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Opinión

Se acabaron las sonrisas

Un grupo de ciudadanos siguen desde una pantalla de televisión la declaración institucional del presidente de la Generalitat

Menos personas portando esteladas y repitiendo las consignas emanadas de los despachos oficiales de las que veíamos habitualmente. En ellas y el gobierno de la Generalitat allí presente se intuía el peso de la ley en sus espaldas. Sus miradas eran huidizas, nubladas, como si buscasen desesperadamente una puerta por la que escapar. Ha sido una manifestación que más bien parecía una comitiva fúnebre. No había sonrisas.

Rostros sombríos

Cuatro de la tarde en la calle Mayor de Gracia de Barcelona. Grupos de personas se dirigen a la manifestación convocada por la ANC y Ómnium en favor de los dos Jordis, lo dirigentes de ambas organizaciones ingresados en la cárcel. No veo caras alegres. Todos tienen presente la declaración que ha hecho Mariano Rajoy. Se aplica el 155 y ello comportará, si el Senado así lo aprueba, el cese de Carles Puigdemont junto a todo su gobierno, la asunción de las competencias de la autonomía por parte del estado y la convocatoria en un máximo de seis meses de elecciones autonómicas.

Dice la Guardia Urbana que asistieron cuatrocientas mil personas. La cantidad interminable de autobuses y más autobuses estacionados en las calles adyacentes al Paseo de Gracia, en el Paseo de Sant Joan, en media Barcelona, puede dar fe de que la cifra podría ser cierta. La ANC ha rebañado el plato, buscando en los pueblecitos de la Cataluña más profunda y rural gente a la que llevar a la Ciudad Condal. Ya no se habla de millones de personas como antes. Incluso TV3 ha tenido que reconocer que frente al Palau de la Generalitat habían solo “decenas de personas” esperando la taumaturgia del discurso de Puigdemont.

Todos contestaban lo mismo a las preguntas acerca del momento presente, con las mismas palabras, con el mismo acento, con la misma cara. “Esto ha sido un golpe de estado, un ataque a Cataluña y a su pueblo, una vulneración de la Constitución y de las leyes”. Puigdemont, visiblemente nervioso, daba a las nueve de la noche en punto un discurso oficial en catalán, español e inglés repitiendo lo mismo. Marta Rovira, de Esquerra, Dante Fachín, de Podemos, Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, todos cacareaban la consigna de la jornada: golpe de estado y lo más grave que ha sucedido en Cataluña en los últimos cuarenta años. Ni el atentado de Hipercor, ni el 23 de febrero ni siquiera los cercanísimos y terribles atentados yihadistas de Las Ramblas este pasado mes de agosto. La aplicación de la ley, de la Constitución, esas dos cosas que los separatistas y sus cómplices podemitas han despreciado por activa y por pasiva, les parece mucho más abominable.

La gente de la manifestación, básicamente militantes convergentes de toda la vida y de Esquerra, caminaba con el aire de sonámbulo que uno imagina en las víctimas del Doctor Mabuse. Solo sabían repetir el mantra hasta la extenuación, como si en el sonido de sus propias palabras esperasen encontrar un sentido a todo este despropósito. Marchaban entonando viejas canciones amarillentas y totalmente fuera de lugar, enarbolando esteladas recién sacadas de los almacenes de la ANC – no hace mucho, Jordi Sánchez, ahora encarcelado, pedía a la gente que renovase la estelada de sus balcones, porque ya estaban viejas, descoloridas y deshilachadas, lo que se me antoja una manera muy original de vender productos del textil – y mirando de manera retadora a los que, desde fuera, los mirábamos sin manifestar adhesión alguna. Era, sin embargo, miradas distintas a las de siempre. Algo ha cambiado en ese mundo secesionista de jubilados de la Generalitat, funcionarios en activo, subvencionados o afectados de inflamación patriotera.

Qué humorístico sería todo si no fuese porque ambos han sido los mayores responsables del bochornoso nivel al que ha llegado la profesión en estas tierras"

A pesar de detenerse frente a la Jefatura Superior de Policía en la Via Layetana y vocear “libertad para los dos Jordis” o el ya clásico “fuera las fuerzas de ocupación”, a eso de las siete de la tarde todo había terminado. Solo esas decenas de personas que estaban frente a Palau y otras tantas en el Paseo de Gracia aguantaban el palo de la bandera que, según la Generalitat, lanza al mundo lemas memorables como “que se oiga el clamor de todo un pueblo que exige que respeten a sus instituciones y a sus dirigentes”. Decenas de personas, insisto, ni siquiera centenares. Todo era triste y deslavazado, como el escenario de un viejo circo que se cae a pedazos debido a la intemperie. En TV3 el comité de empresa clamaba por el respeto a los medios públicos a la vez que el Colegio de Periodistas de Cataluña emitía un comunicado furibundo contra el 155. Qué humorístico sería todo si no fuese porque ambos han sido los mayores responsables del bochornoso nivel al que ha llegado la profesión en estas tierras, con su servil adulación al poder nacionalista pagada con innumerables prebendas y cargos que hemos pagado entre todos los catalanes.

Poco a poco, las calles se han ido quedando vacías, ahítas de tanta jornada histórica inflada de la nada más rotunda, mientras que los autocares devolvían a sus pueblos a los “espontáneos” manifestantes. ¿Y la gente normal, la de siempre, la que bastante tiene con llegar a final de mes? Esta seguía con su rutina habitual de un sábado cualquiera. Esto nunca ha ido ni con ellos ni estaba pensado para ellos. La broma, el circo, la comedia, se acababa por este día, esperando a que la semana que viene la junta de portavoces del Parlament convoque un pleno a instancias de Puigdemont para debatir, ¿debatir?, el 155 y su aplicación. Curioso proceder en quien hace solo veinticuatro horas amenazaba con declarar la independencia. Solo TV3 ha seguido vomitando la propaganda oficial del Govern, incansable, repetitiva, vergonzosa, proclamando las bondades del Govern y mostrando como una conjura de criminales de guerra al gobierno de España, al PSOE y a Ciudadanos.

Aturdidos por el golpe que les ha propinado el estado, es decir, la ley, repiten como loritos amaestrados el argumentario que han escrito para ellos los ideólogos de la nada procesista. Esta noche todos se sienten más inquietos, más débiles. Creían que nadie iba a plantarles cara, pero les ha salido el tiro por la culata. El problema, sin embargo, solo ha hecho que empezar. Deberían haber visto a dos trabajadores, posiblemente del sector de la construcción, que estaban tomándose una cerveza en el mismo bar en el que estaba un servidor mientras Rajoy anunciaba en televisión las medidas que pensaba aplicar. No eran independentistas, ni siquiera hablaban en catalán, pero su agresividad hacia el presidente era más que notable. “Somos anti PP”, me han dicho al preguntarles, “y todo lo que haga el PP es una cabronada fascista, sea lo que sea”. Eso es muy peligroso. En Cataluña están ahora desmotivados los independentistas burguesitos ex Convergentes, e incluso los de Esquerra que solo soñaban con ser funcionarios en un Tripartit, pero existen también los radicales de las CUP que hoy, sorprendentemente, han estado muy calladitos, amén de estas gentes que creen que ser de izquierdas equivale a odiar todo lo que huela a derechas.

Los políticos deshacen el tejido de la convivencia en sus poltronas, pero luego los remiendos han de pagarlos los ciudadanos"

Mal final tiene este proceso que se presentaba ante la opinión pública como algo festivo, inocente, pacífico, prácticamente inocuo y feliz. Ahora empezamos a detectar lo que existe realmente debajo de tanta falsa alegría, algo que algunos intuíamos. Existe un odio inexplicablemente no extinto en la sociedad catalana, y mucho me temo que también en el conjunto de la española, un odio cainita, un odio guerracivilista, aquel odio que Lorca describió trágicamente en sus “Bodas de sangre” cuando un personaje dice “Aquí ya no hay más que los tuyos y los míos”.

Los políticos deshacen el tejido de la convivencia en sus poltronas, pero luego los remiendos han de pagarlos los ciudadanos. Lo peor es que la tela está ya tan desgastada a base de coserla y recoserla que Dios sabe si estaremos a tiempo de evitar que acabe hecha jirones y, con ella, nuestra paz y convivencia.

Finalizo. A eso de las ocho de la noche, frente a la Delegación del Gobierno, una pareja ha intentado agredir a un miembro de la Policía Nacional, siendo reducida y posteriormente llevada a la Comisaria de La Verneda. La revolución de las sonrisas ya no intenta disimular su auténtica condición.

Miquel Giménez

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