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Opinión

La inmigración, Vox y la izquierda populista

Rocío Monasterio

Los populismos se tocan. Aquí y en el resto de Occidente. Ambos, el de izquierdas y el de derechas, buscan crear fronteras sociales, conflictos que justifiquen un discurso, bandos. Es el retorno de lo político y el rechazo a la gestión propio del “consenso posdemocrático”, como lo llaman los teóricos del populismo izquierdista. En esto están Vox, Más País y Unidas Podemos.

El retorno de lo político significa el regreso de las ideologías a hora de hacer política. En ese juego es preciso puentear a los “partidos del sistema”, a los “viejos”, esos que se dedican a pensar en cómo administrar mejor y resolver problemas, llegar a acuerdos, y procurar la paz social. Lo político, en cambio, significa tensión, conflicto, enfrentamiento, la disposición a la opinión pública de proyectos diferentes de país. Y solo puede quedar uno.

Más conflicto, menos centro

A eso están jugando los populistas españoles, tanto los de Abascal, como los de Errejón e Iglesias.  De esta manera, se orilla la búsqueda de la eficacia de la administración, la racionalidad o el diálogo. A mayor conflicto, más importancia de los extremos y menos del centro.

Por esta razón los de Vox están felices con la formación de un Gobierno entre PSOE y Unidas Podemos con apoyo de los nacionalistas. Solo de la más profunda oscuridad, piensan, puede salir la luz. La poesía es genial, pero los daños que se producen en el camino que desean son irreparables. Es lo que tienen los populismos: irresponsabilidad e insensatez para tomar el Palacio de Invierno o el Palacio del Pardo, que tanto monta.

Nuestros populistas han tomado la inmigración como un tema de frontera política, de esos que sirven para crear fracturas y bandos en la sociedad, que les permite, o eso creen, denunciar las incoherencias del régimen posdemocrático (lo llaman posdemocrático porque unos y otros dicen que esto ya no es una verdadera democracia).

Por esta razón, Vox, como el resto de populismos de derechas occidentales incluyendo a Trump, toma el fenómeno de la inmigración como una invasión. Es un chivo expiatorio perfecto, y muy poco liberal, por cierto: se les puede atribuir la inseguridad ciudadana, el desempleo, o la mala calidad de los servicios públicos, con una identificación simple. Es el mismo mecanismo que llevaron a cabo los nacionalsocialistas: una banda en el brazo para que cualquiera supiera que esa persona pertenecía a la raza culpable. Es un discurso político simple, emocional y peligroso.

Los populistas de izquierdas defienden al inmigrante porque quieren utilizarlo para dinamitar las bases de la democracia liberal

Hace lo mismo el otro populismo, el del grupúsculo fracasado de Errejón y el de la marca original; esto es, Unidas Podemos. Estos toman la inmigración como un modo de mostrar las contradicciones que, a su juicio, tiene la sociedad posdemocrática. En concreto: el discurso buenista y su efecto llamada en plena crisis económica. Por supuesto, los populistas de izquierdas defienden al inmigrante porque quieren utilizarlo para dinamitar las bases de la democracia liberal.

En realidad, estos izquierdistas quieren usar a los inmigrantes para poner en marcha la vieja máxima maoísta: la liquidación de los tres viejos: la tradición, la cultura y la educación. La igualación de las civilizaciones tiende, o eso dicen, a restar importancia a la cristiana, base de la occidental. Es algo que va más allá del multiculturalismo, que ven propio de la globalización neoliberal, sino que hablan de “internacionalismo”. El cuento es bárbaro: la aceptación de los inmigrantes supone poner en contradicción el discurso humanitario del capitalismo, hacer que Europa se sienta culpable de la situación del Tercer Mundo y, al tiempo, establecer vías alternativas de economía que tiendan al socialismo.

La 'amenaza' de los menas

Así, Vox criminaliza por sistema a los menores extranjeros no acompañados, y los pone como ejemplo de la quiebra del “consenso progre” y del daño que hace a la comunidad nacional. Son una “amenaza” a los buenos vecinos españoles, y añaden, algo parecido al viejo lema franquista: “Ni un hogar sin lumbre, ni un español sin pan”. Esos menas y los políticos que los traen, en realidad, impiden la reconstrucción de la patria, afirman. De ahí la frase que de Ramiro Ledesma que han recuperado para que la lea Abascal: "los ricos pueden permitirse el lujo de no tener patria", pero el pueblo, no. Populismo autoritario puro.

La consecuencia es que Rocío Monasterio se ha plantado en dos centros de acogida de menores extranjeros para hacer política. Uno, en la barrio de Hortaleza, en Madrid, lugar conflictivo, aunque solo se alojen en la capital 430 “menas”. Toda ciudad es problemática, hay bandas y delincuencia. El 18 de noviembre fue degollado un taxista en Alcalá de Henares para robarle. Eso no les preocupa, ni harán una declaración, ni un vídeo, ni un mitin, como el de Monasterio en Sevilla que le ha llevado a que la investigue la Fiscalía de Sevilla por delito de odio.

A Más País (“Podemos 2” le llaman en Madrid) y Unidas Podemos les pasa otro tanto de lo mismo. Nada hizo el gobierno de Manuela Carmena cuando fue alcaldesa, inmersa en luchas internas, y obsesionada por crear una estructura alternativa y financiada para los suyos una vez que abandonaran el poder, como señaló Íñigo Errejón. Nunca dedicaron sus esfuerzos en planes de integración de los inmigrantes, sino en tirárselos a la cara al gobierno de la derecha.

Estamos entre populistas que tensionan la vida política y social, que se retroalimentan, que contaminan el lenguaje, crean falsas expectativas y odios, de cara a alcanzar el poder. Pero ojo, el populismo cumple lo que promete cuando llega al Gobierno, que no es otra cosa que discriminación de grupos por ideas, creencias o costumbres, por raza o género. Son autoritarios de izquierda o derecha, tanto da, y un paso atrás en la democracia liberal que tanto denostan que de la que viven opíparamente.

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