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Opinión

No hay Trump que por bien no venga

Donald Trump.

La llegada a La Casa Blanca de un personaje de las peculiaridades de Donald Trump ha sembrado el desconcierto y generado alarma en Bruselas y en las principales capitales europeas. Hay dos elementos de su política internacional que han sido justamente percibidos por las Instituciones comunitarias como una seria amenaza para el orden mundial en el que la UE se  ha movido con comodidad y ha prosperado desde la caída del Muro de Berlín. El primero es su agresiva guerra comercial no sólo con China, sino también con aliados tan fieles de los Estados Unidos como Europa o Canadá. Su obsesiva y equivocada idea de que su país debe defenderse de los intercambios de bienes y capitales con el resto del globo que percibe como abusivos, está oscureciendo el horizonte del crecimiento global y provocando una espiral peligrosa cuyos efectos es pronto para evaluar, pero que no serán positivos en ningún caso.

El segundo es su exigencia a sus socios de la OTAN de que asuman una cuota mucho más elevada de los gastos de defensa de la organización y sus amagos de abandono de su papel como líder del bloque occidental. El eslogan 'America First' se está manifestando como una inquietante realidad que va mucho más allá de la mera retórica de campaña electoral. Otros gestos y decisiones han provocado una seria perturbación en esquemas de cooperación económica, medioambiental y estratégica que muchas naciones daban por consolidados y que de repente se han visto interrumpidos o alterados de manera brusca y traumática. Trump ha retirado a los Estados Unidos del Acuerdo sobre Cambio Climático, del Acuerdo Transpacífico y de la UNESCO, además de abortar el tratado en marcha de apertura comercial con la UE que hubiera representado un salto gigantesco hacia adelante en la creación de riqueza y empleo a escala planetaria. Su pública satisfacción por el Brexit, su calificación de la UE como un “enemigo” de los Estados Unidos y su benévola actitud con Rusia han sido acogidas con consternación por las altas instancias europeas y han sonado a ofensiva blasfemia en París y en Berlín.

Europa se había acostumbrado a desarrollar sus políticas interiores y exteriores en un marco estable en el que su estrecha alianza con la primera democracia del globo garantizaba su seguridad

Europa se había acostumbrado a desarrollar sus políticas interiores y exteriores en un marco estable en el que su estrecha alianza con la primera democracia del globo garantizaba su seguridad mientras sus Estados miembro se dedicaban con entusiasmo a la construcción de un mercado único cada vez más amplio y de una estructura jurídica e institucional supra y transnacional que le permitían ser la referencia internacional de las sociedades abiertas, de la paz y del libre comercio. Este idílico panorama se ha quebrado desde que en Washington hay un presidente iconoclasta, pendenciero, imprevisible y expeditivo. Sin embargo, dentro de la serie de maniobras destructivas emprendidas por el magnate inmobiliario que es hoy el hombre más poderoso de la tierra, hay una que representa un considerable acierto y que si tiene éxito mejorará considerablemente el escenario internacional. Se trata de la tremenda presión diplomática y económica que el Gobierno norteamericano está ejerciendo sobre la teocracia iraní con la evidente intención de forzar un cambio de régimen en la principal potencia de Oriente Medio. Hay que reconocer la claridad de ideas y la eficacia de este planteamiento frente al inicuo régimen de los ayatolás, que contrasta con la debilidad, el oportunismo y la falta de principios de los estériles intentos de apaciguamiento de los asesinos en serie de Teherán que practica desde hace décadas el Servicio de Acción Exterior de la UE y en el que también se complació Obama.

Si bien la irrupción de Donald Trump como caballo en cacharrería no va a contribuir precisamente a favorecer los intereses europeos, puede ofrecer un cambio ventajoso en la evolución de la UE. En un mundo multipolar en el que la pugna entre Estados Unidos y China dominará la dinámica de las relaciones internacionales, una Europa desunida, errática e inoperante quedaría condenada a desempeñar un papel secundario muy lejos de sus ambiciones y de su potencial. Por tanto, el camino más inteligente para los Veintisiete es en este nuevo contexto el de fortalecer sus mecanismos de trabajo en común, elevar su perfil como potencia comercial y militar, agilizar sus mecanismos de toma de decisión y hablar en todos los foros globales con una sola voz alta, clara y coherente. De esta forma se produciría la paradoja de que la aparición inesperada y corrosiva de un presidente norteamericano hostil a la integración europea y al librecambismo, serviría de acicate a los gobiernos nacionales de la UE y a las instituciones comunitarias para acelerar las reformas pendientes que la transformen en un interlocutor influyente e indispensable en el que se perfila como el retorno en el siglo XXI del “Gran Juego” que caracterizó al siglo XIX. No se trata tanto, pues, de tener buenas cartas, como de emplear correctamente las que llegan a nuestras manos. Y es que no hay Trump que por bien no venga.

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