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Análisis

Rivera nos quiere gobernar y Mariano le sigue la corriente

Mariano Rajoy y Albert Rivera

Rivera ha utilizado la rueda de prensa para que creamos que retuerce la mano a Rajoy, y cuidar su imagen de líder de un partido impoluto que a regañadientes negocia con el paradigma de la corrupción contemporánea, mientras por debajo de la mesa ya ha pactado. Solo había dos soluciones posibles: el modelo Aguado, o entrar en el gobierno.

Si era la primera, que funciona en la Comunidad de Madrid, Ciudadanos impondría un programa “regenerador” al partido más votado, el PP, pero sin entrar en el gobierno, sin asumir responsabilidades, y votaría con la oposición aquellas medidas que creyeran convenientes aun a despecho del grupo parlamentario del gobierno. La otra, la que verdaderamente hubiera demostrado que Ciudadanos es la “nueva política”, coherente con su prédica regeneracionista, era asumir ministerios.

El PP ha ofrecido a Ciudadanos entrar en el gabinete. Desde el punto de vista de Rajoy y los suyos era la mejor manera de tener un gobierno sólido

Porque el PP ha ofrecido a Ciudadanos entrar en el gabinete. Desde el punto de vista de Rajoy y los suyos era la mejor manera de tener un gobierno sólido, arrebatar una voz a la oposición –cosa que no sucede en la Comunidad de Madrid-, y reanimar a un cuestionado Sánchez en su lucha con Iglesias por el liderazgo de las divididas izquierdas. Si aceptaba, bien; pero si rechazaba el ofrecimiento ministerial daría más argumentos al PP de Rajoy para presentarse a las supuestas terceras elecciones como una fuerza moderada que intentó un gobierno de consenso, serio y responsable, que los demás despreciaron. No habría contradicción en su discurso.

Sin embargo, Ciudadanos tiene dificultades para asumir ministerios. Tendría que reconstruir de nuevo su argumentario –la cuarta vez desde finales de 2015-, y arrinconar a los que se quemaron defendiendo airadamente y sin ambages el “Rajoy, no, nunca, jamás, en ningún caso”, como Fernando de Páramo y Miguel Gutiérrez. Es decir; afloraría la guerra interna que vive el partido de Albert, al igual toda organización con expectativa de poder.

La aceptación de Ciudadanos, tanto del modelo Aguado como de los ministerios, sería loable, por supuesto, pero no hay que ser ingenuo. El fantasma de unas terceras elecciones, bien invocado por el PP, era inaguantable para la formación centrípeta, consciente de que a mayor número de elecciones, peor resultado, desbandada general, y fin del proyecto.

Quien hace política, nos decía Max Weber, es porque aspira al poder. Y lo hace por dos razones que pueden ser complementarias: como un medio para la consecución de un fin programático, o por “gozar del sentimiento de prestigio”; es decir, el beneficio personal. El problema no era el político, decía el alemán, sino la naturaleza de los partidos que iban a las elecciones para conseguir el poder. Ya Moisei Ostrogorski hablaba en 1902 de la paradoja que suponía que los partidos que concurrían a los comicios no tuvieran en su funcionamiento y espíritu un sentido democrático. Era la base de la famosa Ley de Hierro que luego describió Robert Michels aludiendo a las oligarquías que se perpetúan en cualquier organización, como los partidos, para satisfacer sus intereses personales.

La acusación de que era la “marca blanca” del PP no dejaba de ser tan falsa como cierta; es decir, Ciudadanos era la representación perfecta del consenso socialdemócrata

De esta manera, en la política aparecían los spoils system; es decir, la atribución de cargos y presupuestos al séquito del líder que alcanzaba el poder. Las convicciones, los principios, o los vetos eran la argumentación que envolvía, decían aquellos pensadores, una llamada desesperada y ambiciosa por obtener un puesto de influencia.

Por esto, cuando Ciudadanos dio el salto a nivel nacional, construyéndose rápidamente, con el sacrificio de mucha gente ilusionada que batió las calles, con procesos selectivos de los candidatos que cada vez fueron más dudosos, abrazados a un ideario líquido, como diría Zygmunt Bauman, generaron tanta expectación como dudas. La acusación de que era la “marca blanca” del PP no dejaba de ser tan falsa como cierta; es decir, Ciudadanos era la representación perfecta del consenso socialdemócrata al que pertenecen tanto el PSOE como los populares. Sus planteamientos económicos y educativos eran tan centristas que en esta sociedad española tan indiferente e infantil tenían que calar; es que eran, y son, más de lo mismo.

La “nueva política” consistía en apelar a la “regeneración”, donde se ganaron el favor de muchos escritores dado el deseo manifiesto de poner fin a los defectos del régimen del 78 y a la crisis política que sufrimos. Se les endiosó, hay que decirlo, no solo porque eran un rapapolvo a Mariano, sino porque insuflaron algo de esperanza a mucha gente. Y, como decía Weber, acertaron porque pergeñaron un programa políticamente inmaculado que se adaptaba a lo que quería la gente. ¿Quién no va a querer que las cosas funcionen, y que vivamos en paz, armonía y libertad para el progreso de todos?

Ciudadanos tuvo que convertirse en una máquina electoral, y fichó y aupó a gente sin experiencia ni currículum, y a otros que venían rebotados de otros partidos. No es que esté mal, o que sea ilegítimo, sino que ese aluvión incontrolado y peligroso era predecible ante la expectativa del spoils system. Cargos, presupuesto e influencia para cumplir el programa y obtener satisfacción personal son asuntos muy atractivos. Ante esa situación, es lógico que Rivera quiera de una manera u otra gobernar, y Rajoy le siga la corriente
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