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Opinión

La alcaldesa de Cheshire

¿Es Ada Colau como el gato de Cheshire?

No se sabe si guía o desorienta. Si advierte los peligros antes de que ocurran o si su sola aparición los propicia. El desconcierto y la ambigüedad forman parte de su ley. Está en todas partes y en ninguna al mismo tiempo: trepado en su rama bajo la luz de la luna, volando en el cielo. Se trata del Gato Cheshire, ese felino creado por Lewis Carroll y que acompaña, al mismo tiempo que atormenta, a Alicia en sus no pocas peripecias. El animal se distingue por su enigmática sonrisa. Tiene además la capacidad de aparecer y desaparecer a voluntad. También de plantear enigmas que quedan sin respuesta, aparente. 

Algo de Cheshire tiene la alcaldesa de Barcelona Ada Colau, esa mujer de sonrisa petrificada capaz de aparecer y desaparecer ante su propio jardín de micrófonos. Alguien que trata siempre de ocupar dos posiciones al mismo tiempo, que propicia la paradoja en todas y cada una de sus intervenciones. Por un lado, hace un desplante a Felipe VI  y se acerca luego a saludar al monarca en privado. Una cosa y su contraria. Siempre con la mueca voluntariosa de quien sonríe para confundir o ganar tiempo mientras provoca una discusión acerca de si se puede decapitar a una criatura que no tiene cuerpo, como intentan dirimir en Alicia en el país de la maravillas  el rey, la reina de Corazones y el verdugo.

Algo de Cheshire tiene la alcaldesa de Barcelona Ada Colau, esa mujer de sonrisa petrificada capaz de aparecer y desaparecer ante su propio jardín de micrófonos

En el caso de Colau la paradoja va más allá, aunque no por ello deja de tener filo la navaja de su contradicción.  Pasó hace unos meses cuando jugaba al despiste con el referéndum ilegal del 1-O (¿cedo colegios o no cedo colegios a Puigdemont para celebrar la consulta?) o cuando apenas esta semana arrojó al rey el guante de su equidistancia, reprochándole su poca empatía y su afición -tan Ancien régime- a los besamanos, ese acto de "pleitesía y vasallaje". Que a ella eso de hacer fila para saludar, nada, aunque a juzgar por los hechos... lo de sentarse a la mesa con un Borbón lo lleva algo mejor que estar de pie. Una cosa y su contraria. Justo en la mitad de algo. Así como para que quienes la observan puedan decir –cual Alicia con el Gato de Cheshire-: es posible ver una alcaldesa sin sonrisa, pero nunca una sonrisa sin alcaldesa.

En el reino de la ambigüedad, Ada Colau  ha sido coronada como emperatriz del rodeo. Todos a los que ha guiñado el ojo y con los que ha procurado la empatía se quedan con la sensación de que algo, aún pareciéndolo, no cuadra. Los que la adversan, en cambio, no dan crédito a la forma medrosa e inocentona de hacerse la loca. Es la alcaldesa, flotando, apareciendo y desapareciendo con su alegría de paredón, con su risita de ‘y ahora qué hago’. Un gesto para Felipe VI, otro para los independentistas y otro para el Mobile… no sea que los organizadores se marchen y se quede la alcaldesa sin una cosa ni la otra.

 

-"¿Podría decirme, por favor, qué camino debo tomar?

-Eso depende de a dónde quieras ir -respondió el Gato.

-Lo cierto es que no me importa demasiado a dónde... -dijo Alicia.

-Entonces tampoco importa demasiado en qué dirección vayas -contestó el Gato.

-... siempre que llegue a alguna parte -añadió Alicia tratando de explicarse.

-Oh, te aseguro que llegarás a alguna parte -dijo el Gato- si caminas lo suficiente"

Hay socarronería y cierto escepticismo en el animal inventado por Carroll. Ríe cuando los demás se enfurecen. Se burla cuando se trata de los personajes más fácilmente identificables con la antipatía del poder -la Duquesa, la Reina- y con cierta levedad  para quienes, como Alicia, esperan algo: una indicación, una conclusión, una respuesta. A los ojos de Alicia, hay en el Gato de Cheshire  algo gracioso pero también atemorizante: esa sonrisa inverosímil, también esas largas uñas. Temerosa de aquellas garras, Alicia se dirige a él con cierto recelo. ‘Minino, minino’ –ejem, ejem... alcaldesa, alcaldesa-, no vaya a asestarle un zarpazo en el momento menos esperado.

Y acaso como le ocurre a Alicia con el Gato de Cheshire, la gente no está segura de si Ada Colau  los guía o los desorienta. Si aparece o desaparece.

En su época de activista en la  Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), una asociación y movimiento social por el derecho a la vivienda digna de la que fue fundadora, Ada Colau no sólo usó esa organización como base para su carrera política: echó mano también de sus ramificaciones en todo el territorio como una membrana electoral. Las cosas, eso sí, se torcieron cuando Colau llegó al poder. Ella, que había sido el hada madrina de muchos y paralizaba un desahucio ahí donde ocurría, nada más llegar a la alcaldía le dio la espalda a los suyos, que comenzaron a acusarla de no detener los desalojos y de favorecer a los poderosos haciéndose la vista gorda, en lugar de endurecer las leyes. El zarpazo, la garra larga de la agenda propia. Dejar en la estacada.  Y acaso como le ocurre a Alicia con el Gato de Cheshire, la gente no está segura de si Ada Colau  los guía o los desorienta. Si aparece o desaparece. Si está con unos o con otros. Esa sonrisa de  quienes desaparecen en el aire. 

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