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Opinión

La UGT catalana apoya a los profesores separatistas

Un colegio catalán el pasado 1-O.

Los miembros del sindicato socialista en Cataluña no ganan para disgustos. El último que les ha dado la sindical ugetista al mando del separatista Camil Ros es el de verse adheridos a una plataforma que defiende a los profesores separatistas. Eso, después del incidente en un instituto de Sant Andreu de la Barca en el que se humilló a varios alumnos por el hecho de ser hijos de la Guardia Civil.

La TED, Taula d’Emergència Docent

Así se denominan los que, y citamos sus propias palabras, “intentan dar respuesta a la represión que están padeciendo los docentes y los centros educativos en Cataluña”, que “lamentan la falta de democracia que se ha detectado en algunos centros”, que “se han cruzado límites en algunos centros que han puesto en estado de emergencia a todo el sector” o que “denuncia la represión mediática, judicial y policial”. Ni qué decir tiene que esta iniciativa, a la que se han apuntado más de cuatro mil profesores – siempre hemos dicho que la educación era un coto privado del separatismo, aliado con lo más rancio del viejo PSUC – cuenta con lo más granado de las organizaciones de la ceba, vamos, que por sus nombres los conoceréis: la CGT Ensenyament - poco o nada tiene de libertaria esta mala copia de la CNT-FAI de toda la vida -, ADIC Ensenyament, la sectorial de educación de la ANC, Docent per la República, el Sindicato d’Estudiants dels Païssos Catalans, la Federació de Sindicats Independents d’Ensenyament de Catalunya, la Coordinadora Obrera Sindical, la Intersindical – CSC e infinidad de grupos como las Assemblees Grogues, l’ Associació d’Escriptors en Llengüa Catalana o las Escoles Arrel.

Hasta ahí, lo previsible. Ante la denuncia del trato vejatorio dispensado por sus profesores a unos alumnos que tienen sobre sus cabezas el terrible crimen de tener padres que pertenecen a la Benemérita, el separatismo organizado pone los pies por delante, se encabrita y sale a la palestra con las mismas consignas victimistas de siempre. Aún resultará que esas pobres criaturas mataron a Kennedy.

Ahora bien, lo insólito, lo realmente vergonzoso, lo que demuestra hasta qué punto se ha llegado en estas tierras, es que la UGT figure entre aquellos que dan su apoyo a esa escuela politizada, sectaria, de pensamiento único. El sindicato que dirigiera en su día Nicolás Redondo, el sindicato señero de España se suma a los separatistas ¿para qué? Pues nada más y nada menos que para favorecer a aquellos que desean mantener un sistema educativo basado en el sectarismo, la imposición lingüística, histórica e ideológica, en suma, todo aquello por lo que debería estar en contra un sindicato de clase, de izquierdas, de vocación estatal.

A raíz de la participación de la UGT en aquella manifestación de no hace mucho en la que se pedía la liberación de los “presos políticos”, las bajas se sucedieron en cascada. Ignoramos cuál es el censo a día de hoy, porque en la UGT no facilitan datos oficiales acerca del mismo. Da igual, no es preciso ser un experto analista para adivinar que, en los próximos días, no serán pocos los docentes que también rompan su carné sindical ante tamaña barbaridad. En la concentración de este pasado miércoles, convocada por esta plataforma, la TED, vimos pocos o ninguno de los militantes ugetistas de toda la vida en el campo de la educación. Tampoco creemos que el folleto que se ha imprimido con apelaciones lacrimógenas tales como “¿Te sientes señalado? ¿Te han denunciado? ¿Sufres por tu lugar de trabajo? ¿Te cuesta dar las clases como antes? ¿Tienes miedo? ¡No estás solo!” sea del agrado de los sindicalistas socialistas. Como tampoco lo hubiera sido de los asistentes al barcelonés Teatro Jovellanos que, en agosto de 1888, fundaron la Unión General de Trabajadores. García Quejido, Ferrer, Colado, Parera, Graells, Martín Rodríguez o Manresa estaban por la defensa del trabajador, no de la derecha supremacista que se encubre bajo la vadera. Qué vergüenza si levantaran la cabeza, que vergüenza, Pepe Álvarez.

Esta no es mi UGT

El drama que se vive en la vieja sindical no es ajeno al de la propia sociedad catalana. El huevo de la serpiente nacionalista llevaba mucho tiempo madurando en no pocos feudos que siempre se habían considerado patrimonio de la clase obrera. Hablábamos antes de la CGT, una escisión de la CNT de siempre, pagada con dineros poco honorables, que ya en sus primeros pasos publicaba folletos con textos de colaboradores del nacionalismo pujolista, como Josep Pallach. Si eso es anarquismo, que baje Bakunin y lo vea.

En la UGT pasó igual. Una vez apartados los dirigentes sindicalistas que no comulgaban con Jordi Pujol, la semilla que ahora se ha convertido en planta frondosa estaba lista para crecer. Recuerdo cuando un por entonces joven dirigente ugetista – diremos el pecado, pero no el pecador porque llegó lejos en política. aunque ahora esté retirado - me enseñaba como prueba de convicción el prólogo que escribió Pujol al libro que recogía la correspondencia privada entre Bruno Kreisky, Olof Palme y Willy Brandt, como diciéndome “Qué, ¿eh?, ¿ves como Pujol es socialdemócrata?”. Me limité a decirle que, de la misma manera, Pujol había defendido por escrito el modelo de organización territorial de Tito en Yugoeslavia y no por ello lo consideraba comunista. Daba lo mismo. Se trataba de apoderarse del sindicato socialista – los de CCOO ya comían por aquel entonces de la mano del padrone Pujol, igual que los comunistas – así como de las barriadas más populares de Barcelona, del cinturón industrial, de lo que se manifestaba más reticente a la idea de una sola patria, un solo idioma, una sola educación, un solo líder. De ahí nacieron, entre muchas otras cosas, las famosas oficinas de Bienestar Social, patrocinadas por el entonces omnipotente conseller Antoni Comas, que tenían como único objetivo practicar el clientelismo más descarado con asociaciones vecinales, culturales, folclóricas, sociales etc. de marcado carácter español para llevárselas al terreno nacionalista. Entrabas ahí sintiéndote español, pero sin trabajo, y salías de con trabajo y más nacionalista que Pompeu Fabra. Algún día habrá que hablar, por vía de ejemplo, de la Feria de Abril catalana de aquellos años de pujolismo, de los que la controlaban, de muchas cosas que jamás se aclararon.

Las famosas oficinas de Bienestar Social, patrocinadas por el entonces omnipotente conseller Antoni Comas, tenían como único objetivo practicar el clientelismo más descarado

Recuerda esta UGT de ahora aquel patético instante en que, en medio de un concierto de Los Chichos en el popular distrito de Nou Barris de Barcelona, el organizador metió con calzador a Jordi Pujol que soltó el célebre “Yo a estos señores los escucho mucho en la radio del coche”. Quien montó aquel enorme lío – a Pujol lo silbaron y tuvo que irse, cosa insólita en aquellos años – ha acabado haciendo libros con Oriol Junqueras, explotando su vertiente andaluza, coplera y populista.

Pues bien, la UGT se comporta exactamente igual que aquel taxista devenido en radiofonista merced a las licencias de radio otorgadas por Pujol. A cambio de jugosas subvenciones, la sindical se ha tornado más independentista que la estelada y le da igual que, ante cualquier duda metodológica o pedagógica, se tenga que estar a favor de los niños. Eso no reza con la dirección actual del sindicato. Hay que apoyar a los profesores, aunque sea una barbaridad, porque lo que cuenta es no quedar mal con el proceso, con la república, con los que están por la separación con España. No los he oído chistar ante la tremenda injusticia a la que se ha visto sometido el profesor Francisco Oya, al que la Generalitat le ha privado de ejercer su libertad de cátedra, solo por intentar dar elementos a sus alumnos para que contrastaran el texto del libro de historia pergeñado por Alcoberro, de la ANC para más inri. Tampoco los oí jamás defender a mi querido Paco Caja, que lleva sufrido lo indecible por su férrea militancia antinacionalista, o a Dolores Agenjo, que se negó a ceder su instituto para que se instalaran las urnas de un pseudo referéndum ilegal. Ahí, los sindicaleros, calladitos como muertos. Ya ni les digo respecto a los padres que desean que sus hijos puedan estudiar en castellano. Entonces, me decía un amigo ugetista, ¿para qué sirve el sindicato? ¿para que vivan como marajás unos cuantos? ¡Esta no es mi UGT!, exclamaba enfadado.

Ni la de nadie que se precie, amigo, ni la de nadie.

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