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Opinión

Teo y los aceitunos

Una imagen de la reunión sostenida esta semana, en Sevilla, entre PP y Vox.

El secretario general y los suyos han llegado con el tiempo justo a Sevilla. Que a los de Ciudadanos no les va lo de mojarse y han pedido firmar ellos primero, y por separado, el pliego de medidas para apoyar la coalición conservadora que desalojará al PSOE del palacio de San Telmo. Se pasan de listos los naranjitos, piensa el secretario mientras enseña la sonrisa de argamasa con la que saldrá retratado en todos los periódicos la mañana siguiente. Aún le queda la foto más complicada, la de Vox, sus principales adversarios y ahora socios de gobierno. Ya casi está hecho Teo, ya casi, se repite el mozalbete popular para infundirse valor. Finalizada la reunión con Marín y compañía, volverá a lucir sus dientes cuadrados ante las cámaras, hará como que firma lo que estaba ya estaba firmado y santas pascuas. Lo de desatascar cañerías viene con el cargo, aunque eso de momento no lo consuela. 

Son las ocho de una tarde que comenzó hace un mes. El secretario general ha tenido que negociar una investidura que ni siquiera es suya ni de los suyos -Bonilla es un sorayo-. Cuando lo vieron susurrar a una vaca, nadie pensó que llegaría tan lejos, se malicia el segundo a bordo de Génova, mientras los de Vox hacen su entrada en la sala en la que habrán de reunirse todos: los dos candidatos y los dos secretarios. Lo harán por segunda vez tras una maratónica sesión madrileña. Los negociadores de Abascal aparecen de traje y sin polainas. Seguro que el estilo cortijo está reservado sólo para Santi, que se ha crecido desde sus años en Nuevas Generaciones, piensa el secretario mientras da un repaso a la corbata verde de Smith, su contraparte en versión radical. Más que pajaritos, a estas alturas revolotean gaviotas preñadas alrededor de su cabeza.

Aparecen de traje y sin polainas. Seguro que es algo que le tienen reservado sólo a Santi, piensa el secretario mientras da un repaso a la corbata verde de Smith

Le puede la melancolía al secretario general de los populares. "Ah, Nuevas Generaciones", suspira al evocar sus días bisoños. Aquellos tiempos en los que vestían jerséis anudados sobre los hombros y, como José María, iban a todas partes con una bolsa llena de palas de pádel. Bueno, tampoco así, que a él le pudo el montañismo, las lecciones de órgano electrónico y el lanzamiento de Hueso de Aceituna, una categoría en la que se alzó campeón en el concurso regional de esputos de su pueblo. El suyo alcanzó casi 17 metros. "¡Señor Egea, señor Egea, ¿me está escuchando?". El secretario general vuelve a la tierra, prácticamente derribado como si el pedrusco ensalivado de una oliva le hubiese reventado el globo de su propio aburrimiento.  

-¿Y lo de pegar a las mujeres? ¿Tampoco eso, señor Egea?

-Tampoco eso, Smith.

-¡Es una línea roja de nuestro programa. Queremos pegar a nuestras mujeres y a nuestros hijos!

-¡Que no, hombre, que no! -remata Bonilla-. Eso ya lo hablamos ayer, en Madrí.

-¿Y si pedimos pizzas? -sugiere Serrano a su homólogo.

-Serrano... eso de regional tiene más bien poco. ¿No le apetecen mejor unas gambas? ¿Una mojama, acaso? -contesta el candidato de los populares a la Junta, viéndose ya envuelto con una bandera andaluza ante su propio jardín de micrófonos.  

El secretario general reprime un bostezo y vuelve a fijar la mirada en la corbata verde del número dos de Vox. Qué aceitunos son estos. Logo verde, ropa verde, todo menos la ideología lo llevan de ese color.  Quedan cinco puntos de los 37 que debe tener el documento. Cuanto más lo piensa, más lento corre el tiempo. Inspirado por el recuerdo de sus mocedades en su murciano pueblo de Cieza, el secretario general concluye que los acuerdos son como las olivas: una vez que sale una, le siguen todas a la vez. Es lo que hay, Teo. Expulsar a los socialistas bien vale un empujoncito en el gráfico de Pournelle, se dice a sí mismo, aunque no demasiado convencido de que los suyos puedan sobrevivir electoralmente a estos pájaros. 

A Smith no le ha gustado nada el que rechazaran su propuesta de cambiar todos los relojes de la región para que marquen las doce en punto del año 1492

Smith sigue, erre que erre. Tampoco le convence la negativa a su propuesta original de perseguir con agua bendita a los homosexuales, el rechazo a la posibilidad de cambiar todos los relojes de la provincia para que marquen las doce en punto del año 1492, ni mucho menos que estos señoritos cobardones y repeinados, igual de repeinados que ellos valga decir, les hagan ascos. No van a salir doblados, ¡no, no y no! El asunto es poner cara de velocidad y darse luego un champú. Que les ha salido gratis la campaña y a día de hoy no hay Cristo que los ignore en España. Es hora de apretar, piensa Smith, que se yergue como un pastor alemán sobre sus patas traseras. 

-¿Y lo de marcar a los inmigrantes con un hierro en forma de crucifijo? ¿Tampoco eso, señor Egea? –insiste Smith.

-Tampoco –zanja el secretario general.

-Que somos doce diputados… -responde Smith.

-¿Y la pizza qué? -repite Serrano. 

-¡Que no, hostias! –Smith abronca de un manotazo a su candidato andaluz.

-Sobre lo primero -interviene el secretario- confórmense con una Consejería de Familia. Lo demás olvídelo.

-Lo de la Memoria Histórica... ¿Eso sí, verdad?

El secretario general asiente, en señal de conformidad, algo tenían que conceder para que la criatura no se les lanzara a la yugular... otra vez. Cuando ya están a punto de firmar los legajos, Teo -el hombre de Casado en Sevilla-  se lleva las manos a la cabeza. "¡Falta añadir lo del empleo!" Los convidados se miran, alarmados.

-¿Cuál empleo?

-El que prometimos a los andaluces. Con las prisas se les olvidó y no estaría de más incluirlo.

Todos asienten ante la observación del secretario general. Sí, eso. Crear empleo, ponedlo, por aquello de la monserga de la campaña, musitan todos, incluido Serrano, el de la pizza. Pues ya está. Todos firman, de manera más o menos uniforme, con una carita a veces rematada en felicidad y en otras con cruces en los ojos. Se oye un largo suspiro y un carraspeo. Se levanta la sesión. No lo admitirá, pero al hombre de Casado en Sevilla le pesa la sonrisa. 

Al secretario general le tocará otra vez ir de programa en programa, para recitar el acróstico del cambio andaluz. De tanto ir a medios se le ha quedado pegada al rostro una película de maquillaje naranja que no le sienta bien con sus trajes azul primera comunión, piensa mientras fantasea con el tren que lo llevará de vuelta hasta Madrid. Si es que los pactos son como un bote de olivas. Cuando sale una salen todas, Teo.  

Y así se aleja, con una carpeta bajo el brazo. El serial andaluz ha comenzado. 

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