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Opinión

¿Y si Valtonyc hubiese cantado sobre el Estado Islámico?

De nuevo se cuestiona la libertad de expresión en España, por tres decisiones. Primero, el Supremo confirmó la condena a 3.5 años de cárcel para el rapero Valtonyc, considerándole culpable de glorificación del terrorismo, injurias contra la Corona (un delito que entra, entiendo, dentro del concepto de lesa majestad) y amenazas a Jorge Campos; segundo, un juzgado de instrucción ordenó el secuestro del libro Fariña, una crónica de la droga en Galicia; y, por último, Ifema decidió pedir a la galería la retirada de la obra "Presos Políticos" de Santiago Sierra en el Arco—en la que salen varios de los líderes separatistas en prisión provisional—y la dueña de la galería accedió a la petición.

Las tres decisiones ya han creado una publicidad para las obras en cuestión que difícilmente sería pagable de otra manera, en España y en el mundo. Una asociación catalana de conciertos ya ha reservado 26 actuaciones para Valtonyc en las próximas semanas o meses (aunque desconozco cómo va a salir al escenario si está en la cárcel); todo Twitter parece querer comprar Fariña y la obra del Sr. Sierra ha sido noticia internacional en The New York Times, la BBC y The Guardian. Así funcionan la atención y la notoriedad. No obstante el efecto capitalista y cultural positivo generado por la publicidad gratuita, la narrativa que promueve la izquierda a raíz de los hechos es de una deriva autoritaria hacia la represión tiránica.

Son «tristes y oscuros tiempos» en España, dice Ada Colau; presenciamos una «regresión» en materia de libertades civiles, dice Pablo Iglesias: «incompatible con la democracia». El PSOE está confuso: criticó «un retroceso en materia de derechos y libertades» con el rapero pero apoyó la decisión de Ifema de retirar "Presos Políticos", para luego rectificar y decir que el partido «siempre estará por la libertad de expresión».

De nuevo aparece el fantasma de Franco, o algo del estilo; igual que hace unos meses con la crisis separatista cuando todo lo que no era catalán y abiertamente separatista era facha. Leo nebulosas sugerencias sobre un complot para derrotar la libertad de expresión en la nación, sin sujeto explícito. Pero la vida real no es una película de James Bond. En la vida real, hay muchas cosas de las que no podemos hablar en la esfera pública normalmente: los secretos empresariales sin interés público, los datos privados, las acusaciones difamatorias sin fundamento, el discurso del odio o las amenazas. Si decidimos de todos modos hacerlo, debemos aceptar que eso podría tener consecuencias.

Al presidente de Ifema debería darle vergüenza la petición de retirar la obra de Arco

La libertad de expresión, como ha recordado el Supremo esta semana tiene sus límites legales, y los encuentra, como no, en los derechos de los demás. España no es la única democracia moderna en la que se ha introducido en los últimos años legislación nueva para intentar controlar los efectos de la propaganda terrorista en Internet, ni el único país en tener delitos de lesa majestad en su Código Penal, aunque su existencia puede ser más o menos debatible a nivel político o si queremos entrar en la filosofía jurídica.

Al presidente de Ifema debería darle vergüenza la petición de retirar la obra de Santiago Sierra en Arco, pero las otras dos decisiones de la semana forman parte del proceso judicial: una es bastante final, aunque a Valtonyc aún le queda algo de margen para recurrir, entiendo, y la otra es una medida cautelar en un proceso civil: desconocemos de momento cuál será el destino final de Fariña. Puestos a debatir y a enmarcar narrativas, ¿cómo deberíamos interpretar las letras raperas convertidas en hechos judiciales en el Tribunal Supremo? ¿Se trata de un pobre artista oprimido por un grupo tiránico cuyo afán es quitarle un derecho fundamental o hablamos ya de un criminal condenado que eligió las canciones y la música para expresar y difundir su odio y su glorificación del terrorismo? Si en vez de hablar de ETA y los GRAPO y de matar a políticos del PP, Arenas Beltrán hubiese optado por decir lo mismo del Estado Islámico y por enumerar varias maneras de asesinar a Pablo Iglesias, ¿la izquierda estaría tan preocupado por la libertad de expresión?

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