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Opinión

Toda la mierda junta

Penélope Cruz y Javier Bárdem

El gran economista liberal Joseph Schumpeter, que falleció en 1950, ya dijo en aquella época que el terremoto de Tokio de 1924 tuvo una virtud extraordinaria: que no fue atribuido al capitalismo. Bajo la premisa falsa de que este sistema se basa en la persecución del beneficio a toda costa sin escrúpulos, y que esto alienta el egoísmo y la avaricia, numerosos intelectuales se han dedicado desde tiempos remotos a intentar demostrar que el capitalismo no sólo es el culpable de todos los males que aquejan a los países sino también de casi todas las frustraciones y los problemas cotidianos que los individuos encuentran en sus vidas, desde no obtener un empleo a no conseguir un productor para una película probablemente marginal o a alguien que te edite un librito menor.

En el caso del coranavirus no hemos tenido la misma suerte que con el terremoto de Tokio. Aunque es una evidencia que la covid-19 fue transmitida por animales raros en China, donde todavía existen unas costumbres gastronómicas poco civilizadas -o quién sabe si debido a una manipulación genética fuera de control en un laboratorio también chino-, los enemigos de la economía de mercado han redoblado su poder de persuasión para encontrarle un lugar de honor, si no como responsable de la pandemia, como su caldo de cultivo propicio.

Unos hombres, los gobernantes, que como personas son incapaces de resolver sus propios problemas son los que, como funcionarios, han de reparar las urgencias sociales

El pensador norteamericano Noam Chomsky, un icono de la izquierda de Estados Unidos, afirma por ejemplo que la puesta en manos privadas de las funciones públicas explica gran parte del desastre del virus, porque las residencias de ancianos propiedad de fondos de inversión al parecer dirigidas por seres depravados llevan años recortando en servicios, en personal y en material, una tesis similar a la que sostiene obscenamente el Gobierno de España. También acusa Chomsky a las farmacéuticas, que como funcionan presididas por el insano afán de lucro no invirtieron a largo plazo para prevenir los resultados catastróficos de una eventual pandemia.

Todas estas estupideces son intelectualmente fáciles de desmontar. Los socialistas que las propagan están imbuidos de una concepción pesimista del mundo. Creen que los individuos y la sociedad son incapaces de resolver por ellos mismos sus problemas y que el Estado puede y debe hacerlo por todos. Pero se produce así la paradoja fatídica de que unos hombres, los gobernantes, que como personas son incapaces de resolver sus propios problemas son los que, como funcionarios, han de reparar las urgencias sociales, convertidos repentinamente en impecables e infalibles por el mero hecho de haber sido investidos de la función pública sacralizada por Chomsky. El argumento es una mierda completa y total.

La versión ecologista

Algunas personas egregias como el Papa Francisco, que no pierde la oportunidad de soltar su excremento peronista sobre el mundo que le rodea, han sugerido que el virus podría ser una respuesta de la madre naturaleza por el abuso al que ha sido sometida. Es una conclusión delirante similar a la del comunista Enrique Santiago, el vicepresidente de la comisión parlamentaria para la reconstrucción de España, que explica la pandemia como la consecuencia ineluctable del maltrato que ha padecido el medio ambiente durante los pasados cuarenta años.

Durante los últimos días se han multiplicado las iniciativas para salvar el mundo creando uno radicalmente diferente. Un nutrido grupo de intelectuales y políticos ha promovido una Internacional Progresista. ¡No cabíamos junto al fuego…y llegó el abuelo! Entre ellos están desde luego el ubicuo Chomsky, Jane Sanders, la esposa de Bernie, el excandidato a la presidencia de Estados Unidos que quiere implantar allí el socialismo, y otras especies igualmente nocivas como Yaris Varoufakis, el exministro de Finanzas griego que perdió su pulso con la UE para evitar el rescate que tanto bien ha proporcionado al país, hoy ejemplo de éxito frente al virus chino.

Todos estos izquierdistas anacrónicos reclaman un mundo democrático, igualitario, solidario, ecologista, pacífico, eminentemente poscapitalista y próspero. Un mundo presidido por el aburrimiento más absoluto diría yo. La nueva plataforma no permite ser financiada por los ‘lobbies’, los ejecutivos de empresas de combustibles fósiles, las aseguradoras de salud, las compañías farmacéuticas y las multinacionales tecnológicas; y también ha vetado a la banca, las empresas de capital de inversión y las compañías agroalimentarias. Me pregunto cómo prosperará el mundo si se le priva del talento de todos estos actores que han sido capitales para impulsar el bienestar común.

Todos sostienen que la covid-19 es una oportunidad excepcional para frenar el colapso del medio ambiente, impedir la catástrofe ecológica que amenaza con poner fin a la vida sobre la Tierra

Casi al mismo tiempo, otras doscientas personalidades de las artes y de las ciencias han suscrito un ‘Manifiesto en contra de una vuelta a la normalidad’. Entre ellos están insignes ‘celebrities’ con mucho dinero y escaso amor por la filantropía como Robert de Niro, Cate Blanchette, Jeremy Irons, Charolette Rampling, Madonna o los españoles habituales Javier Bardem, su esposa o el inefable Pedro Almodóvar. Todos sostienen que la covid-19 es una oportunidad excepcional para frenar el colapso del medio ambiente, impedir la catástrofe ecológica que amenaza con poner fin a la vida sobre la Tierra e impulsar un cambio de los valores convencionales y otro modelo económico.

La pandemia ha recrudecido la ofensiva contra el capitalismo despreciando a sabiendas que ha sido el instrumento económico que en los últimos cincuenta años ha acabado prácticamente con la pobreza masiva, propiciando -gracias a la globalización, el correspondiente desmantelamiento de los aranceles y la competitividad sobrevenida- el desarrollo y la riqueza de países hasta hace poco sin esperanza anclados en la postración. Su acceso franco a los mercados les ha permitido satisfacer y colmar necesidades antes perentorias como la alimentación, el vestido y la vivienda, reduciendo no sólo la precariedad en la que estaban instalados sino su lacerante desigualdad frente al mundo más próspero y desarrollado.

Como el gran deportista Rafael Nadal, prefiero la normalidad de siempre, con sus benditos atascos, los restaurantes y los bares fastuosos, las playas con chiringuito, el fútbol y los toros

Nada de esto parece importar demasiado a los profetas del ‘mileranismo’ y de la utopía socialista rediviva. En el primer caso, el ecologismo es la causa que enarbolan para detener el progreso de los estados tradicionalmente desfavorecidos, aduciendo su elevada potencia contaminante. La utopía socialista rediviva o la “nueva normalidad” que defienden las élites de esta hornada vírica nos propone frenar el consumismo y la presunta avidez de bienes materiales para sustituirlo por una beatífica frugalidad, una sana contención, una solidaridad impostada y un amor religioso al prójimo.

Pero esto es el cilicio generalizado y yo desde luego no voy a comprar billetes para este viaje. Como el gran deportista español Rafael Nadal, prefiero la normalidad de siempre, el mundo de antes, con sus benditos atascos, los restaurantes y los bares fastuosos, los gin-tonics congelados, las playas con chiringuito, el fútbol y los toros. Hay que impedir con denuedo que estos profetas del apocalipsis nos jodan el sueño de gozar de la vida y liquiden el espíritu animoso, emprendedor y arriesgado que ha sido siempre la clave del progreso y del bienestar para sustituirlo por la austeridad pareja a la miseria comunista.

Expansión del sector público

Cuando uno se imagina el nuevo mundo programado por esos intelectuales fracasados y esas ‘celebrities’ con cargo de conciencia por sus frecuentes desmanes, cuando se analiza pacientemente el futuro que quieren construir aquí en España Sánchez e Iglesias solo se puede sentir pánico. Según el vicepresidente comunista, la democracia venidera tendrá que basarse en una sanidad pública, en una educación pública, en el derecho garantizado al trabajo y a la vivienda y en una política fiscal expropiatoria capaz de financiar esta expansión sin límites del sector público destinada a expulsar al ámbito privado de la actividad económica.

Cuando se contempla la gestión catastrófica de la crisis de salud pública, pero sobre todo cuando se repara en las decisiones adoptadas con el supuesto propósito de proteger la economía la sensación es muy desagradable. Ni funcionan debidamente los ERTES, ni son suficientes las líneas de liquidez para salvar a las empresas de la quiebra, se bombardea el turismo y la hostelería, el gran activo del país, con una cuarentena forzosa para los eventuales visitantes insólita en Europa y se impulsa una 'desescalada' suicida para miles de autónomos y de pequeños negocios.

Lo más inocente sería pensar que esta cadena de errores son el producto de la incompetencia acreditada o de la reiterada torpeza. Me temo que todo es mucho más trágico. Que se trata de una estrategia basada en ‘cuanto peor mejor’. Que lo que desean Sánchez e Iglesias es una España gobernada por un PER a gran escala. Un país con millones de desempleados debidamente asistidos por la beneficencia estatal más los funcionarios y pensionistas viviendo del presupuesto público financiado por los impuestos temerarios y confiscatorios que planean.

¿Qué ciudadano con dificultades no va a estar dispuesto a implicarse en una suerte de 'guerra civil' para doblegar fiscalmente a esas presuntas clases privilegiadas?

Cuando Jaume Asens, el portavoz del grupo parlamentario de Podemos, dice que el noventa por ciento de los ciudadanos es partidario de subir los impuestos a las grandes fortunas o Iglesias afirma que hay un gran consenso social para que los ricos paguen más, y “que así lo desean”, en el fondo están alimentando el resentimiento. Están sembrando la discordia civil que requiere su proyecto revolucionario. El empresario y columnista Fernando del Pino ha recordado que una de las piezas angulares de los regímenes totalitarios es el colaboracionismo. Igual que el confinamiento exorbitado y la 'desescalada' arbitraria y grotesca han fomentado la delación entre vecinos que comprobamos a diario, ¿qué ciudadano con dificultades no va a estar dispuesto a implicarse en una suerte de 'guerra civil' para doblegar fiscalmente a esas presuntas clases privilegiadas que tienen que sostener la España del PER masivo?

La Internacional Progresista, las ‘celebrities’ políticamente correctas que no quieren volver a la normalidad y sus representantes aquí, que son Sánchez e Iglesias, toda esta mierda junta, desean unos ciudadanos cautivos y desarmados, dependientes de la limosna del Gobierno y así dispuestos a consolidar en las urnas este modelo dictatorial de alimentación asistida a cargo de los más competentes y activos de la sociedad. En nuestro caso, la nueva España que acaricia el Gobierno ineficaz, negligente y pérfido que nos dirige es un país igualitario y mediocre, instalado en la envidia como principal estímulo de comportamiento social. Una nación moralmente corrupta e intolerable que debemos combatir a toda costa.

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