática tiene que rechazar de forma tajante este tipo de actos. La liturgia de unas elecciones generales no puede verse alterada por un rapto locoide, disparatado, anarcoide o descerebrado. 

Ha subido la tensión en la campaña. En este último tramo, el tono verbal de los candidatos aumentó varios enteros, en especial desde el duro cara a cara entre Rajoy y Sánchez. Legítimo y democrático, desde luego. Ahora se impone la necesidad de tranquilizar las aguas, de restaurar la calma, de desterrar todo tipo de inquietud o incertidumbre. Lo fundamental es votar en calma y en paz. Con tranquilidad y sin sobresaltos. La fuerza de la democracia es eso: que todo el mundo pueda expresar su opinión sin necesidad de apelar a los puños. Porque entonces ya no es democracia. 

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