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Análisis

Alicia como alegoría de las desgracias nacionales

Regresaba a Madrid en la tarde del lunes un conocido empresario, tras haber asistido por la mañana en Munich al plenario de la European Round Table, la asociación que reúne a los presidentes de la 50 mayores empresas europeas, y volvía satisfecho, casi eufórico, porque tanto durante la sesión de trabajo como en el posterior almuerzo sólo había oído elogios para España y la forma en que España había sido capaz de acometer las reformas y salir de la crisis (“nunca hubiera esperado nada semejante de los españoles”, había ironizado con escasa fortuna un importante capo escandinavo), y fue llegar a Barajas, tomar asiento en su coche, y cambiar de humor en un minuto. Porque el noticiero de RNE no paraba de desgranar desgracias sobre el empedrado, que si los fiscales de Cataluña se habían rebelado contra Torres-Dulce, que si un general había dicho no sé qué, que si Mas le había dedicado otra cuchufleta a Mariano Rajoy… Aturdido, el hombre se mesaba los cabellos, ¡desastre de país! ¡Dan ganas de volverse a Alemania! ¡Esto no tiene remedio!, al punto de, en un momento dado, ordenó al chófer, perentorio: “¡Por favor, apague la radio!”. Es la distancia abismal que separa la visión que de la situación española se tiene hoy en los centros de decisión extranjeros y la percepción que de esa misma realidad tienen los españoles. Imposible respirar en el país de la desazón.

Se cumplen tres años del antiliberal Gobierno Rajoy y la situación, desde el punto de vista de la percepción social, no puede ser más negativa

Se cumplen tres años del antiliberal Gobierno Rajoy y la situación, desde el punto de vista de la percepción social, no puede ser más negativa, hasta el punto de que el éxito de las reformas que, a trancas y barrancas, ha puesto en marcha el Ejecutivo se ve cuestionado, incluso despreciado, por el clima de protesta social, de abierta rebelión, de infinito cabreo que entre la ciudadanía propicia la corrupción galopante y la alarma que provoca su falta de respuesta ante la negativa del presidente de la Generalidad a respetar la legalidad constitucional. Clima irrespirable. A falta de una figura de repuesto capaz de servir de parapeto frente al clamor que brota de las entrañas del país humillado, todas las miradas, todos los dedos acusadores, toda la rabia se dirige hacia la persona de Mariano Rajoy, el presidente que ha consolidado fama de silente tipo huidizo cuyos designios se ignoran y cuya capacidad para sacar al país del atolladero todo el mundo pone en duda. 

Después de la desgracia Zapatero, la desgracia Rajoy, o el relato tragicómico de un máximo mandatario que al vacío ideológico une la renuncia escandalosa a cualquier manifestación de coraje (“Recordad que el secreto de la felicidad está en la libertad, y el secreto de la libertad, en el coraje”), a la toma de decisiones. Don Mariano no es capaz de echar a nadie, ni del partido ni del Gobierno: a don Mariano simplemente se le van –desde la Botella hasta Ruiz-Gallardón- desesperados, aburridos o ambas cosas. Enfrentarse a cara de perro con alguien que haya incumplido o, peor aún, se haya engolfado, es para el gallego hierático misión imposible. ¿Quién manda en el Gobierno? ¿Quién parte el bacalao? Parece que un sociólogo, que es quien se encarga de hacer política (y cuyo axioma consiste en que, al final, las aguas volverán a su cauce porque los españoles, un minuto antes de despeñarse, se darán cuenta de que es mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer), y una abogada del Estado, una chica listísima que se ocupa de la gestión, de la intendencia, de la burocracia del día a día, en suma, y que toma sus precauciones para que el incendio que asola España no le roce ni un pelo. Con gran éxito, hasta el momento, un éxito que hace buena la frase de Hayek según la cual “La mayor amenaza para la libertad viene de aquellos que tienen más poder en un Gobierno, es decir, de esos administradores eficientes y expertos que se dedican en exclusiva a lo que ellos consideran como bien público”. Eso es el Gobierno de España o lo parece. En resumen: no hay Gobierno.

“Esto ya no hay quien lo enderece”

Y tampoco hay partido. Hay banderías. Hay barones asustados por el negro horizonte que apuntan las autonómicas y municipales del mayo próximo. En las generales de 2015 nadie piensa. Para un partido al que le explotan minas al doblar cualquier esquina, eso es el larguííísimo plazo. El PP se encamina directo a la pérdida de esa mayoría absoluta de la que hace tres años una mayoría del votantes le dotó para que sacara al país del atolladero –el económico y, aún más importante, el moral-, y es más que posible, al ritmo que caminan los acontecimientos, que vuelva a repetir el gallardo récord que vivió en 2004 tras la segunda legislatura de Aznar: pasar de gobernar con mayoría absoluta a pudrirse en la oposición. “Esto ya no hay quien lo enderece; la corrupción ha hecho añicos las posibilidades de volver a repetir mayoría en 2015 gracias a la recuperación económica. Ahora se trata de minimizar en lo posible la pérdida de votos y de ser el partido más votado para volver a gobernar, naturalmente en coalición”, opinaba esta misma semana un muy influyente secretario de Estado.

Hasta los presidentes agrupados en el influyente Consejo Empresarial de la Competitividad le han dicho a Rajoy que tiene que prescindir de Alicia Sánchez Camacho

A menos, claro está, que el señor presidente despierte del sueño eterno y sorprenda al respetable con algún brillante conejo salido de su chistera. No hay que perder la esperanza: el domingo 16 dijo en Brisbane que se disponía a viajar a Barcelona para explicar mejor sus argumentos, y en un acto de heroísmo ya está el hombre haciendo las maletas, dispuesto a presentarse en la Ciudad Condal… el 29 de noviembre, ¡cómo para apagar un incendio! Y para que nadie se engañe, ha aclarado que acude a un acto de partido, de un Partido Popular de Cataluña (PPC) que no existe, un partido reducido a la nada como consecuencia natural del compadreo de años con el pujolismo, y del brillante liderazgo reciente de esa peaso lideresa que es Alicia Sánchez Camacho. Hasta los presidentes agrupados en el influyente Consejo Empresarial de la Competitividad (CEC) le han dicho a Mariano que tiene que prescindir de ella, que tiene que colocar al frente del PPC a un hombre/mujer de prestigio, de intachable currículo, capaz de predicar con el ejemplo, de atraer en lugar de provocar rechazo, pero no, ¡uff, que lío!, dice Mariano, cómo voy a poner en la calle a Alicia, no puedo, y ¿qué sabrá Alicia?, ¿Qué carta tendrá guardada Alicia? porque de otra forma no se entiende que Moncloa y Génova, Génova y Moncloa, mantengan al frente del partido de la derecha en Cataluña a persona tan desprestigiada (en Cataluña y resto de España), con resultados tan catastróficos para la noble causa de la unidad de la nación.

La encuesta que este viernes publicaba El Periódico revela las dimensiones de la catástrofe sufrida por el PP en Cataluña y ofrece, ante el impasible ademán del presidente, un panorama desolador en la búsqueda de una solución del problema a largo plazo basada en la puesta en valor de lo que nos une y en el respeto de lo que nos separa. Según dicha encuesta, el PPC queda relegado a la condición de octava fuerza política de Cataluña, por detrás incluso de la independentista CUP, con apenas un 1,3% de intención de voto. La cosa mejora un poco al pasar los datos por cocina, aunque no demasiado: de celebrarse hoy elecciones al parlamento catalán, el PPC obtendría entre 10/11 escaños, con pérdida de 9/8 con respecto a los 19 con que ahora cuenta. Lo más llamativo de la misma es que Artur Mas vuelve a tener el viento de espalda, tras haber remado contra corriente durante meses: poner las urnas de cartón en la calle le ha valido, o eso parece, para volver a colocar a CiU (32/34 escaños) como primera fuerza política, por delante de ERC (31/33 escaños).

Pecados nacionales con calamidades nacionales

Ante semejante panorama, ¿cuál es la reacción del Gobierno y del partido que lo sustenta? Silencio, la están peinando. Encantada de haberse conocido, Alicia es una mujer que hace bueno el dicho de que “la providencia castiga los pecados nacionales con calamidades nacionales”. Alicia gana una pasta gansa, exactamente 93.364,57 euros como diputada del Parlament (según datos de la web oficial), cifra a la que hay que sumar un segundo sueldo como presidenta del PPC y un tercero como senadora en Madrid por Barcelona: en total casi 200.000 euros, según fuentes del propio PPC, un pastón que, francamente, hace muy difícil pensar en lo que necesita el partido y mucho más difícil aún en lo que conviene a España. Ande yo caliente. A más a más, que dicen en Barcelona, parece que La Caixa no le aprieta con la hipoteca, como al resto de los mortales, y que el propio PPC corre con buena parte de sus gastos.

Todo para que la agresiva lideresa viva con holgura y desahogo, y pueda enzarzarse a diario con los líderes nacionalistas, porque Alicia y sus maravillas (“siempre se llega a ninguna parte si se camina lo suficiente”) es así, Alicia no hace otra cosa, Alicia nunca se dirige a los ciudadanos catalanes que sufren la tiranía de un Gobierno embarcado en el delirio independentista, no, ella siempre piensa en sus contrincantes de bancada, siempre habla para la casta secesionista, siempre pendiente, también, de que en Madrid la aplaudan, aprueben cada día sus shows, y le permitan seguir viviendo del chollo del que vive. De modo que mientras Mariano dormita, ella puede seguir haciendo de su capa un sayo, que hasta ha colocado a su chófer de confianza, Sergio García, como diputado en el Parlament, sin duda porque se lo merece, y también como premio a los servicios prestados, al silencio mantenido a rajatabla, ¡ah, el país de los silencios! ¿Hasta cuándo, Mariano, seguirás abusando de nuestra paciencia?  

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