Opinión

Adiós, Gutenberg, adiós

El abandono del papiro y del pergamino hasta hacernos con el papel fue lento, muy lento, mucho más lento que el rápido cambio del papel a la pantalla que vivimos hoy

Una joven utiliza el móvil

Nunca imaginamos que podríamos llevar cientos de libros en el bolsillo. Por otra parte, el uso del teclado en vez del bolígrafo cubre un porcentaje altísimo de las necesidades de comunicación escrita. ¿Llegará a ser el papel un producto tan exótico como el papiro o el pergamino?

Nuestros antepasados escribieron en piedra o cualquier otro soporte duradero como la arcilla o el bronce, luego en papiro, después en pergamino, le siguió el papel, y el quinto soporte de la escritura, si bien he saltado algunos que no alcanzaron el arraigo de los citados, es la pantalla. Nos ha tocado vivir un importante cambio en la historia de la humanidad. Son las cinco pes de los soportes de la escritura, columnas de la cultura. Y ni siquiera podemos imaginar lo que se avecina porque nadie había previsto que la humanidad iba a leer en una pantallita de bolsillo, y a escribir en mini-teclados donde apenas caben los dedos.

Contemplamos el paso del cuarto al quinto soporte. Un libro publicado hoy en cualquier localidad a las 14 horas puede ser leído a las 14,01 en Nueva York, Tokio y Melbourne, y estar a disposición inmediata de ocho mil millones de lectores. Cualquier periódico del quinto soporte se puede leer en cualquier rincón del mundo y en cualquier pantalla. Otra cosa es que lo entiendan todos, pero de eso tampoco estamos tan lejos, pues la traducción automática parece que se va a encargar de allanar el camino.

El tallo de la planta de papiro en remojo cortado en finas tiras cruzadas, prensadas, pegadas con la misma savia y pulidas con piedra pómez facilitaba los rollos preparados para la escritura

A partir del IV milenio a. C. sumerios y egipcios desarrollaron las primeras escrituras de la historia. El soporte surgió de los materiales del entorno. Para unos, la arcilla acumulada a orillas del Tigris y Éufrates, soporte duro y voluminoso. Para los otros, el papiro, soporte voluble, ligero y abundante en las orillas del Nilo. Las tablillas protegidas entre hojas secas han soportado el paso del tiempo. El papiro, no. Solo el azar ha permitido que una mínima parte de la ingente documentación creada en el antiguo Egipto haya llegado a nosotros.

El papiro ya se utilizaba en el cuarto milenio a. C., pero su uso no se generalizó hasta la época de Alejandro Magno, y se perdió con el declinar del imperio de los Faraones. El tallo de la planta de papiro en remojo cortado en finas tiras cruzadas, prensadas, pegadas con la misma savia y pulidas con piedra pómez facilitaba los rollos preparados para la escritura. El más largo pertenece al reinado de Ramsés III (1150 a.C.) y vaya usted a saber los milagros que lo han acompañado para que se conserve con sus 40 metros de largo.

El pergamino es dermis estirada de cordero joven, más duradero que el papiro y de mejor calidad, con dos caras para escribir y fácil de borrar. Con él se hicieron los primeros libros. Entre los más antiguos, el Rollo de Isaías del siglo II a.C. Papiro y pergamino, Alejandría y Pérgamo, compitieron y convivieron muchos años. A comienzos del siglo II ya era corriente entre los romanos escribir en pergaminos.

Podemos llevar encima diez veces la biblioteca de Alejandría y leer el libro que nos plazca en cualquier lugar del mundo mientras la impresión en papel muere poco a poco

El papel lo inventaron los chinos en el año 105, pero los muy ladinos se guardaron el secreto. El mundo árabe lo descubrió en 751 porque el gobernador general del califato de Bagdad capturó en Samarcanda a dos papeleros chinos. La producción se difundió a Bagdad y Damasco, pero no llegó a Europa hasta el siglo XI. Lo trajeron los árabes. A partir del siglo XIV empezó a difundirse por Europa hasta llegar a ser el principal material transmisor de la cultura. Por entonces los inventos viajaban lentos como los caracoles. En esencia es pulpa de madera escurrida, entrelazada y prensada.

Con la invención de la imprenta se multiplicó el uso, y se desbordó en el siglo XIX, época de publicaciones. El precio del papel se redujo y en pocos años se convirtió en producto de gran consumo. Libros y periódicos fueron objetos al alcance de todos y favorecieron la alfabetización.

Y de repente, a la velocidad del rayo, surge y se desarrolla la informática y con ella los nuevos sistemas de comunicación que facilitan la escritura, el almacenamiento, el procesamiento, transporte y lectura de textos con medios electrónicos nunca imaginados.

El papel, quien lo iba a decir, queda en segundo plano. Al mismo tiempo la pantalla del teléfono inteligente se convierte en imprescindible en todos los bolsillos. Ahora podemos llevar encima diez veces la biblioteca de Alejandría y leer el libro que nos plazca en cualquier lugar del mundo ya sea de manera gratuita o bien por un módico precio, mientras la impresión en papel muere poco a poco. Nos despedimos del material que parecía imprescindible en la historia de la cultura y de la ciencia, del soporte fundamental en el aumento del nivel de cultura y de educación, del soporte transmisor más económico eclipsado hoy por los medios digitales.

La sombra de los libros

Hemos asistido al final de las enciclopedias. Ya no se publican porque llevamos una encima que se actualiza de manera inimaginable. Asistimos al final de los diccionarios. Se compran poco o no se compran, pero se consultan como nunca y de manera gratuita. El de la Academia recibe más de mil millones de consultas anuales. Asistimos al final de la prensa en papel, y con ella la desaparición o transformación de los quioscos. Asistimos al final de las revistas impresas, que cada vez consultamos menos en papel. Asistimos al final de la burocracia en papel, pues se engancha al documento digital en correos, formularios, documentos y libros institucionales. Y asistimos a la lenta desaparición, tal vez, de los últimos enganchados a la lectura en papel, si bien la sombra de los libros encuadernados puede extenderse, y sospecho que lo hará, durante muchas generaciones.